martes, 30 de octubre de 2018

INVITACIÓN



El próximo Jueves 8 de noviembre

tendremos en Madrid 

a la artista multidisciplinar Nela Ochoa,

 quien presenta la muestra:


“Jardín genético” en los espacios de Verde Decoración, 

Calle Núñez de Balboa 8.


La inauguración tendrá lugar a las 18h 

y será seguida de la charla:  

“De Mendel a Kellog’s: Una historia genética”, 

parte de su investigación.




Foto: Cortesía Nela Ochoa

domingo, 28 de octubre de 2018




SOPA DE BAMBÚ

Teresa Iturriaga Osa



       Jean-Pierre era un hombre fino, delicado hasta el extremo, sensible, artista, como un plato decorado con hierbas de Provenza mezcladas con mil flores de toronjil. Era vegetariano, estricto, nada de ovo-lacto, sino crudívoro. Y esa ajedrea campuzana Simone se la tuvo que comer todos los días durante años, despacito, muy despacito, tanto si le gustaba como si no, como guarnición de su soledad. Pero ella... ella siempre había soñado con comerse algo distinto, c.-à-d., canard sauvage. Vivieron tres años juntos, pero algo no les funcionaba en las barrigas y, al final de unas vacaciones de Navidad, la pareja se rompió como un jarrón chino. Seguramente, el exceso de rigidez en su forma de hacer las ensaladas les llevó a un estado que les hizo imposible convivir bajo un mismo techo de cocina. Porque mientras él removía la mostaza con el aceite y el vinagre, ella salaba, espolvoreaba a poca distancia sugerencias de añadido, albahaca, tomillo, orégano, un ramillete de perejil rizado a poder ser… pero el otro no admitía innovaciones en su dieta y cada dos por tres se agarraba un cabreo que resumía el proceso culinario preparándose una ensalada Niza en baguette. Entonces era la bronca, el disparate y los gritos, que se oían por todo el edificio, pero a ella le importaba un comino.

(...)

Fragmento del relato / REVUELTO DE ISLEÑAS, e-book ATTK Editores

https://www.amazon.es/REVUELTO-ISLE%C3%91AS-Teresa-Iturriaga-Osa-ebook/dp/B078HMWVNW









***

domingo, 21 de octubre de 2018




La Casa de la Escala 
 



Cuando
la arena sea blanca,
pero
muy blanca... así
de blanca...
                                sin ningún ojal de humedad,
te plantarán un beso de miel
                                              a la altura del alma.
 


Danzará
el gusiluz de tu infancia en los brazos de
                                       Andrea sobre el delantal.
 


Sonará
la música en toda la casa.
                             María, con la ropa tendida,
al final de la escala,
volarán
las piñas hasta el portal.
               Doblarán tinajas,
viento y calor de nido.
 


 Y yo
         estaré ahí mismo.
                          A dos besos de distancia. 






 Teresa Iturriaga Osa
 


miércoles, 17 de octubre de 2018




Suspiro de luz

Teresa Iturriaga Osa






Hoy, por alguna misteriosa razón,
el príncipe de la calima se ha subido a la escalera 
a ver contigo las estrellas.


Ellas recuerdan claramente
los días en que el mar era feliz
y demoraban la inquietud por las comparsas.
Una vez dentro,
no solían tentar su calma pintada de añil,
que ya habían hecho propia
en sonrisa plateada.
Aprendieron así a ahuyentar
el humo pobre del llanto,
la ortografía del bullicio,
y lograron su maestría
a golpe de sal y cebo,
con un corazón sin rastro.


Cabalgaron el tiempo sobre los años luz
como un suspiro,
dibujando el nuevo contorno,
vaivén y techo del mundo,
una memoria de hojas,
cuando las criaturas conocían
cada brizna del suelo.
Lanzaron sus rayos
y dejaron que instalara allí su casa
esa mariposa nómada
que te llega ahora,
de grandes ojos,
bajo un arco de lunas vestidas de lumbre.


Y, sin embargo,
no había nada que temer.
Cada instante se pertenece a sí mismo.


***


miércoles, 10 de octubre de 2018



ENTREVISTA EXPRÉS


DRAGARIA / Revista canaria de Literatura / https://dragaria.es/

A la escritora y traductora Teresa Iturriaga Osa

Por Mayte Martín
Teresa Iturriaga Osa: «Huyo de la lectura fácil»
Viajera empedernida por placer y por trabajo, esta mujer nacida en Palma de Mallorca lleva más de 30 años viviendo en Canarias. Se dedica a la publicidad turística y el periodismo de viajes, pero es además doctora en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Comprometida con las realidades sociales, está muy vinculada al trabajo de cooperación entre Canarias y África. De gran imaginación, nos sorprende en esta entrevista con un cuento basado en el personaje de DRAGARIA que le gustaría ser. Vitalista y defensora de las mujeres, publica con artistas de diferentes disciplinas culturales.




-TRES CLAVES DE TU ÚLTIMO TRABAJO

Mi último libro de poemas y relatos se titula DeLirium (Editorial La vocal de Lis, Barcelona, 2017): un mundo poético entre el delirio y el amor a lo vivo. Porque cuando entro en el túnel de las palabras, se produce en mí un cambio de estado y accedo a otra esfera de la realidad. Una vez dentro del proceso, el material literario me va llevando al fondo de mí misma, pero en ese tránsito podría caer en la locura, en la más grave adicción. Intento buscar el equilibrio al entrar y al salir de un profundo abismamiento. Por eso, el título de este libro. Por eso, DeLirium.

-¿QUÉ AUTOR O AUTORA TE INSPIRA?


A lo largo de mi vida, he leído grandes obras de hombres y mujeres que, sin duda, me han modelado el pulso y el alma, estoy hecha de palabras. Es imposible nombrarlos a todos. Aun así, en poesía citaré a Gelman, Sabines, Huidobro, Salinas, Caballero Bonald, Neruda, Benedetti, Whitman... Blanca Varela, Olvido García Valdés, Szymborska, Denise Levertov, Véronique Tadjo. La nueva poesía árabe es otra de mis debilidades: Mahmud Darwish, Nizar Qabbani, Adonis (entre los favoritos para el Nobel de Literatura). Por mis estudios de traducción, he tenido la oportunidad de estudiar sus obras en profundidad. Y qué decir de la prosa del mago Cortázar, Borges, Balzac, Víctor Hugo, Faulkner, Duras, Yourcenar... y tantos maestros de la substancia y de la forma. En cualquier caso, confieso que me apasionan las novelas como ejercicio de introspección en cualquier contexto en que la narración sea sensible a las preocupaciones de su época y nos acerque a lo social y a lo existencial. Personalmente, a la literatura le pido el dominio de una estética simbólica y un esfuerzo hacia la esencia, huyo de la lectura fácil. Es un viaje a nado con las olas de un mar de emociones entre lo físico y lo anímico, con la incertidumbre, el temor, la obsesión, la traición, la rabia, la ira, la decepción, la cobardía, el conflicto, la impotencia y, sobre todo, el valor y el amor hasta el delirio.

-UN POEMA, UNA NOVELA, UN CUENTO

— Un poema: Gotán, de Juan Gelman. Un hombre atravesado por la espada, un padre en medio de la pérdida que es capaz de componer un canto para superar la muerte. Esa mujer se parecía a la palabra nunca,/desde la nuca le subía un encanto particular,/una especie de olvido donde guardar los ojos,/esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo/ (…). El amor, en efecto, la gran puerta por donde escaparse y salvar la propia vida. Admiro a aquel ser humano roto por el dolor que sabe levantar el vuelo y crear un mundo poético donde reine la belleza. Chapeau! Entonces llega la hora de escribir, en ese preciso instante, cuando la oscura realidad entra sin aviso en nuestra casa, y lo hace con sus botas sucias, gritando su sed fea de venganza y dispuesta a agredirnos la noche, a aplastarnos los sueños. Una vez abierta la caja de Pandora, los males del mundo se esparcen por la Tierra, pero siempre nos quedará la esperanza, y ésa es la fuerza de la palabra que sirve su paz a los cuatro vientos.


— Una novela: La Orden del Tigre, de J.J. Armas Marcelo, nuestro escritor más universal. "La memoria es un arma que carga el diablo con metralla y dinamita, dijo la Tigra, envuelta en susurros de fumadora implacable" (…). Así comienza esta novela, como un salto en el tiempo que nos lleva al pasado de Argentina, masacrada por el terror militar. Y son el amor, la amistad y la lealtad los tres pilares de su templo narrativo. Una larga historia de torturas y crímenes golpea el recuerdo del protagonista, Álvaro Montes (Samurai), que regresa en busca del amor de Morelba Sucre, refugiada en el Delta unos años después. Es una obra que destaca por una escritura de sutiles matices descriptivos y la fuerza emotiva de sus diálogos. Además, Armas Marcelo exhibe una gran destreza literaria tanto en el empleo de las variedades lingüísticas de Hispanoamérica como en el conocimiento de la complejidad política que expone en la narración. Ahora bien, si algo me fascina en esta novela es su valor simbólico. El autor nos ofrece una revisión de la vida y la muerte, una diagnosis de la existencia sin miedo a los límites, a partir de una mirada atenta sobre las constelaciones humanas. La Orden del Tigre es un viaje de regreso a esa integridad personal que termina por olvidarse con el cansancio de los años, en el ir y venir por los laberintos del mundo. Por ello, la novela nos habla de la memoria de lo genuino, de aquellos idilios que marcaron nuestra personalidad incipiente, de las ilusiones de juventud que hicieron que un día fuéramos héroes –casi dioses- en la recreación de un mundo bello y justo.


— Un cuento: El cisne, de Roald Dahl. Es uno de los relatos de su libro Historias extraordinarias. Lo leí en inglés hace muchos años y me impactó por su enseñanza emocional. En él dos chicos locos y peligrosos, sin ninguna conciencia del bien y del mal, se divierten atormentando a un niño bueno de su pueblo. Nos enfrenta a un caso de bullying o acoso infantil en versión rural, una violencia que se repite en el tiempo, un maltrato físico y psicológico de crueldad insoportable, nada nuevo bajo el sol. Es un cuento con una mezcla de fantasía y realidad de esos que nos hacen temblar porque sabemos que la delincuencia juvenil es un problema muy actual que hunde sus raíces en la falta de educación en valores y, en el peor de los casos, se justifica desde la tradición familiar. Roald Dahl nos hace vivir una experiencia aterradora hasta conducirnos a un final brillante, a un desenlace inesperado con el que nos libera de la miseria humana a través de su magia y justicia literaria. Su relato anima a combatir la brutalidad para no caer nunca en la rendición de nuestro espíritu indomable.


UNA OBRA DE TEATRO, UN GUIÓN CINEMATOGRÁFICO

Una obra de teatro: La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Una obra visionaria. Tuve la oportunidad de asistir a la magnífica interpretacion de José Sacristán en el Teatro Cuyás. Es una obra que nos lleva a una reflexión profunda sobre las fisuras del sistema capitalista y la disgregación del individuo sometido a sus presiones. Nos cuestiona la sociedad de consumo que abandona las relaciones afectivas a cambio del progreso material. El equilibrio entre el ser y el tener. Un problema que afecta a todo el planeta.


-Un guión cinematográfico: El Padrino, de Mario Puzo. Las luchas de poder y las intrigas del mundo de la familia Corleone reflejan las pasiones humanas universales. Nos identificamos siempre con uno de los personajes, pero las circunstancias podrían involucrarnos a todos en cualquier punto de la trama, haciendo tambalear en segundos los valores que nos sostienen en tiempos de normalidad. En las crisis, en las guerras, nadie es ajeno al caos. Por eso, juzgar al otro desde la comodidad del sillón, es hipócrita. Todos podemos librar una batalla cuando algo sobrepasa nuestros límites. Depende de lo que esté en juego, de lo que nos roben, de lo que nos hieran.

-PROYECTOS


Voy a escribir mi primera novela en 2018, inspirada en la vida de la bailarina Carmen Tórtola Valencia. He solicitado una beca de investigación en centros de documentación de Cataluña. Actualmente, trabajo en varios libros de poemas y antologías de relatos. 

-¿QUÉ PERSONAJE DE DRAGARIA SERÍAS?


Me gustaría ser una Dragarysflamboyant, un linaje de mujeres de ímpetu atlántico también conocidas como las hijas del Árbol de la Llama en el País de Dragaria. Esta variedad de árbol no soporta los climas fríos y llora si no ve el mar... Una Dragarysflamboyant cuida diariamente sus flores de color rojo intenso, estirando y aireando la humedad desde las ramas más altas hacia las más bajas con su abanico de seda. Y, cuando ve pasar a las palomas torcaces hacia África, sopla las flores como velas encendidas para que, al caer, formen alfombras de humus y las aves puedan construir sus nidos. Este fenómeno no se da en cualquier parte. Es un milagro. Sí, es muy cierto que el Árbol de la Llama puede crecer en muchas regiones de la Península, pero por alguna misteriosa razón, sólo florece en la costa subtropical de Granada, en Canarias y en las costas de Dragaria. Su gran copa de fuego se adapta sin problema al trazado de nuestras calles y plazas, siempre y cuando suene en ellas la cálida música que toda mujer Dragarysflamboyant tararea desde que nace. Sin ese ritmo, el árbol no da frutos. Por eso, cada vez que puedo, saco de la vitrina el abanico y me transformo en la hija de este ser vegetal que da vida y sombra a los habitantes de Dragaria sin distinción. Nada como la imaginación para volar muy alto... ¡Dragarys!



***

DeLirium, Editorial La vocal de Lis, Barcelona.
www.lavocaldelis.com




RESEÑA BIOGRÁFICA


Teresa Iturriaga Osa es doctora en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Reside en Gran Canaria desde 1985. Ha trabajado en gestión y periodismo cultural, sociología, radio, poesía, ensayo, relato, traducción. Ha dirigido proyectos literarios con voces de mujer. Ha publicado los libros Mi Playa de las Canteras, Juego astral, Yedra en vuelo, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el andén, Gata en tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas y DeLirium. Ha participado en varias antologías españolas: Orillas Ajenas, Hilvanes, Fricciones, Que suenen las olas, Ecos II, Doble o nada, Espirales Poéticas, Madrid en los Poetas Canarios, París, Mujeres en la Historia I-II-III, Casa de fieras y Pilpil y mojo.



viernes, 5 de octubre de 2018



POEMAS PARA UNA MUJER

Teresa Iturriaga Osa




Mariposa rota


Mariposa, escucha, solo hay una cosa que te robarán,
y no podrás negarte.

Y es, precisamente, la inocencia.

O no podrás resistir el vuelo que mereces.
Es la prueba del metal,
no hay otro modo de forjarlo, amiga mía.
Aunque te duela.
Tendrás que luchar con uñas y dientes,
presentar batalla, herir y ser herida,
revolcarte por el fango, caer de bruces contra el suelo,
buscar a tientas el nombre del rostro, la sombra
que te ataca, hurgándote contra tu voluntad,
no importa.

Es el acero.

No busques otro camino, llámalo destino,
y es el único y el necesario.



lunes, 1 de octubre de 2018




LLÁMAME GILDA



Relato 

de Teresa Iturriaga Osa


       Al oír el pitido cercano del tranvía, Itziar se detuvo ante el semáforo del puente Zubizuri por si venía en dirección contraria. Había llegado a Termibus desde el aeropuerto apenas hacía una hora y, en lugar de coger un taxi hasta el hogar de sus padres, prefirió recorrer la ilustre Villa de Bilbao muy despacio, a ritmo de carroza, eléctrica en la noche, divisando los majestuosos edificios de diseño en la zona de Abandoibarra. Ya estaba oscureciendo y la torre gigante de Iberdrola desafiaba al firmamento con su cuerpo de altura. Una fina lluvia resbalaba por sus hombros, subida a los tacones de una ciudad vestida de gala, infinita. Contra el desasosiego de los visitantes, el estilismo urbano imponía el buen criterio, un gusto exquisito con arquitectura de cristal, acero y titanio. Todo un deleite para los sentidos. Tras cruzar la avenida de raíles, subió las escaleras de la Puerta de Isozaki y se encaminó hacia su casa bajo los tilos de la Alameda de Mazarredo. Observó el horizonte, <<Ya queda menos>>, pensó al divisar la inconfundible fachada amarilla, que saludaba al gris del cielo con la cortesía de un sombrero. En un extremo de la calle, el Guggen brillaba como un diamante. Pura magia. Resplandor sin caída.

      En cuanto llegó al portal, Itziar tocó el timbre del tercero, y al instante, una voz que parecía estar esperándola, contestó. <<¿Quién es?>>. Su respuesta en el portero automático no se hizo esperar. <<Soy yo, ama, abre>>. Y al girar el pomo de la puerta, se detuvo el tiempo y entró en la gruta del recuerdo. Porque ya se olía a hierba y a rocío, se mezclaban antiguos sabores de cocina, algodones de azúcar de feria, fragancias de jabón, colonias de niñez. Cerró los ojos, los abrió una y otra vez con la impaciencia de un potrillo. Una luz con brío de txistu y tamboril penetraba en ella, anunciando la intensidad. Tenía tantas ganas de volver que la noche antes del viaje soñó que estaba sentada en el rellano, agarrada a la crin de la escalera, mientras sentía hervir el ascensor, relinchar su cuerda en llamas. Había vibrado un violín, el timbre atento, dressage de pura sangre con tarjeta de visita. Un asiento blanco avivaba arterias, bombeaba fibra, fieltro, arena y pista. Le subía por las plantas una presencia que se lamía en remolino con textura... encajaba el carrusel de las damas y a su piel le estallaban los circuitos. En el sueño dio unos pasos y la doble puerta abrió sus hojas como un abrazo de siglos, a cámara lenta estiró su espalda la vida. Por fin era la hora, bienvenido el armisticio, de regreso sana y salva, un te-espero-a-la-salida... Un por-fin-llegas-a-casa. Los ojos enloquecieron de viento y lágrimas al sonar su cita etérea. Y una mujer cómplice de ojos verdes sacudió un mágico mantel sin protocolo del brazo de su madre, al tiempo que la distraía, saludaba a las vecinas, hablaba tibio. Alto el fuego abajo, contra el torso y la rejilla, paso, trote y galope se fundieron en un aire inevitable, ballet de corcel, kür con música fecunda y líquida.

      Nada había cambiado en casa cuando entró en el hall y su madre la abrazó con un beso de acogida. <<¡Pero qué guapa estás, ama!, ¿cómo lo haces?>>, exclamó con afecto, descargando del hombro una gran bolsa. <<Mira, te he traído un queso de Flor de Guía porque sé que te gusta mucho. ¿Te acuerdas del volcán que confundías con el Teide desde Las Canteras? Pues lo compré allí, en la tienda-bar de Casa Arturo>>, y añadió <<ya te dije una vez que el cuajado se hace con los capullos de las flores del cardo, por eso tiene ese sabor tan especial. Es todo artesanal, a ver si te gusta>>. Su madre la miró con agradecimiento y la condujo hasta el salón. De la biblioteca emergía un perfume a templo. Los ojos de aquella virgen de piedra -que había viajado con ellos desde el Mediterráneo- oteaban todos los rincones. Una tras otra, las fotografías protegidas por un cirio rojo reclamaban la presencia de la fuerza femenina como punto de arranque de los juegos familiares. <<Ya se puede apagar la vela. Está encendida desde que ha despegado tu avión>>, señaló su madre. Un destino de sueños flotaba por la estancia y hasta las llamadas de teléfono reposaban en el buzón de voz con una paz diferente a la acostumbrada. Era importante aquel encuentro, era el Día de la Madre y todos acudían a celebrar el primer domingo de mayo, una festividad tan comercial, pero a la vez, tan entrañable y simbólica.
      Pasados unos minutos, fue a su habitación, dejó la maleta sobre la cama y salió al balcón para ver las plantas. Desde allí, le sorprendió la vista nocturna hacia la ría, tantos años clausurada por un edificio de usos múltiples con escaso valor estético. Ahora podía verse Artxanda con su falda bordada de luces como una constelación de huertas y casitas. Cuánto le habría gustado a su aita ver el espectáculo de la ciudad antigua y moderna abrazadas desde su sillón del salón, donde pasaba las tardes de invierno ajeno al estallido de la urbe. Era curioso distanciarse y percibir que en ese ángulo del mundo aleteaba el espíritu con una antigua parsimonia. La imaginación jugaba con sus rizos a enredar neuronas mientras la televisión insistía en ofrecer el paraíso. En su juventud, Itziar se quedaba absorta mirando a las gaviotas en su vuelo en picado hacia la ría, alcantarilla turbia de desechos industriales y domésticos, aves a la búsqueda de un poco de comida. Cómo admiraba su plumaje siempre blanco al rozar el caudal nutrido de un fango blando y ebrio de aguas fecales. <<¡Ojalá conserve así de blanco mi plumaje!>>, susurró en voz baja apoyada en la forja del balcón, mientras se fumaba un cigarrillo. Recordaba el poema titulado Muy lejos de Blas de Otero, con el que atacaba sin tapujos la brutal opresión, la pobreza y la hipocresía social del Bilbao de entonces. Pero con el paso del tiempo, las almas de barro -como el poeta calificaba a los bilbaínos- fueron saliendo de sus casas negras y se vistieron de un rojo optimista, porque roja es la sangre, roja es la vida, rojas son las ondas del amor desde el parto hasta la muerte. Y de aquel lugar degradado por el hollín de las fábricas, los astilleros, mercancías, y sumido en mil batallas de chapas y tornillos, resurgió una ciudad hecha con voluntad, dignidad y trabajo. Como decía la canción... ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón. En su presente consciente, Itziar se daba cuenta de lo importante. Evolucionar, seguir, luchar. Para ella, vivir consistía en inflamar de amor el corazón todos los días, como abeja que endulza sin descanso las despensas del invierno en el calor del estío. Por eso atendía a los mendigos, esos habitantes sin futuro, seres descuidados de las galerías de una ciudad. Ella creía que quien había vivido la soledad en la cabecera de su cama, sin duda, se hacía compasivo.
      Regresar a casa era así de sencillo. Y así de cósmico. Grande y pequeño como una sonrisa. Era ley de vida: los hijos debían volar del nido. Irse y regresar era fortalecer y entrenar sus alas... aunque en muchas ocasiones, la nostalgia le gritara al corazón. También su alma de madre añoraba la presencia de sus hijas en la lejanía... Esos días sensibles, como salpicando cascadas, le llegaban sonidos desde otra dimensión. Entonces, impulsada por un instinto, los oídos espigaban su vértice hacia el cielo a la espera de señales, los cabellos viraban sus poros como velas siguiendo la rueda del timón con los cambios electromagnéticos… Una colina donde doce árboles crecían sin cesar de bancal en bancal y se escuchaba el crujido de las yemas. Un sol elbano con aroma de salvia y de romero marino. Un orujo de abejas que llenaban despensas de miel y luz en su orden frenético, mientras las jaras tejían seda. Sí, cuando Itziar expandía sus antenas de larga frecuencia, arrastraban una marea crecida de melodías, una selva de conchas, arena, flautas de pan y hasta briznas de hierba de la cordillera andina. Hubo un tiempo en que los mensajes le hablaban del mar Caribe sobre un velero chiquito y tierno como un perezoso flotando a la deriva. También le lavaron la cara los dioses con agua de manantial y nieve de siglos al ritmo del balido de las llamas del Sajama. Allá una madre reunía a su ganado mientras besaba los tatuajes de su hijo. Se interrogaba entonces. ¿Cómo se abrazarían? ¿Cuándo regresarían las aves del lenguaje con noticias de feliz sobresalto? Ya iban lloviendo agua con su palpitar acurrucado, pronto su espacio sería día.
      Pasaron los días entre claros y nubes. Un espeso gris celeste castigaba la retina. Sin embargo, aquel sábado ella quiso darle la vuelta al amanecer, vestirse con el traje indestructible de utopía, confianza y riesgo necesario para el ser... aunque hasta el desayuno protestó con esa decepción del alma que a veces muestran las tostadas al caerse de bruces contra el suelo. El cartero había pasado a primera hora de la mañana y no había dejado ninguna carta con olor a hombre en su buzón. Tampoco eso la desanimó en el empeño de seguir luchando por lo que creía. Era testaruda cuando amaba, muy testaruda, sí señor. Y es que era mejor vivir así, sin techo y sin papeles, a galope sobre el caballo azul del tiempo, para que nunca la mano se despojara del aroma del café a primera hora, del jardín parisino en su recuerdo, de la esquina que un día les vio nacer.

      Después de arreglarse, salió hacia el Arenal. Había dejado de llover. El sol coqueteaba con guiños sin promesas. La primavera exhibía una tenacidad inusual, el polen invadía los montes. Era la temperatura perfecta para pasear. A Itziar le encantaba perderse por El Casco Viejo y ponerse morada de pintxos. Estaba radiante en plena madurez. Sin darse cuenta, la sidra la entregaba a los placeres del sabor... hasta que anegada la razón y ciega de risa, los platos de la barra se convertían en puntos difusos y una dulce niebla con olor a manzana iba iluminando el aura de su aita, regresado del más allá a presidir la lucidez de su banquete solitario. Era el momento de hacer un brindis. Un sentimiento de gratitud se columpiaba sobre ella, así que abrió su espalda cantábrica, la sonrisa se le escapaba hacia ese rostro de mar... El tintineo de sus pulseras tal vez llegaría hasta el lecho dónde dormían las orquídeas. Esperaba y soñaba. Soñaba y vivía. Eso le bastaba para ser feliz. Y nadie, nadie podría robarle esa belleza.

      Se sentía tan joven como antaño, tan enemiga de la rutina, tan torbellino de palabras... Esa mujer nunca se había dado por vencida. A pesar de sus dudas, había saltado sobre las olas del impetuoso océano de la vida. Se miraba en el espejo de sus años, en su ascenso a la esfera de la realidad y sin miedo a la locura. Como en los viejos tiempos, todo era movimiento y vibración. No era sólo la sombra de lo que fue de niña, cuando jugaba sobre el empedrado de las plazas. Estaba recuperando una olvidada sensación. Sus lágrimas brotaron al llegar a Las Siete Calles, eran esencias aéreas, materia primordial de los nombres y de las cosas, musgo de aquello que se inventaba cuando reía en su adolescencia. Cuántos amigos suyos de aquel entonces no se perdieron en el corro de los años... Era hora de recobrar la juventud que aún le latía dentro. Súbitamente, se vio mirando de frente al pasado cuando sintió una mano protectora sobre su hombro. Era la vida regalando sorpresas.

  • Kaixo, no estoy muy seguro de qué te conozco, pero... ¿tú no eras de la cuadrilla de Miren Somera? ¿No te llamarás Itziar por casualidad?
  • Pues va a ser que no, me parece que te has confundido de persona... Dicen que todos tenemos un doble en algún sitio... Yo sólo estoy de paso, vivo en París.
  • Perdona... es que eres clavada a una chica que no veo desde hace años. A ella le gustaba mucho venir por aquí de potes, solía pedir clarete con gildas.
  • Yo siempre que estoy en Bilbao vengo a este bar porque me chiflan.
  • Por cierto, me llamo Jon, ¿y tú?
  • Bueno, en realidad, la gente me llama de muchas formas según el caso, aunque de joven me pusieron un nombre que aún conservo... Gilda, llámame Gilda.
  • Encantado, Gilda. Estás invitada.
  • Muchas gracias, Jon, qué amable...
  • La verdad es que tienes el nombre bien puesto por ese punto de salitre y el suave picante que me llega de ti. Eres muy femenina en tus poses. Como Rita Hayworth, pero en moderno... sin la bofetada, claro. Dios nos libre de eso.
  • Sí, es que soy así -sonrió maliciosa con el triunfo de una red llena de anchoas-. Mi aita decía que somos lo que comemos y puede que tuviera algo de razón... Y ahora tengo que marcharme. Ha sido un placer conversar contigo, Jon. Dale recuerdos a Miren cuando la veas.
  • Se los daré de tu parte, descuida – nada de lo que Gilda dijera podría confundirlo, él sabía que sus almas gemelas eran viejas traineras que se habían reencontrado muchas veces-. Me gustaría volverte a ver en escena. ¿Quedamos mañana?
  • No creo que pueda, ya nos vemos otro día -pronunció ella con voz de terciopelo, acercándole el aliento y dejando caer un guante en su oído-, tenemos todo el tiempo del mundo, biotza. En esta vida o en la otra...

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GILDA


La gilda es un pintxo típico del Pais Vasco. Se empezó a elaborar en Donosti con motivo del estreno de la película Gilda (1946). Su nombre evoca la mítica escena en la que Rita Hayworth canta y se contonea con sensualidad y sofisticación. Sutilmente Picante.

Las gildas originales llevan aceituna, piparra y anchoa.

Ingredientes:

Aceitunas sin hueso
–Anchoas en salazón
Piparras o guindillas en vinagre
–Un chorrito de aceite de oliva

Preparación:

1.- Se escurren bien las aceitunas, anchoas y piparras.
2.- Se trocean las piparras.
3-. Se insertan en un palillo por este orden: aceituna, guindilla, anchoa y aceituna.
4.- Se colocan alineadas en un plato rociándolas de aceite de oliva crudo.
5.- Se sirven como aperitivo con vino, txakoli, sidra, vermut o cerveza.

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Teresa Iturriaga Osa nace en Palma de Mallorca donde vive su infancia en un ambiente familiar vinculado al turismo y la gastronomía. Pasa los años de su adolescencia en Bilbao. En 1985 se traslada a Las Palmas de Gran Canaria. Es Doctora en Traducción e Interpretación por la ULPGC y ha colaborado en seminarios y proyectos de investigación europeos. Trabaja diversos géneros como la poesía, el ensayo, el relato y la traducción especializada. Ha dirigido proyectos interculturales con voces de mujer en radio, portales digitales y antologías. Sus libros más destacados son Mi Playa de las Canteras, Juego astral, Yedra en vuelo, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el andén, Gata en tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas y DeLirium. Sus relatos se incluyen en varias colecciones: Orillas Ajenas, Hilvanes, Fricciones, Que suenen las olas, Ecos II, Doble o nada, Espirales Poéticas, Madrid en los Poetas Canarios, París, Mujeres en la Historia I-II-III y Casa de fieras.