VENENO DE TÓRTOLA
Siguiendo los pasos de Tórtola Valencia, me invade una gran emoción al entrar en el portal de su casa en Sarriá, un templo de misterio...
(...) Entraron los meses del frío. Con los años, Ángeles se había recuperado de su grave enfermedad desde que la bailarina hiciera la promesa de retirarse de los escenarios si la joven sanaba. Paradojas del destino: la más débil se adaptó al clima húmedo de Barcelona, pero ese invierno Tórtola enfermó de pulmonía. Día y noche, Ángeles la cuidó con fervor hasta el día en que murió en sus brazos a causa de una insuficiencia cardíaca, un fatídico 13 de febrero de 1955.
Aquella mañana, la tristeza cubrió el cielo y un coro de gaviotas cantó su retirada. La tormenta, finalmente, rompió aguas sobre la Ciudad Condal. Esta vez no pasaría de largo buscando otros nidos. Llovía el silencio más herido. Un golpe brutal. En el 232 de la calle Major de Sarriá, las contraventanas se cerraron a cal y canto con el murmullo de las tórtolas. Se apagaron las risas de los niños en la plaza. Al cementerio de Poble Nou solo acudieron sus familiares y amigos más cercanos. Poco más se supo de Ángeles. Algunas gentes del lugar vieron salir de la casa a una mujer cubierta con un manto púrpura y la mirada perdida. Olvidar, caminar y no mirar atrás fue para su heredera la única forma de seguir arrastrando los pies... Pasar página y desaparecer. ¿Pero cómo respirar sin ella y arreglarse para el festín del día a día? ¿Cómo recobrar la ilusión de la tarde, cuando leían Las mil y una noches entre sábanas, enroscadas hasta el amanecer? ¿Cómo hacer que el duende llegara otra vez al tálamo de orgasmos de su vida? Nada más difícil.
<<Veneno de Tórtola>> de Teresa Iturriaga Osa (fragmento del relato).
<<Arden las zarzas>>. Relatos. Ed. La Vocal de Lis, Barcelona, 2021.
Fotos/ Maite Del Río
Era otoño a mis quince años
Me pides que te hable
de un tiempo que se acostó bajo las ramas del tilo,
eso me pides, un beso
sobre el agua fría y lejana
del estanque a mis
quince años, princesa
aún deslumbrante azul
estrella, enamorada de los abismos
aquella niña que se
pinchaba los dedos
bordando su velo negro
a dos leguas de un castillo
misterio enredado entre
las hiedras.
¿Sabes que casi no la
recuerdo?
Me dijeron que rompía
mis charoles al pisar los adoquines
de las playas
clandestinas
con la insolente
soltura de una belleza que yo nunca conocí,
empeñada siempre en
fijarme -pero qué tonta enamorada de una sombra-,
en equivocarme de
esquina y de abrazo
lentamente, como oruga
que lleva el humus,
escurriendo tormentas y
lechos de camelias de un bosque triste
en aquel otoño huraño
que tampoco me acogía... porque yo aún era primavera.
¿Vives?
A veces te oigo el eco,
jovenzuela descarada y llena de infinito, caprichosa
solo vienes a mí cuando
me besan, cuando me erizan con la franqueza
y el aire estremece mi
piel de esposa.
Oh, sultana, oh diosa
sin ruido y sin séquito, mueves tus caderas
cabalgas dibujando
sobre el mármol un ocho de fuego, silban los cascabeles de tus pies,
emerges de las piscinas
del Olimpo -cuando menos me lo espero-,
y me resoplas a la cara el tedio de los años y los días.
Teresa Iturriaga Osa
Aniversario del nacimiento del poeta J.M. Caballero Bonald
Llega un 11 de noviembre extraño… Hace unos meses te fuiste volando con las mariposas y ya no podré llamarte como todos los años para felicitarte.
Soltaste amarras. Te recuerdo siempre transparente en tu barco de especias. Largas las velas, tapiz de llanto y paciencia. Sincero. Sensible a la injusticia.
Eras un hombre excepcional.
Me enseñaste a no cejar en el empeño de encontrar la esencia:
“tu voz más tuya”.
Gracias por la luz, maestro.
Teresa Iturriaga Osa
ACASO LA POESÍA
La palabra poesía contiene una premonitoria dosis de
perplejidad, develación, incertidumbre. Algo iluminativo va a traspasar la
declinante piel del tiempo cuando ya el tiempo no sea más que un amasijo de
páginas sobrantes. Se abrirá la azarosa espesura del abecedario y otras nuevas
palabras se irán desposeyendo de sus signos. Nada de lo visible podrá
prevalecer en esa vacilante pulsión indagatoria que subyace debajo de los
verbos. La palabra poesía es ya en sí misma una proximidad ineficiente, un
atisbo de luz en el confín del páramo, una simulación ambigua de la vida: lo
que queda después de haber malbaratado todas las acepciones del decir.
J.M. Caballero Bonald
(últimos poemas inéditos)
PUERTO
A BABOR
La
subieron a bordo de un velero. Su tripulación: un puñado de palabras. Nada más.
El tratamiento de choque para curar su locura incluía el salitre como terapia.
La travesía iba a ser larga, pero las cartas decían que los vientos serían
buenos y la noche —tan temida como oscura— por fin desnudaría su rostro de
bondad. Sólo el perdón es de los fuertes y eso se aprende en alta mar...
Teresa
Iturriaga Osa
***
Foto
/ María del Río Iturriaga, en Lanzarote, 9/11/2021.
¡UNA DE ALIOLI!
Y sírveme otra copa de eso que tienes ahí,
de ese licor añejo que en la etiqueta pone “Vida”.
Sabíamos que, al salir del aeropuerto, la mesa en el restaurante de Las Coloradas tenía que estar reservada. Eran demasiados meses sin probar aquel sabor delicioso del pan con matalauva y el alioli que nos ponían de entrante desde que las niñas eran pequeñas. Una tarrina duraba muy poco, se acababa en segundos. Y es que una familia vasca sin apetito es como una playa sin arena, algo inconcebible. Doy fe. El caso es que aquel bautismo sensorial se había convertido en un dogma de fe, una religión cuyos preceptos seguíamos a rajatabla cada vez que nuestras hijas llegaban de visita. Su hambre de alioli era tan voraz que ya les habían contagiado esa pasión a sus compañeros de vida, adictos sin remedio a los mojos y salsas canarias. Por eso, nada más sentarnos a la mesa, Estefanía gritaba muy alto la comanda de cocina: ¡Una de alioli! ¡Que ya están aquí! Toda una ración para bañarse en ella.
Era octubre, habían venido a celebrar mi cumpleaños como mandaba la tradición. La terraza estaba repleta de comensales, el aire estaba limpio, el salitre del océano inundaba el nivel del alma. Una sensación de placer nos confundía de piel, atravesando las barreras de las otras personas. No solo podían oírse nuestras voces, sino también las suyas, nítidas, flexibles, libres de peligro. Cuando esto sucedía, el tiempo de ausencia se llenaba de presencia. Qué felicidad. Fuera de la ciudad, tras largas jornadas de viaje, como en épocas anteriores, el alboroto se hacía fiesta en el caravasar. Era hora de comer y de brindar. Primero pedíamos las lapas a la plancha, los calamares saharianos, las papas arrugadas con mojo y los berberechos salteados. Después, le tocaba el turno al agriote, la merluza salvaje del Atlántico. Una delicia de sabor. Poníamos los ojos en blanco. Todo regado con vino canario. Y cuando llegaban los bombones helados de La Peña la Vieja, empezaba lo mejor, con el café, los mojitos y el limoncello. Practicábamos el juego de echarnos un pulso, un rito ancestral. Madre y padre con hijas, yernos con suegros, hermana con hermana, cuñado con cuñado y cuñada… era muy divertido. Un jolgorio de arengas y risas se hacía espacio sobre la mesa de apuestas familiares.
Aquel día, entre pulso y pulso, María fue al servicio y detuvimos la contienda unos minutos para descansar, pero al regresar, se percató de que había olvidado sus flamantes gafas de sol en el lavabo. No se sabe cómo pudo suceder, pero no estaban allí, desaparecieron por arte de magia, un robo a plena luz del día. Fue la movilización general: Andrea y Matthieu removieron Magazzini con Brocéliande para dar con ellas, Maite iba levantando discretamente los manteles y miraba por el suelo, mientras nosotros rastreábamos los gestos de los clientes que entraban y salían del local. Fue inútil volver a revisar minuciosamente el baño de señoras y dar noticia de la pérdida a las camareras del salón interior. Nadie las había visto. Unas gafas de sol de marca Swarovski no podían pasar desapercibidas; sin duda, alguien las había cogido. María estaba segura de que la joven que coincidió con ella en los aseos se las había quedado. Era una sensación muy justificada por su forma de bajar la mirada cuando se acercó a su mesa a preguntarle. No dejaba de ser curioso que ella y sus amigos no tardaran ni cinco minutos en pedir la cuenta, levantarse y salir corriendo del lugar. Y en medio de aquel teatro, con la desfachatez de su cara de inocencia, la muy hipócrita se acercó a nuestra mesa para despedirse y desearnos éxito en las pesquisas. Entonces, se acabó el paripé. Había traspasado el límite de la paciencia. María la miró fijamente.
—¿Quieres un pulso? —espetó.
—¿Cómo dices? —le respondió la ladrona.
—Digo que vayas sacando las gafas del bolso.
–¿Pero… mira?, ¿pero tú de qué vas, enterada? —tartamudeaba de ira.
—Mira... mira… toleta… Yo ya no tengo edad para ser Blancanieves... que a fuerza de madrastras y de enanos, he hecho músculo, y ahora.... te puedo. Dame mis gafas y piérdete —pronunciaba aquellas palabras con tanta firmeza que se oyeron por toda la terraza, ante la audiencia de un público expectante.
Y, por supuesto, se perdió, y con ella, las gafas. Nunca aparecieron, pero alguien aprendió la lección. Eso seguro. Quién sabe si la loca y sus secuaces las lanzaron rabiosamente desde su coche hacia El Confital y las recogió algún peregrino sediento de sombra para ayudarle en su camino. El cosmos suele equilibrar el caos con su fluir ondulante. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, abre el ojo y desparrama la vista.
***
Teresa Iturriaga Osa, Palabra de Gourmet, Relatos.
Ed. La vocal de Lis, Barcelona, 2021.
Ya disponible en todos los centros de El Corte Inglés de Canarias, Baleares y Península.
https://www.elcorteingles.es/bio/teresa-iturriaga-osa/
https://lavocaldelis.com/autor/teresa-iturriaga-osa/
EL ALGODÓN SÍ
ENGAÑA
Aquella mañana de agosto Eva se despertó de mal humor y en menos de dos
segundos se puso a discutir con el verano. Eran días de calor asfixiante en La
Laguna, cuando el fuego invadía la villa y asentaba su plomo sobre el asfalto
con un tedio feroz, momentos en que la temperatura se hacía tan anormal que Eva
no podía trabajar, ni comer, ni pensar… Ella contra ella en un incendio de
furias. Contaba las horas para que llegara el otoño, la más amable y serena de
las estaciones antes de que el cambio climático desbaratara todos los ciclos.
Un olor a guayabos maduros iluminaba el aura de una ciudad tan añeja y a la vez
tan joven… Arrugas muy bellas que permanecían en las calles que ella había
pisado años antes con su amor agarrado a la cintura. Y, a veces, para descargar
esa sensación de batalla que le abrumaba el cuerpo, se duchaba con agua fría y
se paseaba por su casa en traje de Eva como en una playa.
Acababa de mudarse a la calle Carrera y el piso era un caos de cajas, maletas y
trastos, pero Eva tenía que ponerse las pilas para dejarlo en condiciones
porque esa misma tarde tenía visita. Cándida, su compañera de oficina, la había
llamado con la excusa de llevarle unos dulces artesanales, aunque, en realidad,
lo que deseaba era fisgar su nueva vivienda. Si alguien merecía el premio a la
más puntillosa y cotilla de las mujeres, esa era Cándida, sin ninguna duda. Se
había ganado a pulso tal fama porque se sabía al dedillo la vida y milagros del
personal. Tenía un modo sibilino y peculiar de entrar en lo privado con las
tácticas que suelen seguir las mosquitas muertas. Avanzaba siempre con la
desfachatez de su cara de inocencia. Eva, por el contrario, no se metía con
nadie y tampoco le gustaba airear su intimidad. Cuando oía rumores sobre una
persona, se alejaba del grupo conspirador y no alimentaba la maledicencia.
Además, tenía la sabia costumbre de desconectar del trabajo al llegar a su casa
que, para ella, era un templo de silencio, ocio y descanso. Un hogar. No una
prisión absorbente donde perder el tiempo frotando a destajo con paño y Cristasol.
Estaba convencida de que nunca sería una maniática del orden —eso no podía ser
bueno para la salud—, sin embargo, Cándida era una mística de la limpieza y
estaba segura de que iba a fijarse en mil detalles, realizando visualmente la
prueba del algodón en cada uno de ellos, como aquel ridículo mayordomo del
anuncio de Tann que se anunciaba en los noventa. Su atenta
mirada haría un silencioso recorrido para grabar todas sus miserias.
Se lo tomó con mucha calma y después de varias pasadas de fregona por el salón
fue a buscar el número de teléfono de un restaurante que servía pizzas a
domicilio. Entonces, el navegador de google del móvil le marcó
una entrada que decía: Cucina & Amore. Ella, curiosa, entró de
cabeza en el enlace. Parecía una web de intercambio de recetas
entre amantes de la cocina italiana. Un front-end elaborado
con fotografías de platos de pasta, salsas, postres… Todo un paseo gastronómico
por las delicias de la Toscana. Y, de repente, se quedó blanca, como si hubiera
visto una aparición. No podía creérselo, pero entre los vídeos de recetas
estaba la mismísima doña Cándida perfecta, mostrando al mundo una creación que
había nombrado pizza piccante. Le dio al click.
Todo parecía normal hasta que la vio desnuda elaborando la masa, medio cubierta
por un delantal, trabajando sus atributos de interacción con un desparpajo
increíble. Se trataba de un portal de citas online al más puro
estilo mediterráneo. Interfaz persona-ordenador que desplegaba
su potencial real. Eva soltó una enorme carcajada ante tan colosal
descubrimiento. El desliz virtual de Cándida le serviría para relajarse ante su
visita. Ahora sí que le daba todo igual, hasta los flecos deshilachados de las
cortinas. Estaba muy por encima de las falsas apariencias y de las valoraciones
de su compañera rastreadora de errores. Señora de sus virtudes y de sus vicios,
se sentía libre de ser ella misma, riéndose del qué dirán. Qué tranquilidad…
sin escudos… nada de estrés… como si no fregaba los vasos y los platos del
desayuno… Vamos, que no iba a preocuparse en lo más mínimo. Todo aquel mundo de
contactos digitales le resultaba muy divertido.
Y
sonó el timbre. Y llegó Cándida. Y, ¡cómo no!, nada más entrar por la puerta,
un latigazo de miradas resonó en el aire tras la bienvenida. Eva sabía que la
cocina sería uno de los primeros espacios inspeccionados, por eso, después de
pasarla al salón, la dirigió distraídamente hacia allí con su bandeja de pasteles.
Dos delantales colgados junto a la puerta y una nota pegada a la nevera fueron
suficientes para ahogar cualquier intento de crítica mordaz por parte de
Cándida hacia el desorden que cubría la encimera. En el cuaderno podía leerse:
<<Ver pizza piccante en Cucina & Amore>>.
El azar guiñaba a la vida con increíble naturalidad.
Teresa Iturriaga Osa, Palabra de Gourmet, Relatos.
Ed. La vocal de Lis, Barcelona, 2021.
HUELLA DE NOCHE PALMERA
Me visto el alma de ceniza esta noche en que despierta la locura del cíclope. Incomprensible su ira de fuego en medio de la oscuridad, el avance despiadado de sus paredes incandescentes hacia el hogar de tantas familias palmeras. El tremor esconde el llanto, desborda los límites de la fe con la crueldad del volcán exterminador. La televisión canaria nos muestra las imágenes de la erupción en directo. Una realidad escalofriante. No es fácil mantener la esperanza mientras el joven párroco del Valle de Aridane confiesa ante las cámaras su impotencia frente al dolor y sólo ofrece su silencio como forma de consuelo a las personas que lo han perdido todo: "tienen que sentirse acompañados". ¿Qué decir cuando no sirven las palabras? Amor, ayuda, abrazos.
Teresa
Iturriaga Osa
.
Donaciones
CABILDO DE LA PALMA:
https://www.cabildodelapalma.es/es/como-ayudar-afectados-volcan-de-la-palma
.
CLUB
DE LECTURA
ÁMBITO
CULTURAL EL CORTE INGLÉS
LAS
PALMAS DE GRAN CANARIA
Arden
las zarzas Ed. La vocal de Lis
Con
Teresa Iturriaga Osa
28
de octubre 2021
19.00 h
ARDEN LAS
ZARZAS
de
Teresa Iturriaga Osa
6
RELATOS DE MUJERES
ENZARZADOS EN POEMAS
Detalles del libro
Editorial |
La
vocal de lis, S.C.P. Barcelona. |
Edición |
(09/02/2021) |
Páginas |
135 |
Idioma |
Español |
ISBN |
9788412290028 |
Imagen de la Portada: obra de Alfonso Crujera 2020
Título: Shades of Paradise / Serie: Sacred Place
Dimensiones: 54 x 54 cm. / Técnica: Acrílico
Fotógrafo: Fernando Cova
6 RELATOS DE MUJERES ENZARZADOS EN POEMAS
La visión de la Zarza ardiente ante el profeta Moisés
ha sido interpretada por algunos estudiosos como el símbolo del árbol de la
vida. Su forma danzante, inasible y creativa, alude a la multiplicidad divina.
Este libro solo pretende hacer un poco más visibles a esas mujeres que fueron
zarza ardiente en el desierto. Su fuego incombustible nos alumbrará el camino.
Sobre la autora Teresa Iturriaga Osa
Doctora en Traducción e Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Reside en Canarias desde 1985. Dedicada a la gestión cultural, periodismo, sociología, radio, poesía, ensayo, relato, traducción. Directora de proyectos interculturales Que suenen las olas (Canarias-Marruecos) y Alar de rosas (España-Honduras). Sus libros: Mi Playa de las Canteras, Juego astral, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el andén, Gata en tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas, DeLirium, El oro de Serendip (L’Or de Serendip edición francesa), Arden las zarzas y Palabra de Gourmet. Se incluye en varias antologías: Orillas Ajenas, Hilvanes, Fricciones, Ecos II, Doble o nada, París, Mujeres en la Historia I-II-III-IV, Casa de fieras, Madrid en los poetas canarios, Pilpil y mojo, En un lugar del Universo (IAC), Palabras descalzas, Sexo robótico y 2120.
SINOPSIS
El libro de relatos y poemas Arden las zarzas viene a ser un
reconocimiento en clave literaria del complejo mundo femenino a lo largo de la
Historia.
Seis relatos de mujeres sobresalientes:
Lady Sarah Forbes, María Walewska, Leonora Carrington, Madame de Staël, Carmen
Tórtola Valencia, Cleopatra y Octavia. Vidas narradas con pasión –acompañadas
de un importante esfuerzo historiográfico desde donde se construye la ficción–,
sin desplazar el plano intelectual y el talento creativo de su personalidad,
que incide de lleno en su fibra emocional, a través del diálogo interior. Un
mundo simbólico rebosante de sentimiento que se complementa con poemas en voz
de mujer. Un enlace de versos entre bellas historias cosidas con hilo de seda,
como un collar de perlas auténticas. No olvidemos que la elección de la forma siempre
es un marcador apelativo-persuasivo que debe interpretarse como licencia de un espíritu
transgresor que lucha contra la división de géneros en cualquier ámbito,
incluido el tipo de texto literario. Intención que persigue crear una línea invisible
de unión entre el espacio poético y el narrativo, ajena a la tradicional
categorización académica. Une liaison la
plus naturelle du monde.
Esas mujeres que se reúnen alrededor del
fuego en el libro ahora brillan juntas en la oscuridad. Todas desarrollaron
diversas formas de actuación fuera de lo común y destacaron por su ingenio,
tenacidad y libertad de pensamiento. Se enfrentaron a las buenas costumbres de
las sociedades que históricamente han sustentado el dominio masculino con
argumentos simplistas, que más bien siguen los dictados de la religión y se
oponen a la razón. Traspasaron los límites de lo establecido con el único
objetivo de ser fieles a sí mismas, desoyendo las pautas de la subordinación a
las que la mentalidad patriarcal las tenía predestinadas.
Este libro solo pretende hacer un poco más visibles a esas mujeres que fueron zarza ardiente en el desierto. Su fuego incombustible nos alumbrará el camino.
Teresa Iturriaga Osa
EL VIOLÍN Y EL OBOE
Teresa Iturriaga Osa
*
Es octubre, un mes muy especial. Espero que este año
los pájaros vengan a anidar a la sombra del almendrero cubano. No pierdo la
esperanza. Para mí, una Libra con ascendente Libra, la vida es una danza en
búsqueda del equilibrio. Así lo expreso simbólicamente en este cuento musical.
*
"El violín no es el oboe; uno es pasión y el otro
es sabiduría."
(Yves Bonnefoy)
Había una vez un oboe que descansaba en solitario bajo
la sombra de un gran árbol cuando, de pronto, oyó los gritos de un loco
violinista que bailaba sobre un tejado. Sin duda, aquel hombre tocaba con tanta
alegría que el sonido de su violín llenaba el valle de transparencias mágicas.
Pobre y feliz, saltaba por encima de los agujeros del techo de su casa y su
música sobrevolaba los montes hacia otros mundos invisibles desde aquella
cúpula del viento.
El oboe se quedó tan fascinado que, desde entonces, no podía olvidar al violín que tenía la suerte de vivir con un soñador lleno de energía. Él, por su parte, vivía cómodamente en un lujoso apartamento de Viena. Todos los días, su dueño lo trataba con mucho mimo y respeto, y en verdad que no tenía ningún motivo para quejarse de él, todo lo contrario. Por las noches, al regresar del trabajo a su hogar y antes de cenar, el hombre se aislaba del ruido de la calle en el gran salón de su casa y tocaba el oboe con una fuerte personalidad, intimidad y afecto, arropándolo en silencio. Pero su ritmo era muy diferente al de aquel poema cifrado que el oboe había escuchado salir del violín, un enigma hundido en su centro inconsciente, sumergido en un mar de cadencias que escapaba a toda lógica.
El oboe estuvo muchos días y muchas noches entretenido en estos y otros pensamientos difusos y, finalmente, pensó que todo estaba bien, que los dos eran notas de la vida, que eran signos de dos presencias en el mundo, violín y oboe, oboe y violín... y se tranquilizó. Aunque él seguía soñando al anochecer con aquella cima de su horizonte... ¿Dónde?... ¿Pero dónde estaría el violín?
Hasta que un día se conocieron. Era una plácida mañana dominical de primavera, ambos músicos tocaban al aire libre, cada uno por su lado, cuando se levantó un viento cálido que desplazó el sonido y las notas chocaron. Entonces, el oboe escuchó atento. El violín, al igual que él, sólo iba en busca de sí. ¿Podrían seguirse en ese vuelo? Era difícil. Aún así, él quería iniciar un diálogo de palabras intraducibles, pero no sabía cómo. Comprendió que el habla espontánea, incontrolada e irreflexiva de las cuerdas de aquel violín no siempre se adaptaría al espíritu de otro instrumento. Eso le inquietó y se lo dejó notar al violín en la distancia. La respuesta no tardó mucho en llegar: "No hay nada de razonable en mi melodía de loco colibrí, lo sé, pero no puedo evitarlo".
También le dijo que, como violín, no podía privarle a un oboe de respirar el aire que necesitaba, porque era él, con su voz grave, quien establecería un poso de sosiego en el ensemble musical. El violín también se sentía un poco solo en tan altas llanuras y quería intentarlo, así que le prometió que haría todo lo posible por respetarle su espacio. El agitar de sus alas entre las flores dejaría también escuchar el discurrir de sus gargantas entre reflejos y sombras. El oboe reflexionó durante unos días y pensó que no debía contradecir las asonancias o las rimas de aquel colibrí si realmente deseaba disfrutar de una sinfonía à deux. Tenía que decidirse y asumió sin remedio que él sería su propio consejero. Y sí, quiso intentarlo. Porque el sonido del oboe, tan viejo como el mundo, le recordó cómo se construye la verdadera belleza y la armonía.
Y, desde ese momento, el violín y el oboe hicieron sonar una música en todas las direcciones que se extendió hasta el infinito y que no se detendrá mientras que haya dos seres a la espera de encontrarse.
Todo es extraordinariamente diferente en el juego del universo y ésa es la riqueza de cualquier Babel que queramos conquistar. Tal es la moraleja de este cuento.
***
DICEN QUE NO HABLAN LAS PLANTAS
*
FERIA DEL LIBRO DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
Hoy con Fernando Marías ha sido un placer recordar viejos tiempos de nuestro querido Bilbao y compartir impresiones sobre la poesía y la belleza del mundo natural.
Museo Elder, Sala Pioneros, Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria.
"Dicen que no hablan las plantas", obra escrita por Raquel Lanseros y Fernando Marías; ilustrada por Raquel Lagartos.
Pura creatividad. Gracias.