PALABRA DE GOURMET
Teresa Iturriaga Osa
Ed. La vocal de lis, Barcelona, 2021.
INFANCIA SAQUEADA
Sueño en guerra y paz
Teresa
Iturriaga Osa
Estábamos en guerra y éramos soldados.
Desperté en la cama de un pabellón, mis ojos achinados y mi acento asiático flotaban en el vapor de una sala de enfermos.
Frente a mí, un quejido, el lamento persistente de los moribundos, la crónica del dislate escapando en sonidos como un ciego que no ve y adivina la vida, sus colores de tacto misterioso. Un gris de dolor extraño se alojaba en la sala de un hospital de campaña y acogía en su regazo la desolación... A unos metros de mi cama, un zapato de mujer me miraba tirado en el suelo, relataba una historia de amor destrozada por la separación, un chasquido de aire vencido, fragmentos de un tejado desplomado sobre nosotros, polvo, metralla a discreción y luces en lo oscuro. La noche era un sumidero de aviones surcando el cielo. Silbaban colores y ruidos que cortaban el aire a machetazos. Las bombas caían a lo lejos.
Entre las sábanas, dos líneas de cables luchaban con la camisola febril de mi destino, se oían voces huecas, enfermeras que corrían desesperadas sin tregua para la dulzura. El techo y las paredes, la casa desprovista de firmeza y refugio gritaba su caída. Como la sangre de un río precipitándose por los rápidos, miles de vidas se estrujaban en las orillas del frente. Los camiones llegaban sin cesar y aparcaban descargando heridos o lo que quedaba de ellos. Solo un velo de distancia me impedía ver con claridad la inmensa pena de los bosques que les ardían en el corazón al decir adiós. Tantas veces he vivido esa sensación de urgencia que el paisaje impregna mi retina como un sello estampándose sobre un telegrama de aviso. Mientras tanto, el olor penetrante del alcohol, la única desinfección de la locura bélica, una botella de aguardiente en la mesilla para mantener el dolor en tensión. Bebí un sorbo más para no sufrir, era el remedio contra el suicidio, de nuevo barajaba su juego la impotencia.
Allí estuvimos meses, años, días. Eras tú. Era yo. Y éramos soldados.
J. M. CABALLERO BONALD
IN MEMORIAM
Duele tu pérdida, amigo mío. Y cómo. Porque cuando nadie creía en mí, ni
siquiera yo misma, llegaste tú y me llamaste por mi nombre completo. Abriste
las puertas de mi primer libro de poemas con una generosidad que selló nuestra
amistad para siempre. Te llevaré conmigo. No tengo palabras para agradecerte
todo lo que me has enseñado. Vuela, vuela alto.
Gracias, Pepa Ramis, por ser sus ojos y su voz durante estos últimos meses.
GATA EN TRÁNSITO de Teresa Iturriaga Osa
Ed. Alhulia, Granada, 2011.
Prólogo de J. M. Caballero Bonald
"Pasajera a bordo del sueño"
Tengo la impresión de que Teresa Iturriaga escribe poesía por lo mismo que
necesita hablar con los demás. Quiero decir que su actividad como poeta está
expresamente relacionada con sus cotidianos hábitos comunicativos. Basta con
elegir un poco al azar alguno de los poemas que se reúnen en este libro para
comprobarlo. Teresa Iturriaga ha ido elaborando Gata en tránsito como si
realmente se tratara de un diario en el que fuera informando a sus lectores –o
a sus oyentes– de las relaciones que mantiene con la vida que la rodea. Por ahí
se filtra efectivamente una serie de confidencias y reflexiones que van
poniendo de manifiesto la personalidad humana y literaria de la autora. Y por
ahí se estabiliza un concepto general del acto de escribir que remite a la vez
a una educación de delicados matices emotivos y a una sensibilidad de muy
fervientes conexiones con lo que se entiende por vocación.
Hay en estos poemas un reiterado empeño de interpretación de la poesía
misma. Elijo dos ejemplos entre otros posibles: “la poesía es una suerte de
enfermedad”, o bien, “la poesía sobrevive frente a la barbarie”. Afirmaciones
como estas exteriorizan bien a las claras uno de los principales objetivos de
Teresa Iturriaga: el del trasvase a un cauce poético de las enseñanzas propias
de cada día vivido. En Gata en tránsito se buscan respuestas a todo ese almacén
de preguntas interiores. “Pasajera a bordo del sueño”, la autora usa unas
formas escuetas, explícitas para narrar un mundo personal que tiene mucho que
ver con la experiencia del paisaje. Abundan ciertamente en el libro las
referencias a una flora y una fauna que constituyen de hecho el escenario de
una poesía a la vez susurrante y extrovertida, no exenta a veces de secretas
ramificaciones. Cuando Teresa Iturriaga escribe “Tú, túnel del yo”, está
sacando a flote esa parcela de la expresión poética que precisa de ciertas
dosis enigmáticas para ser más sugestiva. Gata en tránsito cumple sobradamente
con esos atributos.
J.M. Caballero Bonald
Yedra en vuelo
(a José Manuel Caballero Bonald)
Al primer chasquido de mis dedos, las aves del Guadalquivir despegaron. El espíritu de las aguas se elevó con esas niñas marismeñas de linaje inmaculado al dibujar su vuelo sobre el solar aceitunero. Vi con claridad sus picos de plata, lloviendo caía sobre la Tierra el nombre del poeta, gotas de agua azul iban besando en las sienes de mi parte a los ancianos erguidos en sus troncos milenarios. Besaron también a sus mujeres... una a una. Al segundo, sus hermanos marismeños cantaron. Vi que sobre el tren ondulaba una saeta con sus versos altaneros, ceñidos a su cintura de andaluz errante. Al tercero, vi partir de Cádiz una comitiva de talabarteros a caballo. Y al cuarto, mi amigo cabalgaba sobre una yegua cartujana. Conmigo. El Señor de las Marismas a mi lado. Era la hora en que la lentitud cruzaba los montes que afloraban amantes de un rubor violeta...
Era el crepúsculo, desaparecía todo rastro. Vinieron a mí entonces
aquellos versos árabes que un ángel me tatuó en el alma: "En la mañana
del juicio, cuando levante la cabeza del polvo, te buscaré para conversar contigo".
Sí, amigo mío, "es aún la vida", ¿y no es un sueño?
La esfinge biónica
Teresa Iturriaga Osa
He bajado a tierra hoy, 15 de octubre de 2120. Creo que este ciberespacio es perfecto para descansar de mis travesías solitarias. Quizá sea la tierra de la que me habló Aorix en aquella sesión de óleos sagrados: Avalon, la isla mágica del Rey Arturo. “Ramas plateadas de un manzano de flores blancas, los pájaros te guiarán, serán el símbolo de tu inmortalidad”. Pero no he hallado más que destrucción ecológica, basura cósmica y ningún Árbol de la Vida… Y de mi pasado, mi memoria sólo conserva una imagen: yo tallaba en la piedra lo que la piedra ya había visto antes que mis ojos. Pero necesito recordar más cerca... Pido telepáticamente un cambio de chip con más estimulación transcraneal.
Soy traductora, siglo XX, año 1998. Recibo un e-mail de una institución de Bretaña invitándome a colaborar como intérprete de Aorix, un monje ortodoxo que imparte conferencias sobre El Arte sagrado de la unción. Me seduce la idea. Hay algo entre místico y erótico en ese juego de palabras: aceites sagrados… ¿Nos hablará del Bosque de Brocéliande, donde Merlín vive con Viviana? Tengo miedo, quizá no esté a la altura. Dudo entre lo real y lo falso mientras observo los dos cuadros de la pared en mi despacho. En efecto, son casi idénticos, como la foto y su negativo. El bodegón de la derecha brilla con blancos y verdes de tono pálido, forman figuras de pájaros con picos abiertos, como crías piando a su madre desde una taza de leche. La jarra de agua no se mueve, ni se inmuta, bajo esa elegancia de quien se sabe que necesaria para la vida. Sin embargo, el lienzo de la izquierda es un espectro que surge de la taza de leche, que ya no es taza, y, ni por asomo, quiere ser leche. De repente, como por arte de encantamiento, los pájaros han descendido hasta el passe-partout y amenazan con invadir mi mesa con sus rejos amarillos y ahogarme desde el ordenador, atada a la silla azul...
Aorix me ha citado en el Café La Lune. Me ha llamado por teléfono para que busque varios pasajes de la Biblia: el capítulo de la escalera de Jacob (Gén. 28, 12), y también la escena de María Magdalena donde derrama perfume de nardo sobre la cabeza de Jesús (Mc. 14, 3-9). Al leerlas, me pregunto cómo se las habría ingeniado para irrumpir en aquel banquete. Nunca creí que fuera una prostituta. Investigo y confirmo mis sospechas. Sacerdotisa de La Orden de los Esenios, había sido iniciada en los rituales esotéricos de la polaridad femenina. Amaba en cuerpo y alma a un hombre cansado de sembrar desiertos. Miriam de Magdala, la maga de Betania, no fue una mujer pecadora, sino la única persona que podía darle la extremaunción antes de su sepultura... ¿Quién se atrevería a tocarlo sino ella?
He conseguido libros de plantas medicinales en francés: muérdago, brezo, roble, acebo. He pedido un café, fumo y pienso en la ignorancia de las gentes. Imposible adivinar que a su lado va a asentarse Aorix, un descendiente del druida Merlín con poderes extraordinarios, capaces de anular su consciente y transformarles física y psíquicamente. Ocurre igual con los chamanes, que pueden adoptar múltiples formas, desde lechuzas, grullas, águilas... hasta apariencias humanas irreconocibles. Pero dejemos eso ahora. Ese hombre camina hacia mi mesa con su mirada clavada en la mía. ¿Quién eres? ¿Por qué me miras así? No sigas... Me haces daño. Este semidiós se me antoja demasiado atractivo en todos los sentidos. Un peligro. Me está volviendo loca por momentos. Cierra los ojos como un gato que me acecha. Prístino en su gran sabiduría, ahora me habla del puente sagrado, del tránsito al mundo astral con psicofármacos. Me muero por volar contigo, un paseo por los planos de mi conciencia es todo un desafío.
Estoy mirando el puente, con su procesión de hormigas, orugas y cucarachas humanas. Ya no veo más que seres del inframundo en el espejismo. Cada vez tengo menos fuerza en la mano que escribe notas con un pulso mortecino. No me gusta nada la sensación de rigidez que siento en las piernas. Todo es muy difuso. Aquí pasa algo raro... Aorix me está subiendo a un coche y me da algo de beber. Parece vino. Leo en la botella las palabras Lacryma-Christi. Me susurra al oído: “Me entiendes demasiado bien y has entrado en mi campo magnético, en la esfera de mi deseo, una vibración de la que ya no podrás escapar. Te será muy difícil huir de la espiral copulatoria de mis fotones, te buscan frenéticos, ma chérie”. Mira que lo sabía: nunca dejar que nadie te absorba el aura, nunca mirar de frente a los ojos, nunca dejar que te impongan las manos. Siempre tan lista, siempre tan tonta, pero al final… decido marcharme. ¡Uno, dos, tres! Salgo.
Tampoco en esta sesión de terapia he podido llegar al origen de mi psicosis afectiva. Siglo I, Siglo XIII, siglo XX… y ya no sé por dónde comenzará la próxima vez mi bioneurólogo con sus técnicas de exploración artificial. Quizá en la siguiente regresión surja algún signo revelador, alguna señal del interfaz. Es desesperante. Tengo un rostro y un cuerpo de diseño perfecto con wearables, múltiples injertos antiedad y órganos fabricados con biomateriales en impresoras 3D, sin embargo, mi cerebro interno sufre un grave trastorno. No siempre me funciona el acceso al canal bidireccional de comunicación fluida con las máquinas. Por eso acudo a esta consulta mensualmente para revisar mi implante cerebral, pero no mejoro ni asistida por control remoto. Así que antes de desconectarme, escribiré directamente con el cerebro y usaré el ratón mental para controlar mis dispositivos de medición, a ver si me responden. Aunque esta vez algo me dice que debería cerciorarme de mi seguridad… No vaya a ser que el androide que ahora me lee el pensamiento resulte ser un cibercriminal y bajo mi estado de nanohipnosis se aproveche de la situación... Estoy viendo que tiene la misma mancha en el cuello que Aorix...
Antología de relatos “2120”
VV.AA. MAR Editor, Madrid, 2021.