viernes, 19 de noviembre de 2021

 

Era otoño a mis quince años

 

Me pides que te hable de un tiempo que se acostó bajo las ramas del tilo,

eso me pides, un beso sobre el agua fría y lejana

del estanque a mis quince años, princesa

aún deslumbrante azul estrella, enamorada de los abismos

aquella niña que se pinchaba los dedos

bordando su velo negro a dos leguas de un castillo

misterio enredado entre las hiedras.

¿Sabes que casi no la recuerdo?

 

Me dijeron que rompía mis charoles al pisar los adoquines

de las playas clandestinas

con la insolente soltura de una belleza que yo nunca conocí,

empeñada siempre en fijarme -pero qué tonta enamorada de una sombra-,

en equivocarme de esquina y de abrazo

lentamente, como oruga que lleva el humus,

escurriendo tormentas y lechos de camelias de un bosque triste

en aquel otoño huraño que tampoco me acogía... porque yo aún era primavera.

 

¿Vives?

A veces te oigo el eco, jovenzuela descarada y llena de infinito, caprichosa

solo vienes a mí cuando me besan, cuando me erizan con la franqueza

y el aire estremece mi piel de esposa.

Oh, sultana, oh diosa sin ruido y sin séquito, mueves tus caderas

cabalgas dibujando sobre el mármol un ocho de fuego, silban los cascabeles de tus pies,

emerges de las piscinas del Olimpo -cuando menos me lo espero-,

y me resoplas a la cara el tedio de los años y los días. 


Teresa Iturriaga Osa



miércoles, 10 de noviembre de 2021

 

Aniversario del nacimiento del poeta J.M. Caballero Bonald


 Querido amigo:

 

Llega un 11 de noviembre extraño… Hace unos meses te fuiste volando con las mariposas y ya no podré llamarte como todos los años para felicitarte. 

Soltaste amarras. Te recuerdo siempre transparente en tu barco de especias. Largas las velas, tapiz de llanto y paciencia. Sincero. Sensible a la injusticia. 

Eras un hombre excepcional. 

Me enseñaste a no cejar en el empeño de encontrar la esencia: 

“tu voz más tuya”.

Gracias por la luz, maestro.

 

Teresa Iturriaga Osa



ACASO LA POESÍA


La palabra poesía contiene una premonitoria dosis de perplejidad, develación, incertidumbre. Algo iluminativo va a traspasar la declinante piel del tiempo cuando ya el tiempo no sea más que un amasijo de páginas sobrantes. Se abrirá la azarosa espesura del abecedario y otras nuevas palabras se irán desposeyendo de sus signos. Nada de lo visible podrá prevalecer en esa vacilante pulsión indagatoria que subyace debajo de los verbos. La palabra poesía es ya en sí misma una proximidad ineficiente, un atisbo de luz en el confín del páramo, una simulación ambigua de la vida: lo que queda después de haber malbaratado todas las acepciones del decir.

J.M. Caballero Bonald

(últimos poemas inéditos)


martes, 9 de noviembre de 2021

 


PUERTO A BABOR 

La subieron a bordo de un velero. Su tripulación: un puñado de palabras. Nada más. El tratamiento de choque para curar su locura incluía el salitre como terapia. La travesía iba a ser larga, pero las cartas decían que los vientos serían buenos y la noche —tan temida como oscura— por fin desnudaría su rostro de bondad. Sólo el perdón es de los fuertes y eso se aprende en alta mar...

Teresa Iturriaga Osa

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Foto / María del Río Iturriaga, en Lanzarote, 9/11/2021.

 

jueves, 4 de noviembre de 2021

¡UNA DE ALIOLI!

Y sírveme otra copa de eso que tienes ahí,

de ese licor añejo que en la etiqueta pone “Vida”.


        Sabíamos que, al salir del aeropuerto, la mesa en el restaurante de Las Coloradas tenía que estar reservada. Eran demasiados meses sin probar aquel sabor delicioso del pan con matalauva y el alioli que nos ponían de entrante desde que las niñas eran pequeñas. Una tarrina duraba muy poco, se acababa en segundos. Y es que una familia vasca sin apetito es como una playa sin arena, algo inconcebible. Doy fe. El caso es que aquel bautismo sensorial se había convertido en un dogma de fe, una religión cuyos preceptos seguíamos a rajatabla cada vez que nuestras hijas llegaban de visita. Su hambre de alioli era tan voraz que ya les habían contagiado esa pasión a sus compañeros de vida, adictos sin remedio a los mojos y salsas canarias. Por eso, nada más sentarnos a la mesa, Estefanía gritaba muy alto la comanda de cocina: ¡Una de alioli! ¡Que ya están aquí! Toda una ración para bañarse en ella.

        Era octubre, habían venido a celebrar mi cumpleaños como mandaba la tradición. La terraza estaba repleta de comensales, el aire estaba limpio, el salitre del océano inundaba el nivel del alma. Una sensación de placer nos confundía de piel, atravesando las barreras de las otras personas. No solo podían oírse nuestras voces, sino también las suyas, nítidas, flexibles, libres de peligro. Cuando esto sucedía, el tiempo de ausencia se llenaba de presencia. Qué felicidad. Fuera de la ciudad, tras largas jornadas de viaje, como en épocas anteriores, el alboroto se hacía fiesta en el caravasar. Era hora de comer y de brindar. Primero pedíamos las lapas a la plancha, los calamares saharianos, las papas arrugadas con mojo y los berberechos salteados. Después, le tocaba el turno al agriote, la merluza salvaje del Atlántico. Una delicia de sabor. Poníamos los ojos en blanco. Todo regado con vino canario. Y cuando llegaban los bombones helados de La Peña la Vieja, empezaba lo mejor, con el café, los mojitos y el limoncello. Practicábamos el juego de echarnos un pulso, un rito ancestral. Madre y padre con hijas, yernos con suegros, hermana con hermana, cuñado con cuñado y cuñada… era muy divertido. Un jolgorio de arengas y risas se hacía espacio sobre la mesa de apuestas familiares.

        Aquel día, entre pulso y pulso, María fue al servicio y detuvimos la contienda unos minutos para descansar, pero al regresar, se percató de que había olvidado sus flamantes gafas de sol en el lavabo. No se sabe cómo pudo suceder, pero no estaban allí, desaparecieron por arte de magia, un robo a plena luz del día. Fue la movilización general: Andrea y Matthieu removieron Magazzini con Brocéliande para dar con ellas, Maite iba levantando discretamente los manteles y miraba por el suelo, mientras nosotros rastreábamos los gestos de los clientes que entraban y salían del local. Fue inútil volver a revisar minuciosamente el baño de señoras y dar noticia de la pérdida a las camareras del salón interior. Nadie las había visto. Unas gafas de sol de marca Swarovski no podían pasar desapercibidas; sin duda, alguien las había cogido. María estaba segura de que la joven que coincidió con ella en los aseos se las había quedado. Era una sensación muy justificada por su forma de bajar la mirada cuando se acercó a su mesa a preguntarle. No dejaba de ser curioso que ella y sus amigos no tardaran ni cinco minutos en pedir la cuenta, levantarse y salir corriendo del lugar. Y en medio de aquel teatro, con la desfachatez de su cara de inocencia, la muy hipócrita se acercó a nuestra mesa para despedirse y desearnos éxito en las pesquisas. Entonces, se acabó el paripé. Había traspasado el límite de la paciencia. María la miró fijamente. 

¿Quieres un pulso? espetó.

¿Cómo dices? le respondió la ladrona.

Digo que vayas sacando las gafas del bolso.

¿Pero… mira?, ¿pero tú de qué vas, enterada? —tartamudeaba de ira.

Mira... mira… toleta… Yo ya no tengo edad para ser Blancanieves... que a fuerza de madrastras y de enanos, he hecho músculo, y ahora.... te puedo. Dame mis gafas y piérdete pronunciaba aquellas palabras con tanta firmeza que se oyeron por toda la terraza, ante la audiencia de un público expectante.

        Y, por supuesto, se perdió, y con ella, las gafas. Nunca aparecieron, pero alguien aprendió la lección. Eso seguro. Quién sabe si la loca y sus secuaces las lanzaron rabiosamente desde su coche hacia El Confital y las recogió algún peregrino sediento de sombra para ayudarle en su camino. El cosmos suele equilibrar el caos con su fluir ondulante. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, abre el ojo y desparrama la vista.


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Teresa Iturriaga Osa, Palabra de Gourmet, Relatos. 

Ed. La vocal de Lis, Barcelona, 2021.

Ya disponible en todos los centros de El Corte Inglés de Canarias, Baleares y Península.

https://www.elcorteingles.es/bio/teresa-iturriaga-osa/

https://lavocaldelis.com/autor/teresa-iturriaga-osa/

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martes, 2 de noviembre de 2021

 

EL ALGODÓN SÍ ENGAÑA

 


         Aquella mañana de agosto Eva se despertó de mal humor y en menos de dos segundos se puso a discutir con el verano. Eran días de calor asfixiante en La Laguna, cuando el fuego invadía la villa y asentaba su plomo sobre el asfalto con un tedio feroz, momentos en que la temperatura se hacía tan anormal que Eva no podía trabajar, ni comer, ni pensar… Ella contra ella en un incendio de furias. Contaba las horas para que llegara el otoño, la más amable y serena de las estaciones antes de que el cambio climático desbaratara todos los ciclos. Un olor a guayabos maduros iluminaba el aura de una ciudad tan añeja y a la vez tan joven… Arrugas muy bellas que permanecían en las calles que ella había pisado años antes con su amor agarrado a la cintura. Y, a veces, para descargar esa sensación de batalla que le abrumaba el cuerpo, se duchaba con agua fría y se paseaba por su casa en traje de Eva como en una playa.

         Acababa de mudarse a la calle Carrera y el piso era un caos de cajas, maletas y trastos, pero Eva tenía que ponerse las pilas para dejarlo en condiciones porque esa misma tarde tenía visita. Cándida, su compañera de oficina, la había llamado con la excusa de llevarle unos dulces artesanales, aunque, en realidad, lo que deseaba era fisgar su nueva vivienda. Si alguien merecía el premio a la más puntillosa y cotilla de las mujeres, esa era Cándida, sin ninguna duda. Se había ganado a pulso tal fama porque se sabía al dedillo la vida y milagros del personal. Tenía un modo sibilino y peculiar de entrar en lo privado con las tácticas que suelen seguir las mosquitas muertas. Avanzaba siempre con la desfachatez de su cara de inocencia. Eva, por el contrario, no se metía con nadie y tampoco le gustaba airear su intimidad. Cuando oía rumores sobre una persona, se alejaba del grupo conspirador y no alimentaba la maledicencia. Además, tenía la sabia costumbre de desconectar del trabajo al llegar a su casa que, para ella, era un templo de silencio, ocio y descanso. Un hogar. No una prisión absorbente donde perder el tiempo frotando a destajo con paño y Cristasol. Estaba convencida de que nunca sería una maniática del orden —eso no podía ser bueno para la salud—, sin embargo, Cándida era una mística de la limpieza y estaba segura de que iba a fijarse en mil detalles, realizando visualmente la prueba del algodón en cada uno de ellos, como aquel ridículo mayordomo del anuncio de Tann que se anunciaba en los noventa. Su atenta mirada haría un silencioso recorrido para grabar todas sus miserias.

          Se lo tomó con mucha calma y después de varias pasadas de fregona por el salón fue a buscar el número de teléfono de un restaurante que servía pizzas a domicilio. Entonces, el navegador de google del móvil le marcó una entrada que decía: Cucina & Amore. Ella, curiosa, entró de cabeza en el enlace. Parecía una web de intercambio de recetas entre amantes de la cocina italiana. Un front-end elaborado con fotografías de platos de pasta, salsas, postres… Todo un paseo gastronómico por las delicias de la Toscana. Y, de repente, se quedó blanca, como si hubiera visto una aparición. No podía creérselo, pero entre los vídeos de recetas estaba la mismísima doña Cándida perfecta, mostrando al mundo una creación que había nombrado pizza piccante. Le dio al click. Todo parecía normal hasta que la vio desnuda elaborando la masa, medio cubierta por un delantal, trabajando sus atributos de interacción con un desparpajo increíble. Se trataba de un portal de citas online al más puro estilo mediterráneo. Interfaz persona-ordenador que desplegaba su potencial real. Eva soltó una enorme carcajada ante tan colosal descubrimiento. El desliz virtual de Cándida le serviría para relajarse ante su visita. Ahora sí que le daba todo igual, hasta los flecos deshilachados de las cortinas. Estaba muy por encima de las falsas apariencias y de las valoraciones de su compañera rastreadora de errores. Señora de sus virtudes y de sus vicios, se sentía libre de ser ella misma, riéndose del qué dirán. Qué tranquilidad… sin escudos… nada de estrés… como si no fregaba los vasos y los platos del desayuno… Vamos, que no iba a preocuparse en lo más mínimo. Todo aquel mundo de contactos digitales le resultaba muy divertido.

         Y sonó el timbre. Y llegó Cándida. Y, ¡cómo no!, nada más entrar por la puerta, un latigazo de miradas resonó en el aire tras la bienvenida. Eva sabía que la cocina sería uno de los primeros espacios inspeccionados, por eso, después de pasarla al salón, la dirigió distraídamente hacia allí con su bandeja de pasteles. Dos delantales colgados junto a la puerta y una nota pegada a la nevera fueron suficientes para ahogar cualquier intento de crítica mordaz por parte de Cándida hacia el desorden que cubría la encimera. En el cuaderno podía leerse: <<Ver pizza piccante en Cucina & Amore>>. El azar guiñaba a la vida con increíble naturalidad.


Teresa Iturriaga Osa, Palabra de Gourmet, Relatos. 

Ed. La vocal de Lis, Barcelona, 2021.


Ya disponible en todos los centros de El Corte Inglés de Canarias, Baleares y Península.