viernes, 19 de noviembre de 2021

 

Era otoño a mis quince años

 

Me pides que te hable de un tiempo que se acostó bajo las ramas del tilo,

eso me pides, un beso sobre el agua fría y lejana

del estanque a mis quince años, princesa

aún deslumbrante azul estrella, enamorada de los abismos

aquella niña que se pinchaba los dedos

bordando su velo negro a dos leguas de un castillo

misterio enredado entre las hiedras.

¿Sabes que casi no la recuerdo?

 

Me dijeron que rompía mis charoles al pisar los adoquines

de las playas clandestinas

con la insolente soltura de una belleza que yo nunca conocí,

empeñada siempre en fijarme -pero qué tonta enamorada de una sombra-,

en equivocarme de esquina y de abrazo

lentamente, como oruga que lleva el humus,

escurriendo tormentas y lechos de camelias de un bosque triste

en aquel otoño huraño que tampoco me acogía... porque yo aún era primavera.

 

¿Vives?

A veces te oigo el eco, jovenzuela descarada y llena de infinito, caprichosa

solo vienes a mí cuando me besan, cuando me erizan con la franqueza

y el aire estremece mi piel de esposa.

Oh, sultana, oh diosa sin ruido y sin séquito, mueves tus caderas

cabalgas dibujando sobre el mármol un ocho de fuego, silban los cascabeles de tus pies,

emerges de las piscinas del Olimpo -cuando menos me lo espero-,

y me resoplas a la cara el tedio de los años y los días. 


Teresa Iturriaga Osa



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