martes, 25 de agosto de 2020

 

RELATO

COMPENDIO PISANO

Teresa Iturriaga Osa


Cuatro de la mañana. Suena el despertador en mi habitación cercana al aeropuerto de Pisa. Ducha, cierre de maleta, bolso, mascarilla. Francesco siempre dispone de un lugar para mí con vistas a la autopista y a la terminal. No es un hermoso paisaje, pero es muy práctico cuando tienes que volar a las seis de la mañana, te ahorra los nervios de tener que esperar un taxi –una vez llegó a demorarse casi una hora, doy fe de ello- en la ciudad de la Torre inclinada.
Tengo que cruzar un pasadizo y una carretera desierta hasta llegar al edificio de salidas internacionales. No se ven muchas almas a las cinco menos cuarto de la madrugada. Las sombras desaparecen a medida que me acerco al parking. Siempre he dicho que la valentía se entrena, con ganas o sin ellas. El miedo hay que saltarlo. No vale dudar. Llego. El aeropuerto Galileo Galilei está cerrado para el público general por las medidas Covid-19, sólo los pasajeros con tarjeta de embarque accedemos por un lateral que posee un arco de paso con cámara termográfica donde unos hombres vestidos de blanco, totalmente equipados, nos toman la temperatura. El túnel me recuerda la película de E.T.
Una vez dentro, la cola para el control de equipajes es interminable. En el suelo, unas pegatinas distanciadas un metro y medio indican donde hay que situarse mientras llega el turno. Necesito un café en vena, pero no puedo perder mi posición, ya lo tomaré más tarde. Me toca. Después de quitarme los pendientes, cinturón, turbante y demás accesorios, coloco en las bandejas las bolsitas transparentes con los líquidos y cremas, cables, Ipad, móvil, etc. Todo parece normal hasta que un caballero con traje azul marino se acerca a mí, se identifica como agente de seguridad y me pregunta si llevo algo peligroso en mi bolso, ya que la pantalla ha detectado un objeto metálico difícil de analizar. Me pide permiso para registrar con guantes cada uno de los bolsillos interiores. Sin problema. Tras vaciar mi monedero, comienza a escudriñar mi neceser de maquillaje y encuentra un estuche hermético con un pintalabios ovalado y un espejo… una sorpresa de mi hija María. Pasa nuevamente el bulto por la cinta y… Eccolo! Se acabó el misterio. Me devuelve mi joya y me pide disculpas. Mientras tanto, yo me vuelvo loca ordenando el caos y le regalo una sonrisa. La amabilidad siempre desarma. Hora de embarcar.



Teresa Iturriaga/Pisa, Italia.