HIJA DE LA LUNA
Diría de ti tantas cosas, tantas
que
no cabrían en mi traje de papel.
Tu
forma de mirar, el son de tus manos
al
vuelo del aroma.
Toda tú
un
arranque de volcán que explota la Luna
en
mil bondades de gracia
—un
don de guepardo con ojos azur.
Una bambola fugaz
en
los cilindros del aire, bella silueta
silbando
pájaros, hálito
trazando
rutas de bosque
—esa
eres tú.
En un dos tres
recolectas
el polen,
anudas una rama, la otra,
abrazas
al prójimo con lo lejano, corres,
floreces
abejas, luces algas en cabello de rosas.
Le
estiras las sábanas a cualquier sombra
sin miedo al desgaste de tus
rodillas.
Defiendes
hasta el fin el nido de los mirlos.
Y cuando cesan los vientos del sentido,
salvas
almas en tu nave nodriza.
Cuando las horas del Edén
paran
su reloj, no finges dietas de placer
ni das paso a la
locura.
Es entonces, sumida en un baño de risa,
erguida
sobre un puente sin noche.
Te
arreglas el yelmo dorado y
entras a poner orden,
a
lanzar el caos al cielo
para
que reescriba su gato por liebre
y
comience un mañana creador
con fuego, corazón —lumbre de paz.
Yo sé bien que las gaviotas te
sostienen
en
la salvaje riada de los siglos.
Y hoy callan —con respeto.
Sus
alas aplauden tu valor,
el esfuerzo
de tu vida.
Teresa Iturriaga
Osa
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