Pon el índice en tu
frente.
Siéntate al borde de la piedra azul
e inhala el aroma, la alheña rojiza,
disfruta en su vaivén al deslizarse
por el gesto azucarado de los
niños.
Viaja sobre el corcel de la
compasión
que llena de
regazos a los huérfanos.
Abre tus manos. No pienses.
Siente el calor de mil almas
reunidas en consejo
al pronunciar tu nombre
nazarí.
Eres hijo de la Vida.
Comienza de nuevo. Inspira. Expira.
Suelta el recorrido de los mudras
ancestrales,
deja volar el tinte de tus pies hasta tus
bronquios.
¿Ves la orilla?, ¿la curva del
color?
Báñate ahí.
Entra suavemente en la risa, busca
sus ojos.
Frota los engarces del iris con zumo de
limón.
Y ahora, recoge las trizas del
cuaderno,
lava tus tejidos en el rostro de tu madre,
bésala muy dulce y píntala otra
vez.
Teresa Iturriaga Osa
(1 de mayo 2017, Cruz de Tejeda)
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