Llámame Gilda
Se
sentía tan
joven como antaño, tan enemiga de la rutina, tan torbellino de
palabras... Esa mujer nunca se había dado por vencida. A pesar de
sus dudas, había saltado sobre las olas del impetuoso océano
de la vida. Se miraba en el espejo de sus años, en su ascenso a la
esfera de la realidad y sin miedo a la locura. Como en los viejos
tiempos, todo
era movimiento y vibración. No era sólo
la sombra de
lo que fue de niña, cuando jugaba sobre el empedrado de
las plazas. Estaba recuperando una olvidada sensación. Sus lágrimas
brotaron al llegar a Las Siete Calles, eran esencias aéreas, materia
primordial de los nombres y de las cosas, musgo
de aquello que se inventaba cuando reía en su adolescencia. Cuántos
amigos suyos de aquel entonces no se perdieron en el corro de los
años... Era hora de recobrar la juventud que aún le latía dentro.
Súbitamente, se vio
mirando de frente al pasado cuando sintió una mano protectora sobre
su hombro. Era la vida regalando sorpresas.
Teresa Iturriaga Osa
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