EL
TREN DELANTERO
Novela
de Emilio González Déniz
Siempre
recordaré las palabras de Emilio González Déniz al explicarme su
consideración sobre la mujer. “Yo me levanto cuando aparece una
dama -me dijo una tarde-, es una antigua costumbre campesina muy
rigurosa y ese protocolo, de ninguna manera, se puede saltar”. En
efecto, la forma que tiene EGD de tratar la figura femenina como algo
superior se traslada también a su escritura al descubrirse ante la
vida que nos llega en letras de misterio, ese milagro que genera la
mujer, energía y canal de creación en cualquiera de sus vertientes.
“Ante una máquina casi divina, lo único que puedes hacer es
mostrarle tu respeto. La mujer es sagrada”. Sabias palabras de un
hombre que siempre ha defendido a capa y espada el respeto a todo ser
viviente.
Y
he querido comenzar esta reseña precisamente con esa definición
magnífica porque en El
tren delantero,
el autor aborda la sensualidad desenfrenada de su personaje femenino
Vesta Laserre desde una mirada inquieta, apasionada, voraz, pero en
muchos momentos, incluso tierna y amable. A través de sus diálogos
con el inspector de policía Ernesto Cruz -aderezados por los relatos
de Madame
Palourde,
de quien Vesta es traductora-, el escritor va construyendo la novela
como un juego de seducción entre los personajes principales. Ese
trasiego de dudas, atracción y desconfianza con el que van
conociéndose en la investigación del crimen de su marido, Arturo
Zabalza, les llevará a una deriva fatal entre el amor y la muerte,
sensación que arrastra a su lectura adictiva hacia el desenlace
final.
Hay
redes y redes. Unas son de malla estrecha, tan cerrada como la
negrura de un abismo y es difícil salir de ellas, sin embargo, los
personajes femeninos de El
tren delantero -rostros
múltiples de Vesta Laserre que van apareciendo en los relatos de
Madame
Palourde-
se nutren de fuerza y decisión. EGD no duda en exponerla libre de
culpa y sin juicio moral. Es su forma de levantarse y hacer ademán
de quitarse el sombrero ante una mujer que llega y maneja su vida
como pez en el agua. En contraposición, asistimos al espectáculo de
muchos hombres que giran a su alrededor encerrados en una falsa vida
de mueca herida, sin saber cómo salir de la dualidad. El gran teatro
del mundo. En cualquier caso, EGD no entra en barrena para no caer en
el viejo cliché de la mujer fatal, peligrosa y castradora; al
contrario, la presenta como una mujer espontánea, fiel a sí misma.
Al escoger con total libertad a sus amantes, el escritor está
valorando ese libre albedrío que, por desgracia, la sociedad
solamente ha otorgado al individuo masculino durante siglos. De
manera que el control sobre la sexualidad femenina se ha revelado
como una forma de poder que perpetúa las diferencias entre el hombre
y la mujer. Madame
Palourde
-es decir, la
Señora Almeja,
en su traducción al español- es la verdadera protagonista de esta
novela en un clima existencial que fluye lejos del pesimismo y la
derrota, rasgos comunes en las novelas eróticas con personajes al
borde de la locura.
En
El tren
delantero,
el novelista muestra una prosa que interpela a esa sociedad actual
que niega las inquietudes eróticas y rechaza la transgresión dentro
de una vida ordenada. El lector podrá extraer sus propias
conclusiones al comprobar que la mente racional y aparentemente
sensata del policía esconde un deseo de perversión controlado. La
representación que hace EGD del sujeto masculino denuncia de un modo
subliminal esta lucha de fuerzas a las que se ve sometido el
individuo en la ocultación de sus pulsiones.
La
dinámica de la novela se mueve con un ritmo cadencioso, hecho de
golpes de calor, de una sexualidad indómita envuelta en el vapor de
la fina ironía característica de González Déniz, nube que llueve
en el texto con humor. Todo hace que flote en el aire una experiencia
de contacto humano que, a medida que avanza la trama, se interpreta
cada vez más compleja e inquietante. Ya el título de la novela es
una metáfora que nos permite proyectar ciertas hipótesis
relacionadas con la sexualidad como motor de avance.
Reseña
de Teresa Iturriaga Osa
Escritora
y traductora
Emilio González Déniz con Mario Vargas Llosa,
José Luis Correa y Teresa Iturriaga Osa en Las Palmas de Gran Canaria.
***
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