miércoles, 2 de septiembre de 2015

La gran serpiente

Cuento africano


Traducido por Teresa Iturriaga Osa

 

 
 

 
 

     Cuando el jefe Mikizi murió, hubo una gran discusión sobre quién sería el próximo jefe. Mikizi tenía un hijo, pero la madre de aquel muchacho no quería que su hijo fuera jefe.

 

     “Nunca habrá paz si él es el jefe”, dijo la madre. “La gente irá todos los días a pedirle cosas, pero a mi hijo le gusta mucho dormir. Por eso, si se convierte en jefe, nunca será capaz de ocupar su asiento y se pasará todo el día durmiendo”.

 

     Los ancianos del lugar sabían que no tenía ningún sentido intentar convertir a aquel chico en jefe, de manera que llamaron a todos los sabios hechiceros de la comarca para que acudieran a una reunión y les ayudaran a buscar un nuevo jefe. Entonces, el líder de los sabios hechiceros dijo que sólo habría un modo de encontrarlo con la fórmula que ellos emplearían.

 

     “Hay una colina cerca de aquí”, anunció. “En las rocas que rodean esa colina hay una enorme serpiente. Quienquiera que consiga capturar a la serpiente y traerla hasta aquí deberá ser el jefe”.

 

     A los ancianos les pareció muy bien aquella forma de escoger al nuevo jefe, aunque dudaban de que hubiera alguien tan valiente que se atreviese a capturar a la gran serpiente. Así, cuando se les presentó un muchacho bajito y dijo que él quería intentarlo, todos se echaron a reír.

 

     “No seas tan estúpido”, le dijeron. “Los muchachos de poca estatura jamás pueden capturar serpientes de gran tamaño”.

 

     “A mí me gustaría intentarlo”, insistió el chico.

 

     Los ancianos le dijeron que no, que ni siquiera podía intentarlo, pero aquel muchachito siguió insistiendo una y otra vez hasta conseguir su permiso. Al final, les dio tanto la lata que le dieron su consentimiento para que lo intentara.

 

     “La serpiente te matará”, le advirtieron. “Cuando vayas a por su garganta, deberías recordar nuestras palabras”. 

 

     El chico bajito salió hacia la colina donde vivía la gran serpiente. Cuando dejaba atrás el pueblo, oyó a unas personas que lloraban y se percató de que eran sus amigos. Ellos pensaban que nunca regresaría, pero él no hizo caso de sus lamentos, pues sabía que sería capaz de capturar a la serpiente y que la llevaría hasta el pueblo.

 

     Cuando alcanzó las primeras rocas desparramadas al pie de la colina, se detuvo y escuchó los sonidos que llevaba el viento. Escuchó el susurro de la hierba seca y el movimiento de las hojas de los árboles. Escuchó el tenue goteo del agua y el sonido de un águila que cazaba en lo alto, sobrevolando el suelo. Y, entonces, escuchó algo más: el sonido de una serpiente sibilante.

 

     El muchacho caminó hasta que se encontró al pie de la colina. En ese momento, el sonido que había escuchado era cada vez más grande y... enseguida, vio aparecer la cabeza de una gran serpiente por una grieta que había entre las rocas. Parecía enfadada porque el muchachito había ido a molestarla. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, salió disparada, deslizándose hacia los pies del chico.

 

     Al ver que la serpiente iba hacia él, el chico dio media vuelta y echó a correr, alejándose de la colina. Él corría lo más rápido posible, pero la serpiente no hacía más que reírse de sus piernillas, a la vez que se deslizaba acercándose más y más al chico que volaba.

 

     Al mirar por encima de su hombro, el chico vio dónde estaba la serpiente y oyó sus carcajadas. Siguió corriendo, mientras cogía una calabaza que llevaba colgada en su hombro y sacaba cosas de su interior, dejándolas caer. Primero, soltó una lagartija, luego, unas ranas. Y, al final, dejó caer unos pequeños insectos.

 

     La serpiente llegó hasta la lagartija y se detuvo. Por un instante, dudó si seguir dando caza al muchacho, pero entonces abrió su enorme boca y se tragó a la lagartija. Después, volvió a por él, pero antes se detuvo al toparse con las ranas que saltaban por el suelo.

 

     La serpiente se zampó a las ranas, aunque tardó un rato en atraparlas a todas. Entonces, con el vientre pesado por la comilona, volvió a deslizarse tras el chico, pero se paró también al llegar a los insectos.

 

     Para cuando la serpiente se hubo comido todo lo que el chico había soltado de su calabaza, ya se encontraban justo fuera de la valla del pueblo. Entonces, el muchacho llamó a los ancianos para decirles que había vuelto. Ellos caminaron muy despacio hacia el espacio de la cerca.

 

     “Bien, has vuelto. ¿Dónde está la gran serpiente?”, exclamó uno de los ancianos.

 

     Al principio, el chico no dijo nada, pero, luego, con todas las miradas del pueblo puestas sobre él, se volvió y señaló hacia la puerta. Acto seguido, la gran serpiente, que estaba gorda y pesada por la tripada, fue deslizándose torpemente por el pueblo.

 

     La gente dejó escapar un gran suspiro al verla llegar y, a toda velocidad, los hombres más jóvenes la sujetaron con estacas al suelo. El muchacho bajito permaneció ante los ancianos y, entonces, les preguntó si ya podían nombrarlo jefe. Los ancianos estaban asombrados de que un chico de tan poca estatura pudiera haber sido tan valiente, pero recordaron su promesa y todos estuvieron de acuerdo en nombrarlo jefe.

 

     Con el tiempo, ya siendo jefe, aquel muchachito creció y se hizo más alto.

 

 

[Alexander McCall Smith, “Great Snake”, del libro de cuentos africanos The Girl Who Married A Lion, Canongate Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp. 121-124.]

 

 

 

 

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