LA GALLINA DE GUINEA
QUE SE CONVIRTIÓ EN HIJO
[Cuento africano traducido por Teresa Iturriaga Osa, del libro de cuentos africanos The Girl Who Married A Lion, de Alexander McCall Smith, Canongate Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp. 1-4.]
Lo que se esperaba de un hombre rico
como Mzizi -dueño de mucho ganado- es que tuviera gran descendencia. Pero,
desgraciadamente, su mujer, Pitipiti, no podía tener hijos. Ella lo estuvo
consultando con varias personas, sin embargo, aunque se gastaba el dinero en
cuidados y medicinas para quedarse embarazada, seguía siendo estéril.
Pitipiti amaba a su marido y le daba
mucha tristeza ver que su cariño hacia ella se iba desvaneciendo mientras él
esperaba el nacimiento de un hijo. Finalmente, cuando ya estaba claro que
Pitipiti no podía concebir hijos, su marido se unió a otra mujer más joven y se fue a vivir al gran kraal[1] con ella, mientras Pitipiti oía las
carcajadas que provenían de la choza de la nueva esposa. Pronto nació un niño
y, después, otro.
Pitipiti fue a llevarles regalos a los
niños, pero la nueva esposa la echó fuera.
"Mzizi perdió el tiempo contigo
durante tantos años..." -así se burlaba de ella la nueva esposa- "y
mira ahora... ya ves en qué poco tiempo le he dado hijos; no queremos tus
regalos".
Ella buscaba en la mirada de su marido
algún signo del amor que él solía mostrarle, pero todo lo que vio en él fue el
orgullo que sentía de ser padre. Era como si ella ya no existiera para él. A
Pitipiti se le heló el corazón, dio media vuelta y se dirigió a su solitaria
choza, allí se echó a llorar. Ahora, eso era lo que le quedaba en la vida. Su
marido no tendría a bien que ella se fuera lejos con sus hermanos, así que
tendría que arreglárselas sin vivir a costa de nadie. Pitipiti se preguntaba si
sería capaz de soportar tanta soledad.
Algunos meses más tarde, Pitipiti
estaba arando sus campos cuando escuchó un ruido, era como un cacareo que
provenía de unos matorrales cercanos. Detuvo a sus bueyes y se arrastró
sigilosamente por la maleza, echando un vistazo por dentro. Allí, escondida en
la oscuridad, había una gallina de Guinea. El ave la vio y se puso a cacarear
otra vez.
"Estoy muy solo," -dijo la
gallina de Guinea- "¿querrás que sea tu hijo?".
Pitipiti exclamó riendo: "¡Yo no
puedo tener una gallina de Guinea como hijo! Todo el mundo se reiría de
mí".
A pesar de la respuesta, la
gallina de Guinea no se rindió.
"¿Me dejarás ser tu hijo sólo por
las noches?", preguntó. "Por las mañanas, puedo salir de tu choza muy
temprano y así nadie lo sabrá".
Pitipiti pensó en ello. En efecto, eso
sí sería posible: si la gallina de Guinea estuviera fuera de la choza justo al
amanecer, entonces, nadie tendría por qué saber que ella lo había adoptado. Y
pensó que estaría bien eso de tener un hijo, aunque sólo fuera una gallina de
Guinea.
"Muy bien", pensó, tras unos
momentos de reflexión. "Puedes ser mi hijo".
La gallina de Guinea estaba encantada
y, aquella noche, nada más ocultarse el sol, entró en la choza de Pitipiti.
Ella le dio la bienvenida y le preparó la cena, al igual que lo haría cualquier
madre con su hijo. Los dos eran muy felices.
Pero la nueva esposa de Mzizi aún
seguía riéndose de Pitipiti. Algunas veces, pasaba por los campos de Pitipiti y
se burlaba de ella, preguntándole por qué hacía crecer sus cosechas si, en
realidad, no tenía ninguna boca que alimentar. Pitipiti no hacía caso de sus
burlas, pero cada una de ellas era como una pequeña lanza afilada que le
cortaba cada vez más por dentro.
Un día, desde el árbol donde estaba
posada, la gallina de Guinea escuchó los insultos y cacareó furiosamente;
aunque para la nueva esposa, aquellos sonidos sólo eran los sonidos de algún
pájaro en un árbol.
"Madre," -le preguntó la
gallina de Guinea aquella noche- "¿por qué aguantas los insultos de la
otra mujer?
Pitipiti no pudo encontrarle una
respuesta. A decir verdad, ella poco podía hacer ante ello, porque si se le
ocurría ir tras la nueva mujer, entonces, su marido estaría muy enfadado con
ella y a la vez podría echarla. No había nada que hacer.
No obstante, el ave pensaba de forma
muy distinta. Él no estaba dispuesto a que insultara a su madre de esa forma,
así que, al día siguiente, se levantó temprano y voló hasta el árbol más alto
desde donde podían verse los campos de la nueva esposa. Allí, cuando despuntó
el alba, cantó una melodía de las gallinas de Guinea:
¡Venid amigos, hay grano para comer!
¡Venid y comed todo el grano de esta
mujer!
No tardó mucho tiempo la nueva esposa
en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Gritando enojada, entró corriendo
en los campos y mató a la gallina de Guinea de Pitipiti y también a sus amigos.
Luego, se los llevó a su choza, los desplumó y empezó a cocinarlos.
La nueva esposa llamó a Mzizi para el
festín y, entre los dos, se comieron todas las gallinas de Guinea de una
sentada. Fue una comida deliciosa y ambos se encontraban muy contentos consigo
mismos por haber empezado el día con tan buen pie.
Tan pronto como hubieron terminado el
último bocado, Mzizi y la nueva esposa escucharon un sonido: alguien cantaba
dentro de sus estómagos. Eran las gallinas de Guinea cantando sus canciones de
gallinas de Guinea. Aquello, por supuesto, aterrorizó a la pareja y, a todo
correr, echaron mano de dos largos cuchillos que se clavaron en el vientre para
detener el ruido. Al clavar los cuchillos en su piel, la sangre brillante
empezó a salir a borbotones y se desplomaron. Una vez en el suelo, la gallina
de Guinea y sus amigos salieron de sus heridas cacareando con júbilo al verse
libres. Pronto estuvieron en el campo, comiéndose todo el grano que quedaba.
Pitipiti estaba encantada porque ya no
volvería a escuchar los insultos de la nueva esposa. Ahora sería la dueña del ganado
de su marido y ésa era la causa por la que muchos hombres esperaban casarse con
ella. Por supuesto, todos ellos estaban encantados con la idea de poder casarse
con una esposa cuyo hijo fuera tan listo y tan especial.
LA ALQUIMIA DE LO FEMENINO
EN LA TRADICIÓN ORAL
Por Teresa Iturriaga Osa
Dra. en Traducción e Interpretación ULPGC
El cuento, venga de donde venga,
siempre se mueve entre diferentes niveles de interpretación. El neurolingüista
ruso A. R. Luria, en su obra Conciencia
y lenguaje[2], decía que el nivel de lectura en cada ser humano depende
del grado de apertura de las puertas de su percepción. Por tanto, el cuento nos
habla de un modo personal según la dimensión de la lectura del texto en la que
nos situemos, independientemente de la formación académica o la
inteligencia de cada individuo. La interpretación depende de la sensibilidad,
de la frecuencia de onda que captan nuestros sentidos, es decir, de nuestra
"agudeza emocional".
Por consiguiente, se trata de cultivar
esos sentidos externos e internos de los que vienen hablándonos desde hace
siglos tanto los maestros occidentales como los orientales; ésa debe ser la
clave del éxito de cualquier acto de comunicación complejo y profundo. Parece
que por ahí debe de encontrarse la salida del laberinto humano. De ahí que
pretender entrar en una cultura -como la africana- a través de análisis
teóricos y sesudos, además de ser agotador, tiene cada vez menos probabilidades
de éxito. Por el contrario, dejar que los pueblos africanos nos tarareen sus
cuentos al oído puede producir en nosotros el mismo efecto que un masaje
relajante con esencias y aromas desconocidos que harán caer
las barreras defensivas que nos distancian. Escuchar sus historias alrededor
del fuego es un buen camino de aproximación al "yo" de los
"otros". Porque el significado "no lógico" del cuento nos
va adentrando por territorios intuitivos donde habita la esencia del ser humano
y nos permite acercarnos con sigilo al pensamiento y a los comportamientos de
otras culturas que, en muchas ocasiones, desde un punto de vista racional, no
llegamos a comprender.
El cuento es un instrumento muy útil
para la antropología entendida en el sentido más amplio del término, es decir,
como un conocimiento del hombre que intenta descubrir los resortes secretos que
le mueven. Todos hemos experimentado el choque cultural que se produce entre
diferentes culturas cuando iniciamos un diálogo basado en conceptos; a menudo,
suele levantarse ante nosotros una malla de prejuicios que encasilla nuestras
mentes dentro de un gran cuadrado de compartimentos estancos donde apenas
divisamos lo que otro dibuja desde su celda correspondiente. Ahora bien, el
cuento destruye esas barreras y nos deja en la arena de un patio de las
culturas donde jugamos a hacer trazos que, entre todos, entendemos y
adivinamos. El cuento es ese espacio lúdico donde cualquiera puede seguir las
reglas de un juego universal donde no cuenta ni la edad, ni la piel, ni la
religión, ni la ideología, ni la posición social, ni la riqueza, ni el género,
pues es el territorio virgen de la espontaneidad y la imaginación. Allí todo el
potencial del ser humano se despliega y lo más importante es dejarse llevar.
En ese sentido, el cuento africano de
la gallina de Guinea puede comprenderse como fruto de una experiencia
iniciática auténtica en la que se relacionan aspectos muy importantes del ser
humano: lo antisocial y lo creativo. En el relato hay un simbolismo que está
estrechamente ligado a la cosmogonía de lo femenino considerado como esa parte
humana ingeniosa y artística que trasciende las convenciones sociales. La
lectura de la exclusión de Pitipiti fuera del círculo -que representa el kraal- también puede
interpretarse como el punto de partida donde el individuo comenzará a
desarrollar otras fuerzas alternativas con las que hará frente al sistema
pactado por la colectividad. Pero, paradójicamente, la expulsión de Pitipiti de
la vida social y esa reducción de su espacio público a la choza van a producir
en ella un efecto positivo porque su lejanía del discurso general, con el
tiempo, le será de gran valor. En efecto, su exilio en la soledad, al igual que
le sucedió a nuestro pensador Miguel de Unamuno, más que en desierto interior,
se convierte en "su roca espiritual", ya que el excluido vuelve sobre
su propio recuerdo de libertad. Porque nacemos libres, aunque a veces se nos
olvide.
Mujeres como Pitipiti son todas
aquellas que, por cualquier circunstancia de la vida, tienen que salirse del
círculo social porque ya no están bien vistas. En este caso, es la hora de la
marginación, de la exclusión de la tribu, ya que el mundo tradicional africano
no valora a la mujer estéril que no da hijos a la colectividad. Pero este
sencillo cuento, de apariencia alegórica y cuyo lenguaje se asemeja al de las
fábulas, encierra una gran enseñanza: es un canto a la libertad de la mujer
como ser pensante, a su gran capacidad creadora y a su fertilidad imaginativa.
Ciertamente, el mensaje del cuento es revolucionario. Ante Pitipiti se abre un
nuevo mundo de posibilidades que dará sentido a su existencia más allá de ser
"madre" y "esposa". Y si estamos atentos al mensaje como
ella, veremos que a través del cuento se están desmitificando esos valores
absolutos de la cultura africana. En palabras de A. R. Luria: "Así pues,
tanto en las frases con sentido figurado como en los proverbios y en las
fábulas, está presente un conflicto entre el texto abierto (o sistema de
significados) y el subtexto interno o sentido. Para la comprensión de todas
estas construcciones es imprescindible abstraerse del sistema inmediato de
significados y separar el sentido que, en forma alegórica, se expresa en el
sistema de significados externos desplegados"[3].
En el cuento hay un impulso que da
autoestima a la mujer inquieta y le invita a vivir por caminos no trillados
hacia una alquimia o transformación interna. Pitipiti debe detener los bueyes,
olvidar el camino del surco y reptar por la maleza hacia lo desconocido. Ella
busca y encuentra, aunque tenga el corazón roto de dolor. En muchos cuentos hay
una transformación a partir de una herida que marca a la persona, y como dice
A. M. Schlüter, maestra y estudiosa de la filosofía Zen: "Esto que parece
en primera instancia algo negativo, luego resulta no serlo. Ninguna herida de
la vida, aunque pueda parecer lo contrario, a la larga deja de tener la
posibilidad de convertirse justamente en una gran oportunidad. Los orientales
dicen: la arenilla que se cuela en la ostra -lo cual es un peligroso accidente-
es la que da lugar a la perla; si no se colara una arenilla, una impureza, no
habría perla"[4]. Aquí, en este cuento, la mujer se enfrenta con su propia
sombra, con su soledad en medio del vacío, pero aún así, ella sigue trabajando,
porque cualquier evolución siempre pasa por ese seguir andando a través de las
tareas más simples de la vida cotidiana sin detenerse en el abismo donde uno
cree encontrarse. Es la solución que te llevará con todo tu miedo a la salida
del túnel y, gracias a ese trabajo en soledad, verás la luz; es una esperanza,
no es una utopía engañosa, es la verdad más grande que nos han dejado los
sabios de todas las tradiciones.
Al final, lo negativo se transforma y
se alumbra a una mujer nueva. Pitipiti está trabajando cuando oye una voz que
no es más que su propia voz interior, escondida en la sombra y con ganas de ser
escuchada. La gallina de Guinea es ella misma, es la rebeldía que vive en ella,
la niña salvaje y libre que nunca deja salir a la luz, públicamente, porque no
está bien visto que la mujer africana proteste en caso de repudio y abandono.
Es la voz de su ser interior que le recuerda que ella también tiene
derecho a vivir y a desplegar sus alas de mariposa aunque no pueda tener hijos
biológicos. En este cuento, la mujer africana recobra su dignidad de reina por
su gran potencial de creación en cualquier ámbito.
Este cuento establece sus vínculos con
el lado femenino del quehacer humano y lo sitúa muy alto en la esfera de la
cultura ancestral africana. Las interpretaciones que hayan podido hacerse de la
incapacidad de la mujer a la hora de considerar su inteligencia creativa, sólo
pueden entenderse desde la manipulación de todas las sociedades patriarcales en
beneficio de los intereses masculinos y a su miedo al desarrollo de esa
vertiente creativa femenina que, en lugar de dictar leyes rígidas y regresivas,
busca relaciones humanas en libertad. El sometimiento, la jerarquía per se, la violencia, la
intolerancia, no son más que reflejo de las sociedades ancladas en el miedo al
cambio y, en eso, la mujer que despierta no quiere participar más. Es evidente
que la mujer ha tenido que claudicar en sus reivindicaciones de libertad en
muchos momentos de la historia, y bajo diferentes collares ideológicos y
morales, pero hay en ella un espíritu de combate interno que le va hablando en
voz baja y le susurra al oído, desde la sombra de su corazón, mostrándole un
mundo fuera del jardín doméstico donde aún puede ser feliz.
Es la gallina de Guinea la que cacarea
en todo momento por nuestro interior. Es su canto de gallina de Guinea el que
nos dice que si dejamos salir esa melodía de nuestra choza y dejamos que salga
a la luz, trascenderemos las prisiones de los conceptos establecidos; ella nos
invita a realizar nuestros sueños. Siempre ha habido "mujeres que corren
con los lobos"[5] -como dice la doctora psicoanalista junguiana C. P.
Estes- y también "mujeres que corren y ríen con gallinas de Guinea"
en todas las culturas. Mujeres con dignidad. Al fondo de la espesura, siempre
nos esperará una gallina de Guinea para pedirnos que nos arriesguemos a
abrazarla con fuerza y que la adoptemos como hijo. Un hijo que será legítimo y,
sin duda, el predilecto de su madre, porque en esa decisión valiente ella se juega
su destino.
[1] Kraal: núcleo circular de
cabañas agrupadas en forma de colmena donde tradicionalmente vivían los zulúes
y, en cuyo centro, situaban al ganado.
[2] Luria,
A. R. (1984): Conciencia y lenguaje,
Visor Libros, Madrid. Traducción de Marta Shuare.
[3] Luria,
A. R. (1984): Conciencia y lenguaje,
Visor Libros, Madrid. Traducción de Marta Shuare.
[4] Schlüter,
A. M. (1996): El camino del despertar en
los cuentos, Editorial Zendo Betania, Guadalajara.
[5] Estes,
C. P. (2002): Mujeres que corren con los
lobos, Ediciones B, Barcelona. Traducción de M.ª Antonia Menini.
***
Teresa Iturriaga Osa nace en Palma de Mallorca
en 1961 donde vive sus felices años de infancia hasta que su padre, el chef
J.J. Iturriaga, decide regresar a su tierra natal e instalarse en Bilbao en 1974.
Allí pasa su adolescencia y realiza sus estudios de bachillerato, al tiempo que
conoce grupos por la paz y la no-violencia gandhiana. Abandona el núcleo familiar
con apenas diecisiete años para formar parte de la primera Comunidad del Arca
de Lanza del Vasto creada en España, en la que vivió cinco años. En 1985 se
traslada a vivir a Las Palmas de Gran Canaria, donde reside actualmente. Estudia
la carrera de Traducción e Interpretación en la ULPGC y, tras licenciarse en
1999, obtiene el número uno de la Comunidad Autónoma Canaria por su expediente académico
universitario, obteniendo una beca de cuatro años del Gobierno de Canarias
cofinanciada por el Fondo Social Europeo para la realización de su tesis
doctoral. Su investigación se centró en la traducción especializada del
periodismo de viajes en la década de los noventa. Como doctora en Traducción e
Interpretación, ha sido invitada a presentar su trabajo en seminarios y
proyectos europeos de la ULPGC, el CSIC y el Instituto Cervantes de París. Dedicada a la gestión cultural, periodismo,
sociología, radio, poesía, ensayo, relato, traducción. Su actividad se recoge en revistas
literarias y portales digitales. Fue directora cultural, coordinadora y autora
de una serie de entrevistas de interés etnográfico en la plataforma www. miplayadelascanteras.com.
Como traductora,
destaca Modou Modou (un ensayo sobre el drama de la
inmigración africana, del senegalés Seydi Ababacar Mbaye) y sus colaboraciones en
las webs de noticias africanas www.laveudafrica.com y www.africainfomarket.org. Ha dirigido los proyectos
interculturales Que suenen las olas (mujeres que escriben en
Canarias y Marruecos) y Alar de rosas (España- Orfanato de Honduras). Sus libros: Mi
Playa de las Canteras, Juego astral, Revuelto de isleñas, Desvelos (relatos inspirados en ocho mujeres de diferentes
nacionalidades de Casas de Acogida del Cabildo de Gran Canaria), Sobre el andén, Gata en
tránsito (prologado por J. M. Caballero Bonald), Campos Elíseos, En la ciudad
sin puertas, DeLirium, El oro de Serendip (L’Or de Serendip edición
francesa L’Harmattan) y Arden las zarzas. Se
incluye en varias antologías: Orillas Ajenas, Hilvanes, Fricciones,
Ecos II, Doble o nada, Madrid en los Poetas Canarios, París, Mujeres en la Historia
I-II-III, Casa de fieras, Pilpil y mojo, Palabras descalzas, En un lugar del Universo, Sexo robótico y 2120.
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