LLAMADA URGENTE Recaudación de fondos Covid-19
ALAR DE ROSAS - Antología VV. AA.
Un cuento de duendes para adultos, de Sergio Arrieta.
Aún recuerdo tu letra, de Carmen del Puerto Varela.
Un día especial, de Fátima Díez.
El Scat, de Eduardo González Ascanio.
Marengo, de Emilio González Déniz.
Amigos de papel, de Anita Haas.
Por el camino verde, de Teresa Iturriaga Osa.
La mansión embrujada, de Antonio López Ortega.
La piedra de abril, de Miren Agur Meabe Plaza.
La sonata de Rachmaninov, de José M. Rodríguez Herrera.
De manzanas y otros cuentos, de Elisa Rueda.
El tataranieto de la calle Barquilleros, de Pablo Sabalza Ortiz-Roldán.
Querido diario lindo, de Tina Suárez Rojas.
La memoria del mundo, de Pedro Ugarte.
***
Diseño de la cubierta: Jack Lanagan Dunbar
Imagen de la cubierta: Alfonso Crujera.
Coordinación y edición: Teresa Iturriaga Osa
***
ORFANATO EN HONDURAS
Our Little Roses / Nuestras Pequeñas Rosas
www.ourlittleroses.org
Fragmento del relato "Un cuento de
duendes para adultos", de Sergio Arrieta:
Esa amistad original entre seres de
mundos distintos, solo tuvo una consecuencia negativa. El niño, tras regalarle
la ropa a su amigo follet, se pasó meses y meses intentando explicar el origen
de ese nuevo armario, que había aparecido como por arte de magia en su
habitación. Uno precioso, moderno y blanco como la nieve. Cada vez que oía una
nueva versión inventada por su amigo, el duende se desternillaba de risa y
golpeaba el armario por dentro, con su cabeza. Pero claro, el niño era el único
que oía a su pequeño gran amigo. Y se reía él también, ante las miradas
atónitas de sus padres. Al final, llegaron a la conclusión de que tenían un
niño distinto a los demás, lo cual no les preocupó ni lo más mínimo.
Fragmento del relato “Aún recuerdo tu
letra”, de Carmen del Puerto Varela:
Por
favor, no borres este mensaje pensando que es basura electrónica. Tampoco se
trata de un programa nostálgico de Antena 3 o el guión sentimental de una serie
familiar de Telecinco. Nostalgia y sentimiento no faltan en este mensaje. Pero
espero que lo valores como un regalo de una amiga de la infancia.
Aún
recuerdo tu letra, con grandes
puntos redondos sobre las íes. También tus
pecas, aunque las de Marta eran más evidentes. Ahora veo que te asoman
por los hombros. No has cambiado mucho, te he reconocido sin dificultad: el
pelo oscuro y rizado, aunque lo llevabas corto o recogido en una coleta, y
adivino tus ojos ¿verdes? bajo el maquillaje. Tu foto ha causado admiración
entre mis compañeros de trabajo. Ellos saben de “esta película”.
Fragmento del relato “Un día especial”,
de Fátima Díez:
Después
de una aburrida ceremonia regresamos a casa. ¿Para esto tantos nervios? Miro a
papá. Apenas apunta una sonrisa cuando la señora de la sonrisa equina le coge
de la mano. Me regaña porque no me he colocado junto a ellos en el altar.
Asegura que ese era mi puesto. Después la señora me mira fijamente -casi me da
miedo- y enhebrando con propiedad el brazo de papá, me pregunta:
-
¿Cómo quieres llamarme? ¿Tía o… mamá?
Papá
espera paciente cualquier reacción por mi parte. Nos hemos metido en un atasco.
El sonido terrible de las bocinas cubre nuestro silencio. Es inútil intentar
escapar de esos dientes largos como puñales. Se me forma un nudo en la
garganta, tengo los ojos encharcados y sin remedio mis lágrimas pierden la
gravedad.
Con
toda la angustia del mundo reflejada en mi cara, con toda la rabia del
huérfano, con toda la fuerza que crea la sinrazón, la miro desafiante y le saco
la lengua.
Fragmento del relato “El Scat”, de
Eduardo González Ascanio:
A mí me empezó a caer
bien Sarah y hasta llegué a olvidarme de la ahogadura que le tenía jurada para
mis adentros. Pero lo que yo no me esperaba era que mamá me había preparado una
reunión a traición con ella y con Araceli en la clase. Entre las dos me
hicieron entender (algo, un poquito) que la niña no sonreía porque disfrutara
con la muerte del abuelo, sino porque a lo mejor no sabía qué era morirse y
pensaba que se había ido a hacer algo nuevo y muy especial, tan especial que a
ella se le acercaría mucha gente a sonreírle, a hacerle caricias y se vería
como la princesa de un cuento. Y yo diría que casi me convencieron, pero
aquella reunión preparada por la espalda me había sentado mal y aún pensaba un
poco en la ahogadura, esta vez sin decir nada.
Fragmento del relato “Marengo”, de
Emilio González Déniz:
El amo Neftalí compró el
potrillo Marengo de esta historia en una granja de un pueblecito cercano al
puerto de Tolón. Recibió su nombre del barco francés que lo trasladaría a la
lejana isla donde el amo Neftalí poseía extensas e intrincadas explotaciones
agrícolas. Muchas de estas tierras tenían malos caminos porque entonces apenas
se habían roturado estrechas y difíciles carreteras de tierra; el amo pensó que
un caballo de carga vendría bien a su mayordomo, el abuelo Zacarías, para
recorrer aquellas lomas peladas, aunque también ayudaría en las tareas en las
que hiciera falta la fuerza de un animal de ochocientos kilos. El Marengo del
amo Neftalí no estaba destinado a cabalgar en las batallas de Austerlitz o
Borodino, sino a tirar de pesados carros, a trasladar sacos de muchos quintales
y toneles de combustible para los motores elevadores de agua de la represa de
Cortadores, que recogía agua de las lluvias de las escorrentías de muchas
hectáreas de pinar.
Fragmento de “Amigos de papel”, de Anita Haas:
Si
me siento sola o padezco malos ratos,
Busco
mis amigos y devoro sus relatos.
Altos,
flacos, gordos, feos, ricos, bellos, bajos,
Niños,
viejos, listos, tontos, tristes, malos, majos
Todos
viven juntos en estantes de madera.
¡Hay
que subir mucho con la alta escalera!
Libros
por leer,
Amigos
por querer,
Aventuras
por doquier.
Fragmento del relato “Por el camino
verde”, de Teresa Iturriaga Osa:
Serían las ocho de la mañana cuando
entraron a registrar el lugar y, al sentir el jaleo, la señora alertó a los
críos para que se escondieran debajo de la escalera. Temerosos en la oscuridad,
oían el estruendo de las botas, hombres subiendo y bajando los peldaños sobre
sus cabezas, derribando muebles, abriendo puertas a golpe de culata… Un oficial
gritaba dando órdenes mientras ellos contenían la respiración. Finalmente,
fueron descubiertos y se llevaron a Vitoria a todos los miembros de la familia
para interrogarlos. Luego se rumoreó que los supervivientes habían emigrado a
América. “¡Quién me iba a decir a mí que, después de tantos años –abría los
ojos encendidos de vida-, nos volveríamos a ver en Puerto Rico!”. Y así fue.
Rafael era el niño con el que se escondió el día en que fueron a buscar a su
padre. Aquel reencuentro fue algo tan extraordinario que no tenía palabras para
describirlo. Se citaron en una pasarela que había en la entrada del hotel, y,
al verse, empezaron a correr como locos el uno hacia el otro hasta fundirse en
un abrazo... con una emoción que le ponía la piel de gallina al recordarlo.
Fragmento del relato “La mansión embrujada”,
de Antonio López Ortega:
Abrazados todos en la ladera como una cadena humana,
entre ventiscas y música de acordes tenebrosos, vemos cómo el hombre enciende
el automóvil, cómo el hijo se monta en el asiento trasero, cómo la esposa pide
unos minutos para despedirse de la propietaria, cómo el hombre le dice que no,
que no suba, cómo ella insiste, cómo sube hasta el ático, cómo el hombre
espera, cómo la mujer no baja, cómo el hombre pierde la paciencia, cómo sube de
dos en dos los escalones para buscarla, cómo grita llamándola, cómo llega hasta
la antesala del ático y encuentra la bandeja vacía, cómo irrumpe de golpe en el
dormitorio, cómo se encuentra a la vieja de espaldas en su silla de ruedas,
cómo la ve mirando por la ventana, cómo le pregunta por la esposa sin que la
vieja conteste, cómo la cámara —que somos nosotros en la ladera— comienza a
girar lentamente para descubrimos que la vieja es la esposa, que la esposa es
la encarnación del alma de la casa, cómo el hombre grita —junto con nosotros—,
cómo retrocede hasta salir disparado por la ventana, cómo su cuerpo cae en
cámara lenta desde el ático, cómo su rostro se estrella contra el parabrisas
del automóvil, cómo sólo nos quedamos con el aullido del hijo viendo la cara
ensangrentada del padre…
Fragmento del relato “La piedra de
abril”, de Miren Agur Meabe:
Se marcharon sin avisar, a toda prisa. Su madre le dijo a la mía
algo que no quiso explicarme. Todo se zanjaba con un “cosas de mayores”.
Durante un tiempo me consolé criando a Lila, mi gata. Yo sin madrina, yo sin
amiga, yo sin sortija puesto que Berta se la llevó sin decirme nada. Por lo
tanto, siempre he supuesto que no le iría muy mal en la vida.
La amatista me habría venido mejor a mí, ahora que sé que alivia
los dolores de cabeza, libra de impurezas y ayuda a respirar. Aparte de que era
de la familia.
Yo he hecho muchas cosas en la mía, tantas que se me han olvidado,
quitando lo que me ha costado sacar adelante a mis hijas y algunos disgustos.
No me he movido del pueblo, pero vivo en una residencia porque ya no puedo
desenvolverme sola. Las paredes están pintadas de blanco y el mobiliario es de
metal. Sin embargo, abril está saliendo muy bueno.
Fragmento del relato “La sonata de
Rachmaninov”, de José M. Rodríguez Herrera:
Moshé trató de curarle la herida con
parte de lo que había en el botiquín. Los efectos de la fiebre hicieron que
Ammon apenas tardara unos pocos minutos en quedarse completamente dormido. Soñó
que Hannah y él estaban interpretando la sonata de Rachmaninov ante un auditorio
engalanado para la ocasión. Estaban ya en los compases finales del último
movimiento, en la parte del Vivante. Los dedos de Hannah dibujaban arabescos
sobre las teclas, como duendecillos ingrávidos y traviesos. Él entraba en
diálogo con ella, sumándose a este momento de intenso júbilo con notas cada vez
más dinámicas y apasionadas. Los instrumentos vibraban ahora al unísono, como
si las dos almas se fundieran en una sola. De pronto, un fundido en negro. Todo
el teatro se había quedado a oscuras. Ambos se detuvieron por un instante,
pero, tras unos segundos, como movidos por la misma fuerza etérea, prosiguieron
justo donde lo habían dejado. Seguían enhebrando sus notas en medio de la
oscuridad más penetrante. Cada vez con más intensidad. Forte. Fortissimo.
Fragmento del relato “De manzanas y
otros cuentos”, de Elisa Rueda:
Marga,
amiga en la que tenía puesta toda mi confianza, me estaba avisando de algo que
yo no había ni siquiera sospechado. El exterior de aquellas “otras amigas” no
me hizo imaginar que estuvieran podridas; Marga dice que de envidia. No sé de
qué. Quizá fuera porque ellas estaban ya trabajando y yo había decidido
trabajar los fines de semana y seguir con mis estudios.
Saben muy mal las manzanas podridas, a
veces tienen gusanos y cuando les das el primer y único mordisco, el sabor es
nauseabundo y aunque escupas lo que tienes aún en la boca, nunca se puede
evitar que queden restos en tu saliva y los tragues. También pudren la fruta
que está en contacto con ellas.
Fue dolorosa la digestión de aquellas
manzanas, y comprobar que otras, que yo quería, habían sido infectadas por
ellas. Las aparté de mí, quedaban muchas manzanas aún en el cesto de la vida.
Fragmento del relato “El tataranieto de
la calle Barquilleros”, de Pablo Sabalza Ortiz-Roldán:
El sabor del aire es grato a mi paladar urbano.
Cada mañana el rocío invita a los caracoles a
su libertad más adolescente.
La niebla no me impide acercarme por los
caminos viejos, pues levanta su níveo telón en pocas horas y advierto los
campos encender sus colores, otrora plateados por la fina lluvia, y convertirse
en horizontales horizontes de lámparas verdes.
Silbo, como lo hacen las estrellas fugaces,
canciones alegres y a veces, entre las cabañas donde pacen los terneros, aúllo
al eco mi imparable alegría.
Allí donde almuerzo un sabroso pan de pueblo y,
como recién nacido, me dirijo inmortal a conversar con los sabios lugareños que
juegan a los bolos o a las cartas o al dominó, de allí, y no de otro lugar,
eran mis tatarabuelos conocidos en Pamplona por la calle de los barquilleros.
‘Tengo barquillos, barquillitos. ¿Te gustan mis
barquillos, preciosa?’
Fragmento del relato “Querido diario
lindo”, de Tina Suárez Rojas:
Te prometo que ya no sabíamos qué
hacer para devolverle la alegría hasta que la otra noche por fin todo quedó
aclarado. Como un botón de nácar colgando del cielo, la luna se dejó ver
hermosa y grandísima. Sentados en un banco del parque y comiendo pipas, a mis
amigos y a mí nos pareció que la luna tenía la misma tristeza que la niña rara.
Nos atrevimos a preguntarle que si ella era de allí, del reino lunar, y
entonces comenzó a lloriquear, apuntó su dedito hacia el astro y nos dio la
razón definitivamente. Querido diario lindo, ¿cómo crees tú que pudo caerse de
la luna esta niña?, ¿tal vez tropezó y vino a dar a aquí abajo, embadurnada de
polvo de estrellas…? Enseguidita nos acordamos de que el señor Escalante –que
es albañil- tiene en su taller la escalera más estirada del mundo y entonces le
dijimos a la niña rara que se animase, que se sintiera contenta, que tuviese
bien preparada su bolsa de viaje porque al anochecer del día siguiente, entre
todos los amigos del barrio, agarraríamos con firmeza aquella escalera para que
ella subiese despacito, peldaño a peldaño, y estuviera cuanto antes de regreso
a su casa.
Fragmento del relato “La memoria del
mundo”, de Pedro Ugarte:
Aún
no somos más de mil personas, pero ya ha pasado lo peor. Así lo demuestra que
la mitad de la colonia esté compuesta por jóvenes y niños, nacidos después de
la explosión. En ellos depositamos la esperanza de un mundo mejor. Entre
nosotros, los mayores, se reparten las tareas y reconquistamos poco a poco
parcelas de bienestar. Hay ingenieros que construyen generadores, pequeños talleres
de metalurgia. Tienen los conocimientos, pero aún hacen falta herramientas y
materias primas. Con el tiempo, construyen ingenios que recuerdan vagamente
antiguas comodidades. Hay una precaria instalación de electricidad, bombas para
extraer el agua. Uno de sus últimos éxitos ha sido construir departamentos
estancos que con el tiempo podrían cumplir la función de conservar alimentos
con el frío. También hay médicos, juristas y contables. Atienden a los más
débiles, organizan los almacenes, distribuyen los recursos. Minuciosos
artesanos comienzan a elaborar toda clase de instrumentos y algún viejo
agricultor ordena seleccionar semillas y extender las plantaciones. La colonia,
a pesar de las penalidades del principio, por fin no pasa hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario