miércoles, 4 de noviembre de 2020

 

 LLAMADA URGENTE Recaudación de fondos Covid-19

ALAR DE ROSAS

EN LIBRERÍA TAO (LAS PALMAS)
Y EN LIBRERÍA DESPERATE LITERATURE (MADRID)

PARA EL ORFANATO OUR LITTLE ROSES
EN SAN PEDRO SULA, HONDURAS.



Ante la imposibilidad de viajar y presentar el libro de relatos ALAR DE ROSAS -con el fin de recaudar fondos para el orfanato Our Little Roses de Honduras-, mi amiga Feli Revilla se ofreció a distribuirlo en su Librería Tao. San Pedro Sula es uno de los focos más castigados por la pandemia y la situación de pobreza extrema del país se agrava por momentos. La ayuda es urgente.
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Pueden hacer sus pedidos por teléfono y pasar a recogerlos de lunes a viernes por las mañanas de 11.00 a 14.00 h. y por las tardes de 17.00 a 20.00 h.
Resérvalo y disfrútalo; 14 autores/as escriben sobre la amistad en la infancia, portada artística de Alfonso Crujera; disponible.#libreriatao.es


Librería Tao

Calle Doctor Juan de Padilla Nº 19 código postal: 35002
Las Palmas de Gran Canaria / Gran Canaria / España.
Teléfono: 928 36 24 64

Libreria Especializada en psicología, salud y desarrollo personal.
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Y en la Librería Desperate Literature

Calle Campomanes, nº 13 código postal 28013
Madrid / España
Abierto los 7 días de
domingo a viernes: 10.30 a 2.30 p. M. I 4: 00 a 9.30 p. M.
Sábados: 10:30 a. M. A 9:30 p. M. 
Tel: 911 888 089
Metro: Opera

Sitio web: https://desperateliterature.com/
Librería internacional
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Gracias por su apoyo siempre.

Teresa Iturriaga Osa
(Coordinadora Alar de rosas)

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https://www.ourlittleroses.org/


ALAR DE ROSAS - Antología VV. AA.

Un cuento de duendes para adultos, de Sergio Arrieta.

Aún recuerdo tu letra, de Carmen del Puerto Varela.

Un día especial, de Fátima Díez.

El Scat, de Eduardo González Ascanio.

Marengo, de Emilio González Déniz.

Amigos de papel, de Anita Haas.

Por el camino verde, de Teresa Iturriaga Osa.

La mansión embrujada, de Antonio López Ortega.

La piedra de abril, de Miren Agur Meabe Plaza.

La sonata de Rachmaninov, de José M. Rodríguez Herrera.

De manzanas y otros cuentos, de Elisa Rueda.

El tataranieto de la calle Barquilleros, de Pablo Sabalza Ortiz-Roldán.

Querido diario lindo, de Tina Suárez Rojas.

La memoria del mundo, de Pedro Ugarte.

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Diseño de la cubierta: Jack Lanagan Dunbar

Imagen de la cubierta: Alfonso Crujera. 

Título: Charca Residual. 
Técnica: Galvanografía de cobre.

Coordinación y edición: Teresa Iturriaga Osa

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ORFANATO EN HONDURAS

Our Little Roses / Nuestras Pequeñas Rosas

Proyecto de educación bilingüe que impulsa 
el poeta y pastor norteamericano Spencer Reece.

www.ourlittleroses.org


Fragmento del relato "Un cuento de duendes para adultos", de Sergio Arrieta:

 

Esa amistad original entre seres de mundos distintos, solo tuvo una consecuencia negativa. El niño, tras regalarle la ropa a su amigo follet, se pasó meses y meses intentando explicar el origen de ese nuevo armario, que había aparecido como por arte de magia en su habitación. Uno precioso, moderno y blanco como la nieve. Cada vez que oía una nueva versión inventada por su amigo, el duende se desternillaba de risa y golpeaba el armario por dentro, con su cabeza. Pero claro, el niño era el único que oía a su pequeño gran amigo. Y se reía él también, ante las miradas atónitas de sus padres. Al final, llegaron a la conclusión de que tenían un niño distinto a los demás, lo cual no les preocupó ni lo más mínimo.

 

Fragmento del relato “Aún recuerdo tu letra”, de Carmen del Puerto Varela:

 

Por favor, no borres este mensaje pensando que es basura electrónica. Tampoco se trata de un programa nostálgico de Antena 3 o el guión sentimental de una serie familiar de Telecinco. Nostalgia y sentimiento no faltan en este mensaje. Pero espero que lo valores como un regalo de una amiga de la infancia.

Aún recuerdo tu letra, con grandes puntos redondos sobre las íes. También tus pecas, aunque las de Marta eran más evidentes. Ahora veo que te asoman por los hombros. No has cambiado mucho, te he reconocido sin dificultad: el pelo oscuro y rizado, aunque lo llevabas corto o recogido en una coleta, y adivino tus ojos ¿verdes? bajo el maquillaje. Tu foto ha causado admiración entre mis compañeros de trabajo. Ellos saben de “esta película”.

 

Fragmento del relato “Un día especial”, de Fátima Díez:

 

Después de una aburrida ceremonia regresamos a casa. ¿Para esto tantos nervios? Miro a papá. Apenas apunta una sonrisa cuando la señora de la sonrisa equina le coge de la mano. Me regaña porque no me he colocado junto a ellos en el altar. Asegura que ese era mi puesto. Después la señora me mira fijamente -casi me da miedo- y enhebrando con propiedad el brazo de papá, me pregunta:

- ¿Cómo quieres llamarme? ¿Tía o… mamá?

Papá espera paciente cualquier reacción por mi parte. Nos hemos metido en un atasco. El sonido terrible de las bocinas cubre nuestro silencio. Es inútil intentar escapar de esos dientes largos como puñales. Se me forma un nudo en la garganta, tengo los ojos encharcados y sin remedio mis lágrimas pierden la gravedad.

Con toda la angustia del mundo reflejada en mi cara, con toda la rabia del huérfano, con toda la fuerza que crea la sinrazón, la miro desafiante y le saco la lengua.

 

Fragmento del relato “El Scat”, de Eduardo González Ascanio:

 

A mí me empezó a caer bien Sarah y hasta llegué a olvidarme de la ahogadura que le tenía jurada para mis adentros. Pero lo que yo no me esperaba era que mamá me había preparado una reunión a traición con ella y con Araceli en la clase. Entre las dos me hicieron entender (algo, un poquito) que la niña no sonreía porque disfrutara con la muerte del abuelo, sino porque a lo mejor no sabía qué era morirse y pensaba que se había ido a hacer algo nuevo y muy especial, tan especial que a ella se le acercaría mucha gente a sonreírle, a hacerle caricias y se vería como la princesa de un cuento. Y yo diría que casi me convencieron, pero aquella reunión preparada por la espalda me había sentado mal y aún pensaba un poco en la ahogadura, esta vez sin decir nada.

 

Fragmento del relato “Marengo”, de Emilio González Déniz:

 

El amo Neftalí compró el potrillo Marengo de esta historia en una granja de un pueblecito cercano al puerto de Tolón. Recibió su nombre del barco francés que lo trasladaría a la lejana isla donde el amo Neftalí poseía extensas e intrincadas explotaciones agrícolas. Muchas de estas tierras tenían malos caminos porque entonces apenas se habían roturado estrechas y difíciles carreteras de tierra; el amo pensó que un caballo de carga vendría bien a su mayordomo, el abuelo Zacarías, para recorrer aquellas lomas peladas, aunque también ayudaría en las tareas en las que hiciera falta la fuerza de un animal de ochocientos kilos. El Marengo del amo Neftalí no estaba destinado a cabalgar en las batallas de Austerlitz o Borodino, sino a tirar de pesados carros, a trasladar sacos de muchos quintales y toneles de combustible para los motores elevadores de agua de la represa de Cortadores, que recogía agua de las lluvias de las escorrentías de muchas hectáreas de pinar.

 

Fragmento de “Amigos de papel”, de Anita Haas:

 

Si me siento sola o padezco malos ratos,

Busco mis amigos y devoro sus relatos.

 

Altos, flacos, gordos, feos, ricos, bellos, bajos,

Niños, viejos, listos, tontos, tristes, malos, majos

 

Todos viven juntos en estantes de madera.

¡Hay que subir mucho con la alta escalera!

 

Libros por leer,

Amigos por querer,

Aventuras por doquier.

 

Fragmento del relato “Por el camino verde”, de Teresa Iturriaga Osa:

 

Serían las ocho de la mañana cuando entraron a registrar el lugar y, al sentir el jaleo, la señora alertó a los críos para que se escondieran debajo de la escalera. Temerosos en la oscuridad, oían el estruendo de las botas, hombres subiendo y bajando los peldaños sobre sus cabezas, derribando muebles, abriendo puertas a golpe de culata… Un oficial gritaba dando órdenes mientras ellos contenían la respiración. Finalmente, fueron descubiertos y se llevaron a Vitoria a todos los miembros de la familia para interrogarlos. Luego se rumoreó que los supervivientes habían emigrado a América. “¡Quién me iba a decir a mí que, después de tantos años –abría los ojos encendidos de vida-, nos volveríamos a ver en Puerto Rico!”. Y así fue. Rafael era el niño con el que se escondió el día en que fueron a buscar a su padre. Aquel reencuentro fue algo tan extraordinario que no tenía palabras para describirlo. Se citaron en una pasarela que había en la entrada del hotel, y, al verse, empezaron a correr como locos el uno hacia el otro hasta fundirse en un abrazo... con una emoción que le ponía la piel de gallina al recordarlo.

 

Fragmento del relato “La mansión embrujada”, de Antonio López Ortega:

 

Abrazados todos en la ladera como una cadena humana, entre ventiscas y música de acordes tenebrosos, vemos cómo el hombre enciende el automóvil, cómo el hijo se monta en el asiento trasero, cómo la esposa pide unos minutos para despedirse de la propietaria, cómo el hombre le dice que no, que no suba, cómo ella insiste, cómo sube hasta el ático, cómo el hombre espera, cómo la mujer no baja, cómo el hombre pierde la paciencia, cómo sube de dos en dos los escalones para buscarla, cómo grita llamándola, cómo llega hasta la antesala del ático y encuentra la bandeja vacía, cómo irrumpe de golpe en el dormitorio, cómo se encuentra a la vieja de espaldas en su silla de ruedas, cómo la ve mirando por la ventana, cómo le pregunta por la esposa sin que la vieja conteste, cómo la cámara —que somos nosotros en la ladera— comienza a girar lentamente para descubrimos que la vieja es la esposa, que la esposa es la encarnación del alma de la casa, cómo el hombre grita —junto con nosotros—, cómo retrocede hasta salir disparado por la ventana, cómo su cuerpo cae en cámara lenta desde el ático, cómo su rostro se estrella contra el parabrisas del automóvil, cómo sólo nos quedamos con el aullido del hijo viendo la cara ensangrentada del padre…

 

Fragmento del relato “La piedra de abril”, de Miren Agur Meabe:

 

Se marcharon sin avisar, a toda prisa. Su madre le dijo a la mía algo que no quiso explicarme. Todo se zanjaba con un “cosas de mayores”. Durante un tiempo me consolé criando a Lila, mi gata. Yo sin madrina, yo sin amiga, yo sin sortija puesto que Berta se la llevó sin decirme nada. Por lo tanto, siempre he supuesto que no le iría muy mal en la vida.

La amatista me habría venido mejor a mí, ahora que sé que alivia los dolores de cabeza, libra de impurezas y ayuda a respirar. Aparte de que era de la familia.

Yo he hecho muchas cosas en la mía, tantas que se me han olvidado, quitando lo que me ha costado sacar adelante a mis hijas y algunos disgustos. No me he movido del pueblo, pero vivo en una residencia porque ya no puedo desenvolverme sola. Las paredes están pintadas de blanco y el mobiliario es de metal. Sin embargo, abril está saliendo muy bueno.


Fragmento del relato “La sonata de Rachmaninov”, de José M. Rodríguez Herrera:

 

Moshé trató de curarle la herida con parte de lo que había en el botiquín. Los efectos de la fiebre hicieron que Ammon apenas tardara unos pocos minutos en quedarse completamente dormido. Soñó que Hannah y él estaban interpretando la sonata de Rachmaninov ante un auditorio engalanado para la ocasión. Estaban ya en los compases finales del último movimiento, en la parte del Vivante. Los dedos de Hannah dibujaban arabescos sobre las teclas, como duendecillos ingrávidos y traviesos. Él entraba en diálogo con ella, sumándose a este momento de intenso júbilo con notas cada vez más dinámicas y apasionadas. Los instrumentos vibraban ahora al unísono, como si las dos almas se fundieran en una sola. De pronto, un fundido en negro. Todo el teatro se había quedado a oscuras. Ambos se detuvieron por un instante, pero, tras unos segundos, como movidos por la misma fuerza etérea, prosiguieron justo donde lo habían dejado. Seguían enhebrando sus notas en medio de la oscuridad más penetrante. Cada vez con más intensidad. Forte. Fortissimo.

 

Fragmento del relato “De manzanas y otros cuentos”, de Elisa Rueda:

 

       Marga, amiga en la que tenía puesta toda mi confianza, me estaba avisando de algo que yo no había ni siquiera sospechado. El exterior de aquellas “otras amigas” no me hizo imaginar que estuvieran podridas; Marga dice que de envidia. No sé de qué. Quizá fuera porque ellas estaban ya trabajando y yo había decidido trabajar los fines de semana y seguir con mis estudios.

      Saben muy mal las manzanas podridas, a veces tienen gusanos y cuando les das el primer y único mordisco, el sabor es nauseabundo y aunque escupas lo que tienes aún en la boca, nunca se puede evitar que queden restos en tu saliva y los tragues. También pudren la fruta que está en contacto con ellas.

      Fue dolorosa la digestión de aquellas manzanas, y comprobar que otras, que yo quería, habían sido infectadas por ellas. Las aparté de mí, quedaban muchas manzanas aún en el cesto de la vida.

 

Fragmento del relato “El tataranieto de la calle Barquilleros”, de Pablo Sabalza Ortiz-Roldán:

 

El sabor del aire es grato a mi paladar urbano.

Cada mañana el rocío invita a los caracoles a su libertad más adolescente.

La niebla no me impide acercarme por los caminos viejos, pues levanta su níveo telón en pocas horas y advierto los campos encender sus colores, otrora plateados por la fina lluvia, y convertirse en horizontales horizontes de lámparas verdes.

Silbo, como lo hacen las estrellas fugaces, canciones alegres y a veces, entre las cabañas donde pacen los terneros, aúllo al eco mi imparable alegría.

Allí donde almuerzo un sabroso pan de pueblo y, como recién nacido, me dirijo inmortal a conversar con los sabios lugareños que juegan a los bolos o a las cartas o al dominó, de allí, y no de otro lugar, eran mis tatarabuelos conocidos en Pamplona por la calle de los barquilleros.

‘Tengo barquillos, barquillitos. ¿Te gustan mis barquillos, preciosa?’

 

Fragmento del relato “Querido diario lindo”, de Tina Suárez Rojas:

 

Te prometo que ya no sabíamos qué hacer para devolverle la alegría hasta que la otra noche por fin todo quedó aclarado. Como un botón de nácar colgando del cielo, la luna se dejó ver hermosa y grandísima. Sentados en un banco del parque y comiendo pipas, a mis amigos y a mí nos pareció que la luna tenía la misma tristeza que la niña rara. Nos atrevimos a preguntarle que si ella era de allí, del reino lunar, y entonces comenzó a lloriquear, apuntó su dedito hacia el astro y nos dio la razón definitivamente. Querido diario lindo, ¿cómo crees tú que pudo caerse de la luna esta niña?, ¿tal vez tropezó y vino a dar a aquí abajo, embadurnada de polvo de estrellas…? Enseguidita nos acordamos de que el señor Escalante –que es albañil- tiene en su taller la escalera más estirada del mundo y entonces le dijimos a la niña rara que se animase, que se sintiera contenta, que tuviese bien preparada su bolsa de viaje porque al anochecer del día siguiente, entre todos los amigos del barrio, agarraríamos con firmeza aquella escalera para que ella subiese despacito, peldaño a peldaño, y estuviera cuanto antes de regreso a su casa. 

 

Fragmento del relato “La memoria del mundo”, de Pedro Ugarte:

 

Aún no somos más de mil personas, pero ya ha pasado lo peor. Así lo demuestra que la mitad de la colonia esté compuesta por jóvenes y niños, nacidos después de la explosión. En ellos depositamos la esperanza de un mundo mejor. Entre nosotros, los mayores, se reparten las tareas y reconquistamos poco a poco parcelas de bienestar. Hay ingenieros que construyen generadores, pequeños talleres de metalurgia. Tienen los conocimientos, pero aún hacen falta herramientas y materias primas. Con el tiempo, construyen ingenios que recuerdan vagamente antiguas comodidades. Hay una precaria instalación de electricidad, bombas para extraer el agua. Uno de sus últimos éxitos ha sido construir departamentos estancos que con el tiempo podrían cumplir la función de conservar alimentos con el frío. También hay médicos, juristas y contables. Atienden a los más débiles, organizan los almacenes, distribuyen los recursos. Minuciosos artesanos comienzan a elaborar toda clase de instrumentos y algún viejo agricultor ordena seleccionar semillas y extender las plantaciones. La colonia, a pesar de las penalidades del principio, por fin no pasa hambre. 


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