RECUERDOS DE LA PLAYA CHICA EN LA NUEVA NOVELA DE
EMILIO GONZÁLEZ DÉNIZ “EL RELOJ DE CLÍO”
Por Teresa Iturriaga Osa
Mientras disfrutamos de la amistad y la literatura en la terraza de la Casa Roja del Paseo de las Canteras, el escritor Emilio González Déniz me habla de su nueva novela, un recorrido introspectivo coral de la mano de los personajes que le habitan. Y por los lugares de su geografía sentimental, destaca la presencia de los mercados, calles y parques de la ciudad antigua, el puerto, la playa… pero, sobre todo, el pulso de su escritura narrativa hoy se detiene en el fondo de una discoteca que hace muchos años solía frecuentar en la Playa Chica. Era la época en que la juventud se reunía en torno al baile y la música para disfrutar de una libertad incipiente hasta entonces prohibida en España. Fueron años de vino y rosas que no conviene olvidar. González Déniz registra esa vida explosiva en un ayer novelado con criterio, perspectiva, tiempo y distancia necesaria; todo ello unido a la técnica y a la prosa a las que nos tiene acostumbrados. Un estilo magistral que hipnotiza y ustedes se preguntarán entonces: ¿estoy soñando? No. Yo tampoco quiero despertar. Lean “El reloj de Clío” (Ed. La Palma) y lo comprobarán.
Fragmento de la novela “El reloj de Clío” de Emilio González Déniz:
“El
estruendo de una batería inoportuna cortó el baile, la conversación y, ¡oh,
todos los demonios! el abrazo. La música los obligó a separarse, primero las
mejillas, luego los cuerpos, después las manos. Cada cual saltaba entonces a su
modo (ella siempre ridiculizaría la estúpida manera de bailar del muchacho).
-Sentémonos,
Nureyev -rió Nanda cuando se hubo cansado de moverse al ritmo del sonido
Filadelfia, entonces en boga.
Y
se sentó. Teseo no pudo acomodarse a su lado, tal era el agobio de la rinconera
ocupada por el grupo de amigas. De pie, frente a ella, se esmeraba en mantener
el hilo de la comunicación, aunque solo fuera con gestos, sonrisas y miradas.
En cuanto observaba que alguno de los muchachuelos dados a la caza amagaba con
acercarse para sacarla a bailar, Teseo se agachaba para decirle alguna
estupidez al oído, que seguramente ella no entendía por el ruido ya que
respondía todas las veces con la misma expresión de <<ya lo sabía>>.
De esta manera tan poco original, Teseo logró que los navegantes avistados en
son de piratería se dieran cuenta de que Nanda estaba con él y eso entonces era
motivo suficiente para que los corsarios salieran espantados de las costas del
rincón de la discoteca.
A las nueve en punto cesó la penumbra. El pinchadiscos accionó la palanca que daba luz total a la sala. Los tonos oscuros del rojo de la decoración se suavizaron, la camisa malva de Nanda se aclaró hasta ser casi rosa. No obstante la luz, Nanda seguía siendo la misma; siempre Nanda ha sido Nanda: la república. La sesión de tarde de la discoteca de la Playa Chica terminaba con un vals, que ya nadie bailaba. La noche, para los adultos, ellos todavía eran demasiado jóvenes para llegar a casa después de las diez, aunque esa norma solo se aplicaba a las chicas.”
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