La gran serpiente
Cuento africano
Traducido por Teresa Iturriaga Osa
Cuando
el jefe Mikizi murió, hubo una gran discusión sobre quién sería el próximo jefe.
Mikizi tenía un hijo, pero la madre de aquel muchacho no quería que su hijo
fuera jefe.
“Nunca habrá paz si él es el jefe”, dijo
la madre. “La gente irá todos los días a pedirle cosas, pero a mi hijo le gusta
mucho dormir. Por eso, si se convierte en jefe, nunca será capaz de ocupar su
asiento y se pasará todo el día durmiendo”.
Los ancianos del lugar sabían que no tenía
ningún sentido intentar convertir a aquel chico en jefe, de manera que llamaron
a todos los sabios hechiceros de la comarca para que acudieran a una reunión y
les ayudaran a buscar un nuevo jefe. Entonces, el líder de los sabios hechiceros
dijo que sólo habría un modo de encontrarlo con la fórmula que ellos emplearían.
“Hay una colina cerca de aquí”, anunció.
“En las rocas que rodean esa colina hay una enorme serpiente. Quienquiera que
consiga capturar a la serpiente y traerla hasta aquí deberá ser el
jefe”.
A los ancianos les pareció muy bien
aquella forma de escoger al nuevo jefe, aunque dudaban de que hubiera alguien
tan valiente que se atreviese a capturar a la gran serpiente. Así, cuando se les
presentó un muchacho bajito y dijo que él quería intentarlo, todos se echaron a
reír.
“No seas tan estúpido”, le dijeron. “Los
muchachos de poca estatura jamás pueden capturar serpientes de gran tamaño”.
“A mí me gustaría intentarlo”, insistió el
chico.
Los ancianos le dijeron que no, que ni
siquiera podía intentarlo, pero aquel muchachito siguió insistiendo una y otra
vez hasta conseguir su permiso. Al final, les dio tanto la lata que le dieron su
consentimiento para que lo intentara.
“La serpiente te matará”, le advirtieron.
“Cuando vayas a por su garganta, deberías recordar nuestras palabras”.
El chico bajito salió hacia la colina
donde vivía la gran serpiente. Cuando dejaba atrás el pueblo, oyó a unas
personas que lloraban y se percató de que eran sus amigos. Ellos pensaban que
nunca regresaría, pero él no hizo caso de sus lamentos, pues sabía que sería
capaz de capturar a la serpiente y que la llevaría hasta el
pueblo.
Cuando alcanzó las primeras rocas
desparramadas al pie de la colina, se detuvo y escuchó los sonidos que llevaba
el viento. Escuchó el susurro de la hierba seca y el movimiento de las hojas de
los árboles. Escuchó el tenue goteo del agua y el sonido de un águila que cazaba
en lo alto, sobrevolando el suelo. Y, entonces, escuchó algo más: el sonido de
una serpiente sibilante.
El muchacho caminó hasta que se encontró
al pie de la colina. En ese momento, el sonido que había escuchado era cada vez
más grande y... enseguida, vio aparecer la cabeza de una gran serpiente por una
grieta que había entre las rocas. Parecía enfadada porque el muchachito había
ido a molestarla. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, salió disparada,
deslizándose hacia los pies del chico.
Al ver que la serpiente iba hacia él, el
chico dio media vuelta y echó a correr, alejándose de la colina. Él corría lo
más rápido posible, pero la serpiente no hacía más que reírse de sus piernillas,
a la vez que se deslizaba acercándose más y más al chico que
volaba.
Al mirar por encima de su hombro, el chico
vio dónde estaba la serpiente y oyó sus carcajadas. Siguió corriendo, mientras
cogía una calabaza que llevaba colgada en su hombro y sacaba cosas de su
interior, dejándolas caer. Primero, soltó una lagartija, luego, unas ranas. Y,
al final, dejó caer unos pequeños insectos.
La serpiente llegó hasta la lagartija y se
detuvo. Por un instante, dudó si seguir dando caza al muchacho, pero entonces
abrió su enorme boca y se tragó a la lagartija. Después, volvió a por él, pero
antes se detuvo al toparse con las ranas que saltaban por el
suelo.
La serpiente se zampó a las ranas, aunque
tardó un rato en atraparlas a todas. Entonces, con el vientre pesado por la
comilona, volvió a deslizarse tras el chico, pero se paró también al llegar a
los insectos.
Para cuando la serpiente se hubo comido todo lo que el chico había
soltado de su calabaza, ya se encontraban justo fuera de la valla del pueblo.
Entonces, el muchacho llamó a los ancianos para decirles que había vuelto. Ellos
caminaron muy despacio hacia el espacio de la
cerca.
“Bien, has vuelto. ¿Dónde está la gran
serpiente?”, exclamó uno de los ancianos.
Al principio, el chico no dijo nada, pero,
luego, con todas las miradas del pueblo puestas sobre él, se volvió y señaló
hacia la puerta. Acto seguido, la gran serpiente, que estaba gorda y pesada por
la tripada, fue deslizándose torpemente por el
pueblo.
La gente dejó escapar un gran suspiro al
verla llegar y, a toda velocidad, los hombres más jóvenes la sujetaron con
estacas al suelo. El muchacho bajito permaneció ante los ancianos y, entonces,
les preguntó si ya podían nombrarlo jefe. Los ancianos estaban asombrados de que
un chico de tan poca estatura pudiera haber sido tan valiente, pero recordaron
su promesa y todos estuvieron de acuerdo en nombrarlo
jefe.
Con el tiempo, ya siendo jefe, aquel
muchachito creció y se hizo más alto.
[Alexander
McCall Smith, “Great Snake”, del libro de cuentos africanos The Girl
Who Married A Lion, Canongate Books, Ltd, Edinburgh, 2004, pp.
121-124.]
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