viernes, 11 de septiembre de 2015


Odiseo a escena
 
Teresa Iturriaga Osa

 
 
Foto / Maite Del Río


 
        Quieta y soberana como una alhambra cansada,

veo pasar las horas frente a una loza de letras,

una copa me sirve tras el espejo un mar estéril de dichas,

        espías en corimbos apretados

traspasan los límites del azar.

        Fuera del agua, el cielo reluce

un alarde de erotismo

que no sobrevivirá ni a la risa de su esqueleto.

 

        Por eso, me paseo entre pupilas chinas.

Por eso, camino por el puente de bambú... y ahí me detengo.

        Veo que la erosión se ha comido las cuerdas.

Sin cintas bajo mis pies, solo el abismo.


        Voy buscando el sonido del Omphalos,

ritual y tatuaje sumergido

en una cruz de palabras

a un paso del albero, quiero, sueño,

        me bebo a sorbos los recuerdos,

deposito cicatrices en cascada con mi flaqueza hecha ceniza,

        se levantan remolinos, una química

que casi me estalla los órganos del ser.

 

        Pero he de esperar la hora vibrante

cuando se apagan las luces del teatro y,

        muy lentamente,

desciende la hora bruja a la arena del mundo.


        Entonces, la voz de la sibila toca al viejo Odiseo

y desvela milenramas ocultas en su tierra de párrafos.

La música sagrada de una nube de silencio cubre el lugar.

        Aparece la faz de un hombre vestido de selva,

cuerpo, voz y pies, herida puesta en escena,

dama, corona que pronuncia en voz alta.

        Y yo me inclino ante él desde mi ventana ajimezada,

distancia de la fiera que conoce su celo.



 
 
 


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