Odiseo a escena
Teresa
Iturriaga Osa
Foto / Maite Del Río
Quieta y soberana como una alhambra cansada,
veo pasar las horas frente a una loza de letras,
una copa me sirve tras el espejo un mar estéril
de dichas,
espías en corimbos apretados
traspasan los límites del azar.
Fuera del agua, el cielo reluce
un alarde de erotismo
que no sobrevivirá ni a la risa de su
esqueleto.
Por eso, me paseo entre pupilas chinas.
Por eso, camino por el puente de bambú... y ahí
me detengo.
Veo que la erosión se ha comido las cuerdas.
Sin cintas bajo mis pies, solo el
abismo.
Voy buscando el sonido del Omphalos,
ritual y tatuaje sumergido
en una cruz de palabras
a un paso del albero, quiero,
sueño,
me bebo a sorbos los recuerdos,
deposito cicatrices en cascada con mi flaqueza
hecha ceniza,
se levantan remolinos, una química
que casi me estalla los órganos del
ser.
Pero he de esperar la hora vibrante
cuando se apagan las luces del teatro
y,
muy lentamente,
desciende la hora bruja a la arena del
mundo.
Entonces, la voz de la sibila toca al viejo Odiseo
y desvela milenramas ocultas en su tierra de
párrafos.
La música sagrada de una nube de silencio cubre
el lugar.
Aparece la faz de un hombre vestido de selva,
cuerpo, voz y pies, herida puesta en escena,
dama, corona que pronuncia en voz
alta.
Y
yo me inclino ante él desde mi ventana ajimezada,
distancia de la fiera que conoce su celo.
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