ATTK edita “En la Ciudad sin puertas”,
una historia de amistad
entre María Dolores
de La Fe y Teresa Iturriaga Osa
EN LA CIUDAD SIN PUERTAS
Colección de relatos
El nuevo libro de ATTK Editores reúne relatos
sobre Las Palmas de Gran Canaria escritos hace unos años por María Dolores de La
Fe y Teresa Iturriaga Osa. Cuenta con un prólogo excepcional del escritor J. J.
Armas Marcelo: "Ahora, este libro que prologo, este libro de cuentos de María Dolores de la Fe
y Teresa Iturriaga me acercan al amor en su lectura. Me
congratulan con la ciudad en la que nací, iluminada e imaginada por esas dos grandes señoras de la escritura literaria. Las dos
fueron amigas hasta el final, hasta la muerte de María Dolores de la Fe, e incluso
después continúan siéndolo a través del
recuerdo y de este libro de relatos que tanto me ilusiona
prologar".
Tengo la inmensa alegría de
anunciar la publicación del ebook "En la ciudad sin puertas" en ATTK Editores.
Un libro de relatos que escribí hace unos años con María Dolores de la Fe y, sin
embargo, no ha podido ver la luz hasta hoy. Nos cerraron muchas puertas al
presentarlo en diferentes instituciones a las que acudimos con la única
intención de regalarlo, pero no tuvimos éxito, aunque nunca desistimos a pesar
de los obstáculos. Por eso, quiero agradecer el esfuerzo y la generosidad de las
personas que han contribuido al nacimiento del libro.
En primer lugar, a toda la familia
de Lola de la Fe, por depositar su confianza en mí para llevar a cabo este
proyecto tras su fallecimiento.
A Guadalupe Martín Santana, editora
de ATTK, por su exquisita sensibilidad y profesionalidad a la hora de abordar
todas las partes del proyecto.
A J. J. Armas Marcelo, que ha
escrito el prólogo con la brillantez característica de su pluma literaria. Paso
a paso, nos revela el auténtico sentido de la obra con palabras dedicadas desde
la maestría y la amistad más sincera. Un escritor de verdad.
A Augusto Vives, por su obra de
portada, reflejo visionario de esa ciudad sin puertas que llora su lluvia de
anhelos.
Brindo por la memoria de Lola de la
Fe y les invito a nuestro sueño. Gracias.
Teresa Iturriaga Osa
Escritora y traductora
***
Foto / Los escritores Juan Jesús Armas Marcelo,
Emilio González Déniz y Teresa Iturriaga Osa
en la Playa de las Canteras, junio 2016.
PRÓLOGO DE J. J. ARMAS MARCELO
Un día cualquiera, a María Dolores de la Fe se
le ocurrió una idea más que genial. Era una ocurrencia escandalosa. Ella
sabía que nadie se la iba a
tomar en serio, pero también
sabía que todo el mundo iba a
leer esa idea y que la gente comentaría lo que ella había
pensado. Y había pensado nada
más y nada menos que
Cristóbal Colón había sido una mujer. Una mujer en la cúspide del mundo. Una mujer entera que se
había escondido bajo el ropaje
de un aventurero que conocía por
intuición como la palma de su
mano el mapa entero del mundo. Sólo que al revés:
viajó con muchos hombres, igual
de aventureros que ella, al fin del universo planetario, a descubrir nuevas
tierras que estaban al otro lado de su rumbo. Bajo el nombre de
Cristóbal, en español, en italiano, en catalán o en portugués, aquella mujer inventada por la escritora
isleña hizo fortuna en la
Historia. Tanta como su ocurrencia en la vida de la
gente.
María Dolores de la Fe no
era sólo una mujer divertida,
ocurrente, simpática y amable.
Tenía un concepto de la vida
lleno de sugerencias, escribía
en los diarios de su tierra y siempre tenía un elemento de optimismo que muchos interpretaban como una
frivolidad, una superficial frivolidad. Estaban equivocados. Lo suyo era humor.
No humor sarcástico, no humor de
combate, de vanguardia, sino humor directo, sin chiste, pero con una fina
ironía propia de una escritora
francesa de entreguerras. Estoy seguro que, de haber nacido y vivido en
París, María Dolores de la Fe
hubiera sido una gran escritora francesa. Pero
nació en un mundo insular que
marginaba a los escritores de entonces, cuanto más a una escritora como ella que, sin
embargo, no tuvo nunca en cuenta los desvaríos y desdenes de su propia gente. Más bien, y siempre lo pensé, no sólo ahora, los perdonaba. Porque había en ella una fuerza humana descomunal que
repartía a todas horas sin
esperar cobrar nada por ese regalo.
Teresa Iturriaga: la conocí de lejos, en la presentación en Las Palmas de Gran Canaria de mi novela
El Niño de Luto y el cocinero del Papa.
Recuerdo que esa presentación
fue un éxito, pero lo que me
quedó hasta hoy, y creo que para
siempre, fue la complicidad de aquella escritora que, al final del acto, se
atrevió a pedirme una cita o
algo así. Para hablar de un
proyecto en el que usted está involucrado, me dijo. Y me llenó de curiosidad. Era escritora. Y traductora. Y muy preocupada
-noté- por las cuestiones
literarias. No había nacido en
Las Palmas de Gran Canaria, pero vivía en la isla desde hacía bastantes años ya y
estaba arraigada en un paisaje que a mí siempre me ha conmovido, hasta hacerlo objeto y título de una de las novelas que estoy
escribiendo: la playa de las Canteras.
Nos hicimos amigos. Hablamos. Conversamos.
Discutimos a veces con pasión,
siempre sobre cuestiones relevantes de la vida. Tiene una vitalidad asombrosa,
que derrota a sus interlocutores por fuerza, razón y estilo. La misma fuerza, razón y estilo que poseen sus textos literarios,
todos los que he leído, incluso
los escritos a contracorriente. Es fundamentalmente poeta, aunque transita con
frecuencia el cuento (que en ella no deja de ser un elemento literario
verdaderamente poético), y tiene
un problema grande: inyecta tanta pasión en su discurso oral como en el escrito. Han pasado ya unos
años de nuestro primer
encuentro, y de todos los demás
está llena nuestra amistad, y la
leo siempre con una curiosidad intelectual que va más allá del interés para
anclarse en la lealtad amistosa, la que dice la verdad aunque no gusta, la que
no miente nunca. Es, además, una
de las mejores lectoras que conozco de mis textos, sobre todo mis
artículos y novelas, y la quiero
tanto que no puedo negarme nunca a sus ocurrencias. Cafés. Tragos. Conversación: lo paso en grande. Y
aprendo.
Ahora, este libro que prologo, este libro de
cuentos de María Dolores de la
Fe y Teresa Iturriaga me acercan
al amor en su lectura. Me congratulan con la ciudad en la que nací, iluminada e imaginada por esas dos grandes
señoras de la escritura
literaria. Las dos fueron amigas hasta el final, hasta la muerte de
María Dolores de la Fe, e
incluso después
continúan siéndolo a través del recuerdo y de este libro de relatos
que tanto me ilusiona prologar. Cierto: María Dolores de la Fe, que murió con muchos años,
conoce el territorio físico que
acaricia con palabras de amor y de humor como si todavía estuviera pisando esa geografía casi siempre huidiza de la isla en la que
vivió. Teresa Iturriaga asume su
papel de advenediza, o eso creo, aunque sabe de memoria que la única patria posible es su propia memoria y
la de los que la rodean con tanto amor. Las dos son atrevidas. Hablo del
atrevimiento encendido del escritor, esa curiosidad que todo los husmea y a todo
le saca segundas y terceras, esas músicas que sólo oyen
los pocos y pocas que atienden a sus propios pasos y se quedan con el eco de sus
pequeñas aventuras para esculpir
después en palabras ordenadas su
mundo literario, el mundo de estos cuentos en los que el lector puede descubrir
tesoros escondidos sólo a la
vista de los que leen con interés intelectual, interés cultural, por encima de protagonismos y de excesos
sociales.
No soy amigo de aplaudir los libros de mis
amigos más cercanos, salvo que
estudie en ellos esa música
oculta que me descubre espejos sagrados que se dibujan para siempre en mi
memoria. Estos relatos de la ciudad son luminosos, poéticos, a ratos humorísticos. No es que se dejen leer, sino que
una vez dentro de cualquiera de ellos es obligatorio leer todos los
demás. Teoría de conjunto: sospecho que el acuerdo para
este proyecto que ahora ve la luz fue total, sin despachos ni empachos
personales. Con la calma y la lealtad que producen la literatura de verdad y la
verdadera amistad.
Me cuentan, aunque yo no lo comparto, que no
hay peor enemiga de una escritora, cualquiera que ella sea, que otra escritora.
Y así sucesivamente. No me
consta, aunque haya casos, raros pero casos, al fin y al cabo. El caso de
María Dolores de la
Fe y de Teresa Iturriaga no es
único en el mundo, pero es uno
de los mejores que conozco. Y conozco, a estas alturas de la vida y de mi mundo,
bastantes casos de lealtad y efectividad.
Vayamos al libro: cada cuento es un
pequeño universo que relata, a
veces con mucha poética interna,
un sentimiento. No puedo decir, luego de leerlo dos veces y media, que uno sea
mejor que otro. Todos me gustan, como si los hubiera escrito yo. Todos me
emocionan. Son relatos que pertenecen al mundo de los afectos y en ese mundo,
tan secreto a veces, sólo mandan
las dos escritores consiguiendo un sincretismo pasmoso al final de la
lectura.
De modo que esta ciudad escrita es una
ciudad de las dos, la arquitectura del relato, cualquiera de ellos, de una y de
otra, está llena de
guiños y respetos, llena de
finura, de una elegancia poco común en mi mundo, el mundo de la literatura en el que me he movido a lo
largo de toda mi vida. Ni la una ni la otra son escritoras académicas de las que aprender como si
leyéramos un catecismo. Hablo de
literatura y eso basta. Hablo de amor por la escritura literaria, que es el
sustento mayor en el que se ajusta cada uno de los relatos, cuyo desarrollo y
final son exactos, traídos a la
escritura en el punto exacto. Personajes, intérpretes, figurantes: nada sobra. Tampoco
ningún paisaje, ningún recuerdo, ningún detalle que aquí
es detalle y no pincelada de tres al cuarto.
Octavio Paz decía, a veces con la boca chica, que el
género literario de la novela
era para gente menor intelectualmente. Lo decía con sarcasmo: fue tan difícil para él que comenzó
escribiendo una novela y terminó
escribiendo uno de los más grandes ensayos del mundo hispánico: El
laberinto de la soledad. Por el contrario,
Hemingway, gran novelista, explicaba que la novela es una pelea que se gana por
puntos, mientras el cuento es un género (otra pelea) que se gana por KO. Y él sabía mucho de boxeo y de relatos: escribió
algunos de los mejores de la literatura universal.
Hemingway, aquel gigante. Henry James decía que para ser escritor de novelas había que tener una voluntad férrea. Tengo para mí
que, tal vez, todos tengan un poco de razón. En cuanto a la afirmación de Henry James, se la atribuyó a los verdaderos escritores: los que nunca
salen de su territorio personal, de su escritura. Los que y las que nunca salen
de la literatura, sino que se pasan toda la vida, con sus trabajos y sus
días, obsesionadas por la
escritura literaria. Y este es el sentido que quería a dar a mis palabras: estamos ante el
libro conjunto y completo de dos escritoras de verdad; una, ya fallecida, se
pasó la vida escribiendo y
recordando. Algunos la dieron por simple costumbrista. Allá ellos; la otra cayó
en las redes de esta manía asombrosa de la escritura literaria, se
fabrica todos los días sus
propios escenarios, escribe viaja, habla, asiste al mundo. Y saca consecuencias
de todo en su literatura, en su vicio de escribir, como decía John Updike: que la literatura, para un
escritor o escritora de verdad, es un vicio que no se quita nunca. Pasen y lean.
Y seguramente me darán la
razón. En todo o en casi todo de
lo que acabo de escribir.
***
El libro puede conseguirse en formato digital en la plataforma Amazon
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