La esfinge biónica
Teresa Iturriaga Osa
He bajado a tierra hoy, 15 de octubre de 2120. Creo que este ciberespacio es perfecto para descansar de mis travesías solitarias. Quizá sea la tierra de la que me habló Aorix en aquella sesión de óleos sagrados: Avalon, la isla mágica del Rey Arturo. “Ramas plateadas de un manzano de flores blancas, los pájaros te guiarán, serán el símbolo de tu inmortalidad”. Pero no he hallado más que destrucción ecológica, basura cósmica y ningún Árbol de la Vida… Y de mi pasado, mi memoria sólo conserva una imagen: yo tallaba en la piedra lo que la piedra ya había visto antes que mis ojos. Pero necesito recordar más cerca... Pido telepáticamente un cambio de chip con más estimulación transcraneal.
Soy traductora, siglo XX, año 1998. Recibo un e-mail de una institución de Bretaña invitándome a colaborar como intérprete de Aorix, un monje ortodoxo que imparte conferencias sobre El Arte sagrado de la unción. Me seduce la idea. Hay algo entre místico y erótico en ese juego de palabras: aceites sagrados… ¿Nos hablará del Bosque de Brocéliande, donde Merlín vive con Viviana? Tengo miedo, quizá no esté a la altura. Dudo entre lo real y lo falso mientras observo los dos cuadros de la pared en mi despacho. En efecto, son casi idénticos, como la foto y su negativo. El bodegón de la derecha brilla con blancos y verdes de tono pálido, forman figuras de pájaros con picos abiertos, como crías piando a su madre desde una taza de leche. La jarra de agua no se mueve, ni se inmuta, bajo esa elegancia de quien se sabe que necesaria para la vida. Sin embargo, el lienzo de la izquierda es un espectro que surge de la taza de leche, que ya no es taza, y, ni por asomo, quiere ser leche. De repente, como por arte de encantamiento, los pájaros han descendido hasta el passe-partout y amenazan con invadir mi mesa con sus rejos amarillos y ahogarme desde el ordenador, atada a la silla azul...
Aorix me ha citado en el Café La Lune. Me ha llamado por teléfono para que busque varios pasajes de la Biblia: el capítulo de la escalera de Jacob (Gén. 28, 12), y también la escena de María Magdalena donde derrama perfume de nardo sobre la cabeza de Jesús (Mc. 14, 3-9). Al leerlas, me pregunto cómo se las habría ingeniado para irrumpir en aquel banquete. Nunca creí que fuera una prostituta. Investigo y confirmo mis sospechas. Sacerdotisa de La Orden de los Esenios, había sido iniciada en los rituales esotéricos de la polaridad femenina. Amaba en cuerpo y alma a un hombre cansado de sembrar desiertos. Miriam de Magdala, la maga de Betania, no fue una mujer pecadora, sino la única persona que podía darle la extremaunción antes de su sepultura... ¿Quién se atrevería a tocarle sino ella?
He conseguido libros de plantas medicinales en francés: muérdago, brezo, roble, acebo. He pedido un café, fumo y pienso en la ignorancia de las gentes. Imposible adivinar que a su lado va a asentarse Aorix, un descendiente del druida Merlín con poderes extraordinarios, capaces de anular su consciente y transformarles física y psíquicamente. Ocurre igual con los chamanes, que pueden adoptar múltiples formas, desde lechuzas, grullas, águilas... hasta apariencias humanas irreconocibles. Pero dejemos eso ahora. Ese hombre camina hacia mi mesa con su mirada clavada en la mía. ¿Quién eres? ¿Por qué me miras así? No sigas... Me haces daño. Este semidiós se me antoja demasiado atractivo en todos los sentidos. Un peligro. Me está volviendo loca por momentos. Cierra los ojos como un gato que me acecha. Prístino en su gran sabiduría, ahora me habla del puente sagrado, del tránsito al mundo astral con psicofármacos. Me muero por volar contigo, un paseo por los planos de mi conciencia es todo un desafío.
Estoy mirando el puente, con su procesión de hormigas, orugas y cucarachas humanas. Ya no veo más que seres del inframundo en el espejismo. Cada vez tengo menos fuerza en la mano que escribe notas con un pulso mortecino. No me gusta nada la sensación de rigidez que siento en las piernas. Todo es muy difuso. Aquí pasa algo raro... Aorix me está subiendo a un coche y me da algo de beber. Parece vino. Leo en la botella las palabras Lacryma-Christi. Me susurra al oído: “Me entiendes demasiado bien y has entrado en mi campo magnético, en la esfera de mi deseo, una vibración de la que ya no podrás escapar. Te será muy difícil huir de la espiral copulatoria de mis fotones, te buscan frenéticos, ma chérie”. Mira que lo sabía: nunca dejar que nadie te absorba el aura, nunca mirar de frente a los ojos, nunca dejar que te impongan las manos. Siempre tan lista, siempre tan tonta, pero al final… decido marcharme. ¡Uno, dos, tres! Salgo.
Tampoco en esta sesión de terapia he podido llegar al origen de mi psicosis afectiva. Siglo I, Siglo XIII, siglo XX… y ya no sé por dónde comenzará la próxima vez mi bioneurólogo con sus técnicas de exploración artificial. Quizá en la siguiente regresión surja algún signo revelador, alguna señal del interfaz. Es desesperante. Tengo un rostro y un cuerpo de diseño perfecto con wearables, múltiples injertos antiedad y órganos fabricados con biomateriales en impresoras 3D, sin embargo, mi cerebro interno sufre un grave trastorno. No siempre me funciona el acceso al canal bidireccional de comunicación fluida con las máquinas. Por eso acudo a esta consulta mensualmente para revisar mi implante cerebral, pero no mejoro ni asistida por control remoto. Así que antes de desconectarme, escribiré directamente con el cerebro y usaré el ratón mental para controlar mis dispositivos de medición, a ver si me responden. Aunque esta vez algo me dice que debería cerciorarme de mi seguridad… No vaya a ser que el androide que ahora me lee el pensamiento vaya a ser un cibercriminal y bajo mi estado de nanohipnosis se aproveche de la situación... Estoy viendo que tiene la misma mancha en el cuello que Aorix...
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