miércoles, 11 de mayo de 2022

 


Vivo sin vivir en mí



        Después de varias horas de viaje en tren desde Barcelona, a lo lejos vi las puertas de Ávila. Hasta allí me llevaba el aroma de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz. Tenía la esperanza de que tan altas palabras llenaran el vacío de mi alma, fuente reseca por una vida inmersa en los estudios académicos, pero descobijada de la música vibratoria y volandera de los maestros de la Mística. Nada me parecía más difícil que conocer el valor de los puntos y las comas, los paréntesis y los guiones, los incisos y los silencios entre líneas. En fin, ahora me encontraba en una extraña encrucijada, me movía muy bien en las aristas de las formas, pero tenía que bucear en el fondo del pozo donde brotan las palabras. Despertar a esa realidad era urgente. Debía empezar de cero, buscar y aprender los principios básicos para interpretar el espíritu que mueve la mano del que escribe tanteando el nombre de lo trascendente. Descifrar los signos de su santa voluntad enseñados quedamente a los atentos. Por supuesto, nada de eso podía encontrarse en las aulas. Y al borde de un peligroso abismo, pluma en ristre, resonaba en mí aquella frase que Teresa de Jesús oyó un día en su interior: “No quiero que converses con los hombres, sino con los ángeles". Por eso quería llegar cuanto antes a la gran sala de la estrella de mar, frente al lienzo norte de la muralla, y sentarme en su quietud. Tocar los manuscritos desde las simas de su voz.


 (Viaje a las fuentes)

Teresa Iturriaga Osa


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