domingo, 3 de abril de 2011

EL GRADO CERO DEL AMOR

Parte de la conferencia titulada CUERPO OFRECIDO, CUERPO DEVORADO, CUERPO REIVINDICADO: UN RECORRIDO POÉTICO Y PSICOANALÍTICO, impartida por MARISOL SÁNCHEZ GÓMEZ en la Universidad Autónoma de Madrid dentro del curso de Humanidades Contemporáneas ESCRITO EN CUERPO DE MUJER, celebrado del 21 de febrero al 4 de marzo (de próxima publicación)

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Algunos autores señalan que no hay reparación posible para la pérdida primigenia de la madre pre-edípica y que, por tanto, todas las mujeres estamos sometidas a un duelo perpetuo condenado al fracaso; a una condición melancólica de la feminidad (Natividad Corral, en “Cuerpo femenino y creación”). Algunas psicoanalistas feministas aventuran que quizás ese abandono de “lo materno” (lo que Julia Kristeva definía en su libro La revolución del lenguaje poético como la kora semiótica, en la que la autora identificaba lo semiótico con una suerte de impulso corporal asociado al cuerpo materno, sus tonos, sus ritmos y movimientos) es precisamente el origen de la consideración de lo femenino como secundario en el orden simbólico patriarcal. En medio de la tormenta psíquica que representa la etapa edípica, presidida por la escisión y la pérdida del recurso materno, la niña vuelve al padre, y más tarde a los hombres si ella es heterosexual. Pero el padre, el hombre, nunca podrá ser recurso de identidad femenina, por ello la mujer, que tan frecuentemente muestra signos de “privación” (o fijación a esa pérdida primigenia que he comentado anteriormente), se manifiesta generalmente como “adicta al amor”, en una deriva que en muchas ocasiones concluye en una fijación a la demanda del otro, o en la identificación con el objeto del fantasma de su pareja.

Sharon Olds, en su “Poema para mi primer amante” habla del amor-ceguera, de la entrega inmolada de ese cuerpo ofrecido (tan plásticamente descrito) precisamente a alguien que no puede valorar ese suntuoso regalo:

POEMA PARA MI PRIMER AMANTE

Ahora que comprendo, me gusta

pensar en tu horror: te habían dado una joven

loca de amor, largo cuerpo

lozano y crudo, delgado como un jabón

gastado, pechos redondos y turgentes y

opalinos como pompas de jabón,

colocada entre tus piernas, dieciocho años,

intacta. Me gusta entender tu

horror, ahora, la forma en que la tomaste,

desvirgándola como si destripases un pescado,

marchándote en la mañana hablando de una esposa.

Ahora que sé

algo del miedo al amor

me gusta pensar en su cuerpo incandescente

verduzco como un pez sacado a tierra, retorciéndose

a palmetazos contra una roca – caída en tu

regazo, hombre, estremeciéndose como tu polla,

una mujer enajenada de amor, recién

salidita, punzante como una herramienta a estrenar,

centelleante sobre tus muslos y todo lo que

podías hacer con tanto horror era arrancar su fruto como a un

caracol para sacarlo de su negra concha y después

deshacerte de ella. Me intimida que el horror

se cobre tanto, estoy enamorada de la chica que fue

a ofrecerse, vino a ti y

lo dispuso todo como un manjar en una bandeja, la

dulce carne — sí, sí,

acepto el regalo.

(Edit. Bartleby. Trad. J. J. Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas).

¿Qué encuentra esta mujer que busca alojar su ser pulsional y libidinal en el Otro? El brutal desgarro del desamparo ante un Otro que no la aloja; la caída del ser del sujeto ante lo que Lacan denominaba “el grado cero del amor”, hecho de la indiferencia que siente el Otro ausente. Y ese abandono genera una angustia masiva. Y ese amor, que es buscado a veces a costa de la renuncia a lo que íntimamente se es, coloca a la mujer en una situación difícilmente sostenible. Y es en ese vacío en el que la palabra de amor cobra una importancia primordial. Muchas son las mujeres que, tal como asegura la psicoanalista Piedad Ruiz, hablan en la consulta de haber tenido experiencias sexuales sin amor y en cierto modo anónimas (sin palabras) y haber sufrido después una angustia, una sensación de vacío y de desamparo, que a veces se salda con los síntomas típicos del estrés post-traumático. Y concluye: “Cuando una mujer es interpelada en su deseo, la mediación de la palabra y del amor evita una confrontación directa con esa angustia traumática” (El maltrato a la mujer: Enfoque psicoanalítico a través de su historia y su clínica, edit. Síntesis). Terrible condena pues para tantas mujeres que necesitan que el goce esté ligado a las palabras y al amor; unas palabras que “el deseo femenino busca en el otro como buscando una cercanía en la alteridad”, a pesar de que el encuentro con el otro, en su singularidad, no siempre resulta satisfactorio. Psicoanalistas como Jeanne Lampl-de-Groot, Ruth Mack Brunswick y Helen Deutsch sostienen que la inhibición, la depresión y la violencia son frecuentes manifestaciones de la patología del amor; patología que afecta tanto a hombres como a mujeres pero que es en los hombres donde se expresa con mayor virulencia por considerar que el amor no es ajeno al ejercicio de poder.

Marisol Sánchez Gómez


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