Allí se elevan sus
alas
La isla es una ínfima
meseta
materia que choca con el
horizonte
—como un
buque mercante vacío sobre las rocas—,
suspendida en el azul
turquesa.
Pianosa la llaman desde
antiguo,
humilde, tímida presencia
de tierra.
Su vientre de madre
alberga nidos,
pájaros de paso, treguas.
El eco responde al fragor del mirlo
mientras mil gaviotas
ocupan
los tejados
de barro,
chimeneas de luz —sólo cunas
al abrigo del viento
elbano.
Es un rito perenne, mayo
es el croar de las ranas,
el cortejo y la cría.
Hay un ritmo natural,
matices
que aclaman la vida, la
pintan de rojo
—una forma de
ser y estar desnuda en el mundo—,
aunque lo humano se empeñe
en aplastar
su jolgorio de
trinos.
Allí se elevan sus alas,
cabeza, torso
erguido, con esa harina de
fuerza
que fermenta el pan de
cada día.
Spiaggia
dell’Enfola, Isola d’Elba,
mayo 2024.
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