Era otoño a mis quince años
Me pides que te hable
de un tiempo que se acostó bajo las ramas del tilo,
eso me pides, un beso
sobre el agua fría y lejana
del estanque a mis
quince años, princesa
aún deslumbrante azul
estrella, enamorada de los abismos
aquella niña que se
pinchaba los dedos
bordando su velo negro
a dos leguas de un castillo
misterio enredado entre
las hiedras.
¿Sabes que casi no la
recuerdo?
Me dijeron que rompía
mis charoles al pisar los adoquines
de las playas
clandestinas
con la insolente
soltura de una belleza que yo nunca conocí,
empeñada siempre en
fijarme -pero qué tonta enamorada de una sombra-,
en equivocarme de
esquina y de abrazo
lentamente, como oruga
que lleva el humus,
escurriendo tormentas y
lechos de camelias de un bosque triste
en aquel otoño huraño
que tampoco me acogía... porque yo aún era primavera.
¿Vives?
A veces te oigo el eco,
jovenzuela descarada y llena de infinito, caprichosa
solo vienes a mí cuando
me besan, cuando me erizan con la franqueza
y el aire estremece mi
piel de esposa.
Oh, sultana, oh diosa
sin ruido y sin séquito, mueves tus caderas
cabalgas dibujando
sobre el mármol un ocho de fuego, silban los cascabeles de tus pies,
emerges de las piscinas
del Olimpo -cuando menos me lo espero-,
y me resoplas a la cara el tedio de los años y los días.
Teresa Iturriaga Osa
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