SABOR A TÉ
Bajaste
despacio por cuerdas de azar
desplegando partículas.
Vibraron
tus lazos azules
en casas sedientas de
adobe,
y juntas gritaron sin saberlo y
muy alto
ese
verso libre de Tinduf a tu lado,
cantando palmas y dunas.
Se
encendió la luz, vergel o desierto.
Tu
rostro se abrió en blanco y negro,
reflexión silenciosa del hambre,
espanto,
golpe de voz a las puertas,
fronteras del miedo,
oídos sordos al clamor.
Saltaste a la comba sobre
las minas,
frente a las armas, esa dorada avaricia.
Los pies borraron las rayuelas
antiguas.
Y una niña pintó con sus ojos tu sueño con tiza.
De repente, la ausencia.
Te llevaste contigo la jaima,
ocho mantos de ocaso, una
orquesta de noche
y toda clase de esencias, sedas, berreds, alfombras, cojines...
hasta el
genio y la lámpara.
Un sorbo final con
virutas de té.
Cartera de la alegría, algarabía
de voces,
fuiste trémulo mar de abrazos en
cada línea,
tilde de bondad tu
vida entera.
Aquí seguimos, sí, huérfanos de buenos días.
Sentados en el suelo, un círculo te nombra,
levantando sus kisans hacia ti.
Tu memoria escancia estrellas.
Va este brindis de hierbas, espumas,
líquido placer enamorado
contigo.
El primero, amargo como la vida.
El segundo, dulce como el amor.
Y el tercero, suave como la muerte.
Teresa
Iturriaga Osa
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