RESEÑA
Teresa
Iturriaga Osa, siempre más allá de las palabras.
Por Tina Suárez Rojas
Puede
resultar ocioso a estas alturas, iniciar la presentación de este libro, El
oro de Serendip (Ed. La vocal de lis, 2019), aludiendo a la
trayectoria vital y literaria de una escritora harto conocida y reconocida no
solo aquí -en esta tierra que ha hecho suya- sino más allá de nuestras lindes
insulares, pero también supondría caer en el menoscabo no reconocer la
proyección multifacética que Teresa Iturriaga Osa ha tenido como narradora,
traductora, investigadora, una mujer enormemente comprometida y preocupada por
todo lo que son las culturas y voces minoritarias, y que ha emprendido
destacadas labores socioculturales dentro de lo que es el amplio ámbito de los
medios de comunicación.
He
dicho narradora, traductora, investigadora… y sí, también poeta. Teresa
Iturriaga es esencialmente poeta. Y
en este libro que hoy nos ocupa, no deja de serlo, no abandona esa esencia de
poeta. Todos los cuentos (como así ha querido llamarlos
la autora) que reúne El oro de Serendip están impregnados
de ese ethos poético que define a la
escritora que vive en ella. Admito que esta afirmación, no obstante, tal vez
ahora mismo pueda llevar a equívoco. Pero desactivemos todas las alarmas porque
no es el caso: no estamos ante un engendro de prosa poética henchido de
continente y vacío de contenido. Si narrar
es el producto de todo un proceso psíquico difícil de explicar [que] está ligado directamente a la naturaleza
del narrador (hago mía la reflexión de Julio Ricci, de claro sesgo
lacaniano), es casi imposible –una vez iniciada la lectura- no percibir la
naturaleza poética de quien escribe, así como no oler, no palpar, el humus poético del que brota lo aquí
escrito. Hablaré de ello más adelante.
Se
recogen en este libro un total de ocho cuentos
que han formado parte de diferentes antologías, obras colectivas y revistas
digitales en las que Teresa Iturriaga –siempre tan prolífica- ha colaborado.
Conforman todos ellos una pieza literaria que ya desde la contraportada nos
dispara su primer fogonazo de luz:
Perderse
por las calles de París, cruzar el Atlántico en Ferry o viajar en un vagón de
fumadores atravesando el sobresalto de Despeñaperros… Cualquier lugar es
perfecto para que el milagro se haga palabra en mi cuaderno.
Es
una confesión emotiva, desnuda de artificios, hermosa en toda su sencillez que
a cualquier lector ávido de impresiones lo invita a zambullirse entre estas
páginas.
Todos
los textos, incluso en los que no se
hace referencia directamente al lugar de partida o al lugar de llegada, aluden
a un rumbo, a un desplazamiento, a una travesía física o emocional. Y es esta
idea la que me ha llevado a concebirlo como un libro de viajes en clave
poética. Decía Pedro Salinas, en una de sus conferencias recogidas en forma de
opúsculo titulado Mundo real y mundo
poético (1930) que «toda la poesía
es una inmensa traslación, es un ir de un lado para otro: de un lado, el que
ven todos, del otro, el que solo ven los poetas». Y esa mirada poética en
continuo tránsito de gata es la que la autora ha querido compartir con nosotros
a través de ocho voces narrativas que nos hablan de
países, ciudades, sitios muy concretos connotados casi siempre de magia y de
ensoñación, como es el caso de París, Rabat, los desiertos de África, Granada,
Jaén, Lisboa e incluso nuestro isla de Gran Canaria.
El
hecho de que el título remita a un célebre cuento de la tradición persa –Los tres príncipes de Serendip que
también inspiraran al ilustrado Voltaire o al gótico Walpole- justifican en cierta medida lo que
acabo de expresar, porque precisamente Los
príncipes de Serendip es una pequeña narración que se sustenta en el
correlato de la travesía como proceso de aprendizaje, de lección de vida, que es lo que nos vamos
a encontrar en los textos de Teresa.
Serendip
es, como bien apunta la contraportada nuevamente, el antiguo nombre persa
de la actual Sri Lanka, y del mensaje trascendido que el escritor británico
extrajo del cuento, Horace Walpole regaló a la lengua inglesa la palabra serendipity
(cuya adaptación al español es el neologismo serendipia), que viene a
definir algo así como una feliz
casualidad, un afortunado revés del destino. Y serendipiosas (sigamos con los palabros) son también las
circunstancias que acompañan a las protagonistas del libro. En cada relato,
unas veces de manera explícita, otras implícitamente, se nos transmite una
concepción animista de la realidad: el mundo tiene alma, los paisajes hablan…
como así lo reconoce la narradora de “El Mandala de Malick” cuando le insiste a
su interlocutor (que la tacha de mística
incurable) en que los lugares mágicos existen:
(…) te he dicho mil veces que hay
sitios así por todo el planeta (…) Allá tú… si te resistes a la evidencia… pero
yo percibo cada vez más esa fuerza telúrica. Y desde luego, no a través de la
razón. (…) Una vibración me lleva y me trae (…), añade.
Subyace
en estas páginas una constante necesidad de interpretar la sobrenaturaleza de
la realidad, de ver más allá de lo que nos rodea, de rasgar el velo de Maya y eso explica por qué las
narraciones se centran en situaciones que ponen de manifiesto correspondencias
universales o –si se prefiere- sincronicidades jungianas que son finalmente las
que van a modificar el modo de ser y de estar en el mundo de cada uno de los
personajes. Hay muchos enunciados, muchos pasajes que remiten a esto que
comento y que nos traen reminiscencias de filosofías ancestrales (budismo,
sufismo, taoísmo) y de los principios herméticos que interrelacionan la
conciencia cósmica y la conciencia humana. Se nos habla de transparencias mágicas; mar de cadencias que se escapaba a toda lógica;
juego del universo; coordenadas de lo inverosímil; el equilibrio circular, el
presente reunido (…) mordiéndose su propia cola… esto último en alusión a
la imagen simbólica del eterno retorno en forma de uroboros. El
oro de Serendip nos sitúa pues ante toda una variedad de entornos, de
ambientes en los que hay cabida para las transmigraciones astrales (en
“Lavirotte al azar”), para los saltos en el tiempo (en “Hurto blanco”), para las
simultaneidades –dentro de un mismo referente temporal- entre la realidad
empírica y una realidad mitologizada (en “Yedra en vuelo”), o incluso para los
juegos de alteridad (en “Tumulto de trazo y latido”).
“El
violín y el oboe” es el primer texto con el que se abre el libro y también el
único que se nos presenta con el acostumbrado ab initio de los cuentos tradicionales: Había una vez. Está narrado a la manera de una parábola musical,
escrito en un lenguaje de hondura alegórica y, aún así, accesible a la
interpretación del lector. Es quizás el que mejor responde al concepto de cuento a la manera antigua, por su
enorme carga de ficcionalidad. En cuanto
a los siete relatos restantes, me inclino a concebirlos como un todo, un corpus
narrativo cuyo denominador común apunta a lo fuertemente enfatizados que
aparecen el papel y la voz de la mujer. Unas veces en primera persona, otras
veces en tercera persona, y en ocasiones alternando ambas, todas las
protagonistas de este corpus van de la mano en su empeño -o incluso en la
necesidad- de resistirse al vasallaje que representa tener que adaptarse al
arquetipo del eterno femenino de las mujeres pasivas, de las resignadas, de las
calladas… TODAS son mujeres que han aprendido a decir NO o que están en proceso
íntimo de aprender a decirlo. TODAS son mujeres que ha vivido o están viviendo
una revolución interior que las lleva a encarar la vida desde la tenacidad
porque saben o sienten que amar es
combatir. TODAS son mujeres que han decidido que lo que para los demás es locura para ellas se llama libertad.
He aquí unos pequeños extractos:
El mundo despertará cuando deje de
mirar por el oscuro de esa calavera que le engaña.
Iré a buscar el dibujo de mi boca a
los arrabales donde habitas y no pararé hasta encontrarte.
Alimentándome de mi deseo, vivo,
aunque mis budas me castiguen sin la inmortalidad. No me importa. Me río del
Dios Aburrimiento.
Ante la indiferencia, ella va.
Contra la corriente, ella va. Ella va, va…
Tenía que marcharme o terminaría por
volverme cuerda del todo y eso sería mi muerte.
Romper los sueños y arrastrarlos a
la realidad tiene un precio: la belleza. Y, desde el primer instante, nosotros
decidimos soñar despiertos.
Ya era hora de encontrar su camino
coralino incrustado en las rocas y hacerse una barrera natural en alta mar.
Vivir en la frontera, entre la arena y la fosa, entre el agua y el aire como
[mujer adiestrada], mujer salvaje. Una mujer que transmutara los fracasos de la
vida en ozono interior.
Estos
siete fragmentos han sido extraídos de cada uno de los siete relatos de los que
he hablado, respetando además el orden en que aparecen: “Lavirotte al azar”,
“Hurto blanco”, “El Mandala de Malick”, “Namoe”, “Yedra en vuelo”, “Tumulto de
trazo y latido” y “Sin el dedo de Dios”. Son pues siete voces distintas que,
sin embargo, así leídas pueden perfectamente concebirse como una misma voz.
Desde el intimismo de la 1ª persona o desde la omnisciencia de la 3ª, las siete
comparten los mismos hálitos, los mismos ímpetus, las mismas incertidumbres, y no
me resisto a imaginar a sus protagonistas engarzadas en un férreo vínculo de sororidad.
Hay muchos hallazgos que destacar en
El
oro de Serendip. Es, por ejemplo, un libro variado en cuanto a
paratextos porque las historias que aquí se cuentan no se agotan en su natural
discurrir narrativo sino que el lector descubrirá que se prolongan muchas veces
en forma de poema, de carta, de diario…
A todo esto cabe añadir las muchas
referencias intertextuales (a los poemas de Rumi, al glíglico de Cortázar, a
las cartas de amor de Rulfo, al Arte de
la Guerra de Sun Tzu, al inframundo de la mitología griega, a Jean Paul
Sartre) y los guiños culturalistas que reflejan un hondo conocimiento sobre
todo de los conceptos doctrinarios del budismo (El Camino Medio, Las Cuatro Nobles Verdades, El Sendero Óctuple, La
rueda del Dharma y el Karma).
En medio de este íntimo universo de
realidades trascendidas, hay incluso hueco para la denuncia social:
(…) los había visto en
las estaciones, en los metros, en los bancos de los parques de todas las
ciudades europeas, Las Palmas, Lisboa, Barcelona, Madrid, París… Los sin
papeles, inmigrantes de las antiguas
colonias hacinados en los barrios periféricos, excluidos de las élites occidentales,
llorando su fantasía del paraíso blanco. Pobres y osados concursantes, los
nuevos esclavos de este siglo, estafados por un sinfín de ilusionistas al
bajarse del cayuco. Amores rotos a pedazos por la pobreza y la distancia en
medio del carnaval de muecas de los traficantes de sueños.
Imposible no reconocer la impronta
reivindicativa de la propia autora.
Me gustaría concluir esta reseña
volviendo sobre la afirmación que hacía al principio: El oro de Serendip es un
libro de cuentos sí, pero un libro de cuentos hecho de materia sensible cuyas
partículas elementales son de naturaleza poética, insisto. En la escritura de
estos textos resplandece el lenguaje, ondula una liricidad que al lector
sensible no le pasa inadvertido porque, a veces además, esa liricidad trae los
ecos de otras voces de poetas:
Mutante como soy tendrás que
perdonarme también mis soledades. (Lope de Vega y aquel
A mis soledades voy,/ de mis soledades
vengo…).
Nadie sabe cómo llovió sobre mi corazón.
(Verlaine y aquel
Llueve en mi corazón/ como llueve en la ciudad).
Sí, amigo mío, es aún
la vida, ¿y no es un sueño? (Caballero Bonald -a quien por
cierto va dedicado uno de los relatos- y a aquel verso final de su poema “Entreguerras”: ¿eso
que se adivina más allá del último confín es aún la vida?).
¿No se detecta hasta un guiño
de complicidad al lector cuando la autora aprovecha el juego semántico al que
invita su apellido?:
Estaba segura de que esos tres
demonios lamerían mi piel de osa.
Creo, finalmente, que eso que llamamos
el placer de la lectura viene dado,
en este librito que no alcanza las cien páginas, por la armonía de los mismos
cuatro elementos que menciona la protagonista de “Hurto blanco” cuando se queja
a su ingrato profesor de danza de haberlos desperdiciado: Lo di todo por los cuatro elementos: tiempo, peso, espacio y fluidez.
Pero no sirvió de nada.
A mí sin embargo me parece que han
servido de mucho, en lo que a la confección de este libro se refiere, esos
cuatro elementos. Porque trayendo un conjunto de cuentos dispersos y
conectándolos uno a uno para darle forma de pieza unitaria, Teresa Iturriaga ha
conseguido armonizar las dinámicas del discurso narrativo con los mismos
elementos con que se armonizan las dinámicas de la expresión corporal: tiempo, peso, espacio y fluidez. El peso y la fluidez lo marcan el hecho
lingüístico, una prosa dúctil, no exenta de belleza, por la que se desliza
plácidamente la lectura. El tiempo y el
espacio vienen definidos en cada una de las historias, y son el tiempo y el
espacio los que obran el prodigio de convertirlas en una sola historia, puesto
que siempre terminan aludiendo al mismo contexto: el de una realidad – la que nos rodea- que no es más que una
proyección de nuestras creencias, pensamientos y emociones combinados. Solo
nosotros tenemos el poder de cambiarla, de nosotros depende atraer las
serendipias. Tal es la moraleja de este
cuento.
Las escritoras Tina Suárez y Teresa Iturriaga
Las Palmas, junio 2019.
Tina Suárez Rojas nace en Las Palmas de Gran Canaria en 1971. Es licenciada en Filología Hispánica y profesora de Lengua castellana y Literatura. Como poeta ha escrito más de una decena de libros y sus poemas forman parte de relevantes antologías. El humor, disfrazado en muchas ocasiones de ironía, es un elemento central en sus versos, gracias al cual la autora construye un universo lírico singular en el que los temas y tópicos propios de la tradición se liberan y se transforman. Su poesía se eleva como un poliedro de seis caras, ofreciéndonos otras realidades en la voz de esta poeta que juega libremente con las palabras y con la emoción que de estas se desprende, porque, tal y como afirma Tina Suárez “a mí me gusta jugar y, al fin y al cabo, la poesía es ante todo, un ejercicio de lenguaje”. Asimismo, ha participado como poeta y como ponente en encuentros poéticos y revistas literarias nacionales e internacionales en las que ha sido traducida al italiano y al portugués.
Teresa Iturriaga Osa nace en Palma de Mallorca en 1961. Es doctora en Traducción e
Interpretación por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Reside en Gran
Canaria desde 1985. Ha trabajado en gestión y periodismo cultural, sociología,
radio, poesía, ensayo, relato, traducción. Ha dirigido proyectos literarios con
voces de mujer. Ha publicado los libros Mi Playa de las Canteras, Juego
astral, Revuelto de isleñas, Desvelos, Sobre el andén, Gata en
tránsito, Campos Elíseos, En la ciudad sin puertas, DeLirium y El oro de
Serendip. Ha participado en varias antologías españolas: Orillas Ajenas,
Hilvanes, Fricciones, Que suenen las olas, Ecos II, Doble o nada, Espirales
Poéticas, Madrid en los Poetas Canarios, París, Mujeres en la Historia
I-II-III, Casa de fieras, Pilpil y mojo, Alar de rosas.
El oro de Serendip, Editorial La vocal de Lis, Barcelona, marzo 2019 / disponible en:
Gracias Tina Suàrez,
ResponderEliminares la definición perfecta del trabajo, el amor, la comprensión y la sabiduría que durante una vida ha seguido a Teresa.
Mi madre.