RESEÑA
Las mil y una (Dikrayát), de Berbel *
Por Teresa Iturriaga Osa
Después
de la oración del alba, mientras nubes de oscuridad se enfrentaban a
una ráfaga de enérgica luz, se convocó al visir Dandán a
presentarse ante el sultán Shahriyar. Su aplomo se disipó y en su
pecho palpitó su corazón de padre. Mientras se vestía balbuceó:
“Ahora se cumplirá el destino, tu destino, Sherezade”.
(“Las
noches de las mil y una noches”, Naguib Mahfuz)
Al
igual que el Nobel de Literatura egipcio Naguib
Mahfuz,
tiene como punto de partida de su obra el relato de Las
mil y una noches,
Berbel comienza su poemario Las
mil y una como
un ajuste de cuentas con Sherezade. Esa mujer maravillosa y tantos
otros personajes que poblaron nuestros armarios de niñas soñadoras
de leyendas, hoy tienen que escuchar las razones de la autora -sin
derecho a réplica-, convertida en una mujer madura que ya está de
vuelta de muchas cosas y desmitifica al más pintado de los príncipes
azules:
Ahora,
después de cincuenta y tres años,
cuatro
meses
y
dieciséis días,
me
sobrepongo.
Los
años me sirven de coraza
y
me hago la fuerte
con
las gafas de sol.
En
el poemario conviven varios elementos de la realidad con un tiempo
imaginario donde la autora se confronta con el miedo, ese enemigo del
ser humano que es la base de todos sus males: “¿No me tienes
miedo?/ Ah, yo miro al miedo de frente,/ le hablo de tú a tú,/ y el
pánico… me hace mandados”. La poética de Berbel es embajadora
de libertad, busca un espacio y un tiempo de reflexión profunda que
aproxime al lector a su propia conciencia: “Cuando me desperté/ ya
mi conciencia se había levantado/ dos horas antes”. Su idiolecto
obedece a un tono satírico, diríamos que hasta jocoso, un estilo
canario mordaz, socarrón, inteligente y en proceso de extinción;
pero esa docencia lúdica de la autora tiene como principal objetivo
instruir al lector en una crítica social que guillotine de una vez
por todas los iconos tradicionales del temor, los referentes que la
cultura incrustó en nuestras mentes desde la más tierna infancia y
que han ido socavando nuestra potencialidad creativa por pura inercia
de manada. “¿Dónde estará la bailarina de mis sueños?/
¿Esperando fundir su vida con la mía?”. Hay que recuperar el
valor. La esperanza. Abrirle la jaula al lobo, negociar un buen
destino con el genio de la lámpara y dejar de vivir del cuento.
La autora nos apunta directamente con el dedo: “¿Hace más daño el silencio que la mentira?”. Aquí y ahora, los personajes de los cuentos tradicionales -sus compañeros de juego legendarios: soldaditos, genios, pinochos, piratas- desfilan ante ella y le sirven de excusa para beberse a lametazos la vida. Las mil y una nos trae a la memoria del corazón a todos los amigos y amigas cómplices que se fueron y cuyas cenizas están disueltas en nosotros como el agua en el océano. Simbad, el Principito, Blancanieves, Cenicienta, Caperucita Roja, la abuelita y la madastra… Berbel sabe que no son figuritas de papel, están ahí en los recuerdos. Dikrayát de un tiempo que ahora recrea el lector con el libro, un canal más allá de lo sensible que nos sumerge en otra dimensión, giros en remolino hacia no se sabe dónde. Sus versos libres nos arrojan fuera de la escritura y extienden sus redes por encima, por debajo, tras las huellas de personas de carne y hueso.
En
las matemáticas árabes, el número 1000 representa la infinidad
conceptual, por tanto, el nombre "1001 noches"
que apareció en la Edad
Media expresaba
la idea de un número
transfinito.
Esa huida de la lógica creó la superstición de que si alguien se
atrevía a leer la colección entera, perdería la cordura.
Correremos ese riesgo acompañando a Berbel en este careo de ladrones
para quitarnos de encima los arquetipos, los disfraces de quienes no
somos, que han invadido nuestros habitáculos más íntimos desde la
niñez. Me viene a la memoria Gibran Khalil Gibran en El
loco,donde
relata cómo un hombre se volvió loco un
día al despertar de un profundo sueño y descubrir que alguien le
había robado todas sus máscaras. Entonces, salió corriendo por las
calles, buscando a los culpables, mientras la gente lo increpaba;
pero cuando alzó su cabeza y dejó que el sol le acariciara el
rostro, se dio cuenta de que ya no quería máscaras y bendijo a los
ladrones. Gracias a ellos, se había dado cuenta de que le impedían
ver la vida bajo el sol, su auténtica existencia. Y en esa locura
halló su libertad. Algo así ha hecho Berbel en Las
mil y una con
los personajes de los cuentos, pidiéndoles que se marcharan de paseo
con sus trajes confeccionados a medida. A cierta edad, hay que
dejarse de monsergas y besar al sol de tú a tú.
Parece que Berbel, a través de su alegato contra el miedo y la mentira, quisiera decirnos que las formas están cambiando hacia un futuro más abierto y que la palabra sigue ahí para configurar una nueva realidad conceptual, emocional, sin desequilibrios de género, raza, edad, condición social. Es hora de despertar del engaño y vivir alejada de las patologías de una ratita presumida. Y, como hijos e hijas de nuestra época, la autora nos incita al desafío de un entorno que hoy se abre a la creación de personajes más libres, porque aún “hay sastrecillos valientes que se salen con la suya”. Nada que temer. Habría que recuperar al mago -ausente de la vida cotidiana-, la escoba y la alfombra, vehículos de transporte de las alturas… Hemos hundido las metáforas que revelan la esencia de la imaginación: ¿dónde quedó el vuelo de la fantasía? Berbel denuncia la domesticación del mundo mágico que a duras penas subsiste en el fondo de los libros de cuentos.
No hay que perder la ilusión, aunque el dinosaurio de Augusto Monterroso no estuviera al despertar en Las mil y una: “Se había marchado./ En un cartel que colgaba/ del pomo de la puerta, rezaba:/ No molesten./ Ya se sabe, hay animales/ que se extinguieron/ en las heladas del olvido/ y otros que se quedaron en la historia/ por el calor del recuerdo”. Quizá los nuevos tiempos, los milagros del siglo XXI, nos abrirán unos ojos QR-code para descubrir que el dinosaurio todavía estaba allí.
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