Podría medir el candor del silencio
y dibujar a lápiz el lago inconsciente
donde crece el bambú.
Podría falsear la estatura de los días
junto a mis horas frente al caos
usando el verso comodín.
Me bastaría con perfilar
los ojos del altar mayor
con olor a cedro del Líbano.
Sonreír.
Olvidar.
Y seguir.
Hasta perderme en el bosque del gran por fin,
claridad de siluetas a golpe de pájaro.
Un antes y un después insultante de vida.
¿Pero cómo guisar el desorden
sin perder la textura
ni las sombras de quien soy?
Teresa Iturriaga Osa
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