miércoles, 1 de junio de 2011

RELATO

HOY CUSCÚS PARA COMER


Teresa Iturriaga Osa

Ilustración: Sira Ascanio




Un aire fresco à la Tangerine llega inesperado y golpea los cristales, de pronto está aquí, lo aspiro ahora. Les yeux dans le vague, el punto lejano del horizonte selvático se abre paso, un aroma de algas cambia los vapores de los secos sancochos de vigilia en patios mallorquines de abolengo, me corta en rodajitas los limones… Esposo de las ostras, me sacude el moho del cuscús viajero, me esparce nata y fresa con los dedos, me prende la llama de los postres, ahuyenta a los mendigos datileros. Anteo me viste de fiesta y en bóvedas de mármol me estrella… Rociera por un día, bailo descalza sobre la mesa salto de azulejo en azulejo… juega conmigo… me río desde el minarete… me río hasta el fondo del iris. Del Estanque del Sultán me escapo y hoy vivo en el Palacio de Neptuno, Reina del Arrecife sumergida entre pucheros.



Es el mar. Cada vez que Jarifa llora siento llegar lágrimas de sal que se van depositando en el alféizar de mi ventana. Las olas son nuestras cómplices, ellas arrastran los mensajes de costa a costa y hoy el salitre de Las Canteras me huele a las playas de Rabat. Voy a llamarla, algo le pasa. Espero que esta vez no le hayan cortado el teléfono por falta de pago.



-Allô! Allô! ¿Sí? ¿Jarifa? ¿Me oyes? ¡Soy yo, Lola!



-¡Sí! ¡Qué alegría! ¡Cuánto tiempo!



-¿Cómo estás? Hace semanas que no sé de ti…



-Ahora estoy en Tánger descansando unos días en casa de mi hermana, porque estoy muy mal, Lola… He roto con Jusef. Lo eché de mi casa. ¿Te puedes creer que me engañaba con mi mejor amiga y yo sin enterarme de nada? El muy cabrón… y ella… qué perra…



-Jarifa, no te pongas así… no llores, no merece la pena. Sí ya se le veía venir… mira que te lo dije…



-Lo sé, pero estaba ciega de amor. ¡Ojalá que también a ella le ponga los cuernos con todo lo que se mueve!



- Hay hombres que tienen sus zapatos hechos a la medida del suelo de un burdel. Es lo que hay.



-Sí, cariño, pero éste era tan tierno, parecía tan comprensivo…



-Te voy a dar un consejo: deja entrar sólo a los que buscan el misterio.



-¡Pues éste tocaba el laúd y la guitarra española con una sensibilidad fuera de lo normal!



-Una cosa no quita la otra… Además, Jarifa, yo no sé por qué te empeñas siempre en tener amantes más jóvenes que tú… Ya eres una mujer madura y no tienes edad para guarderías. Sabes muy bien de qué te estoy hablando.



-Tampoco era tan joven, tenía treinta y cinco años…



-Sí, claro, la edad justa para ser senador… Anda, anda, no me fastidies… lo tuyo no tiene remedio…



-Bueno, ahora te tengo que dejar porque me voy al cine con mi hermana, me está esperando. Ya hablaremos por el Facebook, esta tarde me conecto, ¡besos y gracias por llamar!



Colgué el teléfono con una sensación extraña de preocupación. Recordaba mis peripecias con Jarifa en Rabat el año pasado, cuando fui a un congreso sobre la traducción de la literatura contemporánea escrita por mujeres. Mi marido y yo nos alojamos en el Hotel Pietri, a escasos metros del Instituto Cervantes, en pleno centro de la capital. No era un sitio lujoso, pero tenía un toque moderno que lo convertía en el lugar de encuentro de los occidentales residentes en Rabat. Todas las noches había música de jazz en directo mientras cenábamos en el restaurante. Estuvimos allí una semana.



El mismo día que llegamos, Jarifa vino a buscarnos al hotel y nos llevó caminando hasta su casa. Estábamos invitados a comer cuscús en familia como signo de hospitalidad. Había colocado el cuscús en el centro de la mesa del salón y todos los comensales nos sentamos sobre cojines. En medio de la mesa, dentro de un tajine, la sémola tomaba una forma cónica y, por sus pendientes hasta la base redonda, se habían dispuesto las verduras, los garbanzos y la carne. Parecía un centro de mesa y ninguno de nosotros se atrevía a deshacer el conjunto hasta que Jarifa nos dijo que empezáramos porque se iba a enfriar. No había cubiertos ni platos, sino que cada cual tenía que comer la sémola con su mano derecha. Varios cuencos pequeños con un caldo de cocción de verduras y carne se disponían alrededor de la mesa para aderezar de vez en cuando el grano al gusto de cada uno. Los vasos contenían una especie de yogur líquido que no me gustó nada por su sabor fermentado, era raro y agrio. Sin embargo, el cuscús estaba delicioso, sencillamente delicioso. Sabía a mantequilla salada y eso le daba un toque muy especial en contraste con el sabor del estofado.



Mi amiga Jarifa no se parecía en nada a las mujeres árabes que nos venden en los reportajes de Marruecos. Ella era contestataria, moderna hasta decir basta, con vaqueros y camisas a la moda occidental, sin velo ni gloria parecida. Fumaba tranquilamente mientras conducía un coche viejo que se caía a pedazos, pero su desparpajo y osadía me resultaba admirable y me hacía reír por cada esquina de Rabat. Yo, sin embargo, me sentía observada por mi forma de vestir a pesar de que mi falda me cubría las rodillas. Los hombres miraban absortos el resquicio que quedaba entre el volante de la falda y los botines, probablemente debido a mis medias de encaje negro. Nunca los tules y las gasas tuvieron más éxito que en estos lares, está claro que los parajes escondidos les atraen. En cualquier caso, al segundo día, me planté un pantalón negro, me ceñí la gabardina y se acabó el problema, ya nadie me miraba. ¡Y qué paz da pasar desapercibida en tierra de hombres! Como dice la escritora Ana Puértolas en sus consejos para viajeras intrépidas: la invisibilidad es la clave del éxito.


 
Solíamos salir temprano del hotel a caminar por las calles de Rabat antes de que apretara el calor. Desayunábamos en la terraza de un café occidental donde las señoras fumaban a su antojo en conversación con sus colegas de trabajo. Era la zona de los bancos y las administraciones. Curiosamente, en la capital convivían los espacios más modernos con los más tradicionales, también había bares sólo de hombres vestidos con chilaba. Un día llegamos hasta los jardines del rey Mohammed VI. Antes de entrar en el recinto, dos guardias situados bajo el arco de la entrada nos preguntaron en francés de qué nacionalidad éramos. Automáticamente, al saber que veníamos de Canarias, se hicieron a un lado y nos dejaron pasar sin pedirnos la documentación, sólo les faltó la reverencia. La verdad es que nunca me había sentido una persona VIP hasta aquel instante. Quién iba a pensar que ser española me iba a abrir puertas fuera de la frontera… Increíble, pero cierto. Por otra parte, la pinta de guardaespaldas de mi marido alejaba las miradas de sospecha por dondequiera que íbamos. Vestía de negro y sus gafas oscuras le daban un aire de seriedad impecable.



Recuerdo que un día, el profesor Federico Bernabéu, uno de los más reconocidos estudiosos de literatura árabe contemporánea, nos llevó a comer a un restaurante de película. En el interior del café, en medio de una sala iluminada por una bóveda de cristaleras modernistas, un hombre de tez oscura vestido con un smoking blanco tocaba el piano. El ambiente y la música me recordaron la imagen de la película Casablanca... Me dieron ganas de decirle: “Tócala de nuevo, Sam”. Me habría quedado allí eternamente. Al salir, decidimos dar un paseo por el centro cuando nos topamos de frente con una manifestación de trabajadores que reclamaban una subida salarial. Había que verlos cómo corrían, cómo se escabullían de la policía como serpientes en un nicho de callejuelas.



¡Qué viaje más surrealista! Cualquiera que escuche estas historias pensará que son fruto de un gran poder de imaginación, pero nada de eso, sólo hay que echar atrás la memoria y exprimir la cosecha del viento. Así que hoy prepararé un cuscús para comer. Sacaré el tajine que compramos en la medina y en los postres veremos las fotos del viaje. Estoy segura de que nos reiremos mucho. Aún me acuerdo del olor de los pinchitos morunos que vendían en la calle. Nos los comimos con mucho reparo por la falta de higiene del puesto ambulante, sin saber muy bien por qué picaban tanto. Los sazonaban con especias de colores y sabores intensos. Al tiempo, me enteré por Jarifa de que la policía había desmantelado una mafia que comerciaba con carne de gatos y perros abandonados… ¡Qué asco! ¡Pensar que aquellos pinchitos podían ser de todo menos de cordero!

 
 
 
Del libro REVUELTO DE ISLEÑAS



FUNDACIÓN CANARIA MAPFRE GUANARTEME, 2010.



© De los relatos: Dolores De la Fe y Teresa Iturriaga Osa

© De las ilustraciones y portada: Sira Ascanio

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