domingo, 28 de diciembre de 2025

 


EL AROMA DE LA FAVORITA


A principios del mes de octubre de 1908, se aceleraban los preparativos para la

inauguración del nuevo local de la pastelería La Favorita en pleno centro de Madrid.

Unos años antes, la tienda era confitería, pastelería y vendía conservas, vino, licores,

fiambres y pollos asados a cuatro pesetas. Había un poco de todo, el género era

excelente. Despachaba paquetes de café tostado Las tres coronas con instrucciones

para prepararlo y, tal era el éxito del establecimiento, que su propietario, Honorato del

Río Bengoechea, decidió ampliarlo y darle un toque más chic.

Y llegó el gran día de la apertura del salón buffet al público, el 10 de octubre,

festividad de San Daniel. Tenía acceso por el portal del número 2 de Caballero de

Gracia, haciendo esquina con Montera. Un gentío se agolpaba en las ventanas

queriendo entrever la decoración más allá de los vidrios. Había sido diseñado por los

pintores Daniel Perea Rojas y Demetrio López Vargas, un ilustrador tan popular que

la gente le aplaudía por la calle como a un torero. Crecía la expectación por ver los

dibujos de Demetrio y desvelar las intenciones ocultas de sus creaciones. Por fin era

la hora de entrar. Et Voilà! El viejo taller de repostería se había convertido en un café

parisino, con un elegante mobiliario, mesas de mármol italiano y cantoneras

biseladas, lámparas de bronce, un mostrador de madera tallada y una máquina

registradora. En cuanto a las pinturas, destacaban las estampas de parejas paseando

del brazo por la ciudad. Las paredes y los techos se adornaban con molduras oscuras

para realzar los frescos. Unos grandes espejos ayudaban a jugar con la perspectiva,

ganando en profundidad y amplitud. Los clientes, impresionados por el lujo del

negocio, se preguntaban si en adelante se serviría al mismo precio que antes.



El salón se puso tan de moda que la Condesa de Requena organizaría sus tertulias

en los altos de la pastelería. Más conocida como Gloria Laguna, era hija de la

Marquesa de La Laguna, gran amiga de Dª Emilia Pardo Bazán. Sus familias se

conocían de toda la vida y solían pasar temporadas en su Pazo de Galicia. Cuando la

escritora llegó a la capital tras separarse de su marido, la marquesa la introdujo en los

círculos de la alta sociedad madrileña. De ahí que Gloria aprendiera desde niña a ser

un espíritu libre y, en 1906, de la mano de Dª Emilia, entrara a ser la séptima mujer

socia del Ateneo de Madrid. Por suerte para ambas, La Favorita también repartía

placeres a domicilio.




Aquella mañana, mientras su sirvienta la peinaba, la Condesa de Requena, se

confesó en voz alta.

—Quiero irme de Madrid—dijo Gloria.

—Supongo que lo dice por los comentarios insidiosos del periódico— replicó la

criada, fingiendo desdén.

—Lo digo porque no soporto el sarcasmo de los que me rodean, prefiero lidiar

toros bravos, de frente —prosiguió después de terminarse el café—. Sabes muy bien

que tengo ganas de dejarlo todo atrás. Cuántas veces te he dicho que prepares las

maletas para irnos al Palacete del Malecón. En La Albatalia nadie me maltrata como

este poblacho manchego. Ahora les ha dado por decir que fumo como un chulo del

Rastro.

—Déjelo, señora condesa, ya sabe cómo son, le tienen mucha envidia.

—La verdad es que mi divorcio me ha costado mucho desprecio. Mira que lo dejé

clarito hace cuatro años en la entrevista que me hicieron en Niza. Me casé porque no

sabía qué hacer. Y también para que mi novio me dejara en paz. Mi esposo, el

Marqués de Taracena, me quería. Yo… ¿Yo qué sé? Yo no sé nada… Solo sé que fui

a la iglesia. Me casé… Pero mi alma nunca ha comprendido la obligación de las

cadenas. Nos separamos.



Había sin duda una sombra de dolor en sus palabras, quizá el último chiste sobre

ella era tan insultante que le había revuelto las tripas. Puro veneno. Sus privilegios

como aristócrata y poseedora de una gran fortuna le permitían oponerse a los

convencionalismos y actuar a sus anchas, pero no era de hierro. Aparentaba que los

chascarrillos le importaban un comino y, aunque a veces se divertía dando de qué

hablar, también sufría el fracaso y la decepción. Ella se negaba a convertirse al

catecismo del ángel del hogar. Siempre le gustaron las mujeres.




Ciertamente, antes de casarse, la muchedumbre la vitoreaba por doquier. En 1903

había conseguido tumbar la ley que prohibía a las mujeres llevar sombreros en las

butacas de los teatros porque dificultaban la visibilidad de los espectadores. Era una

feminista en toda regla y parecía que había claudicado al concertar un matrimonio de

conveniencia, pero no fue así. En realidad, no era consciente de cómo había llegado

al altar. La pareja se separó al mes del enlace. Entonces fue el blanco de las iras más

moralistas. A partir de ese momento, se agravó su rebeldía y empezó a ser conocida

por sus escándalos nocturnos en compañía de su pariente Antonio de Hoyos y Vinent,

Pepito Zamora y sus amigos de juergas. La prensa más conservadora la demonizaba.

Las crónicas la describían como una mujer morena, menuda, pizpireta, con aire y voz

varoniles, desenvuelta e ingeniosa. Un sector del público la seguía como a una

estrella, la admiraba porque hacía lo que le daba la gana. Un día organizaba una fiesta

de disfraces, otro se iba a los toros, al hipódromo, a los clubes de tiro, jugaba al

tresillo, al tenis, conducía su coche… Seguía las últimas tendencias de la moda más

extravagante, hasta tal punto que la imitaban en su forma vestir y de moverse. Sus

gestos eran símbolos de vanguardia y muchas mujeres se saludaban como ella lo

hacía, moviendo los dedos de la mano como si rascaran una aldaba. Actuaba con el

mismo desparpajo que un hombre, fuera de orden. 



Había espacios que

tradicionalmente les estaban vedados a las mujeres. Sin embargo, Gloria, ajena al

juicio social, vivía abiertamente su homosexualidad. Tuvo muchos idilios. Lo sabía

todo Madrid. Amante del cuplé y las variedades, se recorría los teatros y saraos,

donde compartía veladas con amigas y amantes. Divas como La Fornarina, Olympia

D’Avigny, la tiple de opereta Emérita Esparza, la actriz María Guerrero o la bailarina

Carmen Tórtola Valencia, fueron entrando en su círculo de afectos. Por aquel

entonces, la condesa bebía los vientos por Consuelo Vello, que se le había metido

hasta las trancas desde que la vio actuar en salones para hombres. Ella solita entre un

público masculino la aplaudía a rabiar con su mímica característica.



De todo eso y mucho más se habló en aquel Madrid de La Belle Époque, donde

crecía una bohemia de locos soñadores en las noches de tertulias. Por eso, a Gloria

Laguna le venía de perlas tener cerca un obrador artesanal en los entresuelos del

edificio. Era muy cómodo encargar unas bandejas para los invitados a sus reuniones,

que se prolongarían hasta altas horas de la madrugada. Un aroma de bizcochos y

hojaldres recién horneados invitaba al desayuno en La Favorita, ascendiendo por el

patio hacia un cielo azul.


Teresa Iturriaga Osa


"Madrid Histórico"

Antología de relatos. M.A.R. EDITOR. VV.AA .2025

 

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Autores: Ramón de Mesonero Romanos, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Pedro Antonio de Alarcón, Francisco Umbral, Ramiro de Maeztu, Andrés Trapiello, José María Merino, Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez, Joaquin Leguina Herrán, Juan Aparicio Belmonte, Miguel Angel de Rus, Gabriel Lauret, Asier Aparicio Fernández, Olga Mínguez Pastor, Jesús Salviejo Sánchez, Manuel Cortés Blanco, Bernar Freiría, Sara Sánchez Rivas, Sol Antolín Herrero, Maria Luisa De León González, Juan Gil Palao, Tomás Pérez Sánchez, Manuel Guerrero Cabrera, Teresa Iturriaga Osa, Sonia Yáñez Calvo, Nelson Verástegui Carvajal, Enrique Pérez Balsa, Eduardo Bastos, Pablo Vázquez Pérez, José Manuel Arnaiz de Castro, Miguel González Márquez, Bárbara Muñumer, José Carlos Vara Mata y Laura Garrido.

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