<<Sirena de Barlovento>>
Una tarde de octubre empezamos a hablar en un banco, allí me contó su lucha
para dar de comer a sus hijos. Toda ella era como una nave con las velas
tendidas al viento, un libro de verdades, un puño contra la pereza. Y
escucharla fue calmando mis quejas hasta hacerlas insignificantes. Una a una,
sus palabras me advertían del peligro de lo efímero; la riqueza y la pobreza
estallaban a su lado como pompas de jabón. Cierto, un círculo académico hablaba
en las manos de una anciana. Parecía un personaje de un cuento de hadas porque
irradiaba un porte de sirena. Ni una arruga delataba su edad, ella se contaba
los años por escamas. Desde entonces, la veo pasar cada mañana por delante de
mi casa, vestida con su melena lisa y dorada, subida a unas aletas azules de
medio tacón que sonríen al que madruga con las luces del alba.
Teresa Iturriaga Osa
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