Castillos de arena
Teresa Iturriaga
Osa
*
César dejó dos billetes de avión sobre el escritorio para que Polina los viera al despertarse. No sabía cómo pedirle perdón y pensó que un viaje lo arreglaría todo. Era su muñeca, su perla negra particular, y no estaba dispuesto a perderla. Pero, cuando volvió a su apartamento al anochecer, se encontró con la casa cerrada y una cama vacía. Aquella sería la última vez.
Tras su nefasta experiencia amorosa, Polina había huido en busca de ayuda y ahora vivía acogida por una fundación de ayuda a mujeres maltratadas y estudiaba un módulo sobre ecología medioambiental. Estaba pasando el mono de amor que la tenía loca de la cabeza. Para ella, César era una droga. Estaba colgada, pasaban los meses y seguía enganchada a una ilusión que le iba a quitar la vida. Por eso me llamó angustiada por teléfono, buscando en mí el consejo de una amiga, tenía que descargar sus emociones.
- Tenemos que hablar, Laura, estoy fatal. Me marché de su lado, pero me estoy destruyendo… no puedo más.
- Calma, mi niña, ten calma… a ver… cuéntame… -le dije con voz tranquilizadora.
- Lo que oyes… sí, aunque me haya ido –intentaba controlar su llanto y apenas se entendían sus palabras-, no puedo olvidarlo.
- Hiciste bien. Ya era hora. Recuerda aquello que me escribiste una vez: castillo de arena es tu amor… Tú lo destruyes y tú lo levantas.
- Entonces yo era poeta, sí, me gustaba contemplar el cielo y el mar, pero ahora no escribo nada.
- Pues ya va siendo hora de que retomes tus dotes literarias. Una mujer con un potencial creativo tan grande no puede desperdiciar sus talentos.
- Es cierto, Laura, yo valgo mucho. Y creo que el tiempo me dará la razón. Mi amor no tenía límites y algún día él lo apreciará.
- Estás muy dolida. Todo se pasa, te curarás.
- Aguanté porque creía que la única solución para salvar nuestro amor era aceptarle como era. Pero me fui cansando de ver cómo mi cara de niña linda se iba ajando poco a poco. De tanto llorar y sufrir por él, perdí el interés por las cosas bellas de la vida.
- Bien, y si lo tienes claro, ¿por qué retrocedes ahora? Te veo un poco confusa…
- Él jugó conmigo y por eso tuve que marcharme. No tenía otra salida, pero me cuesta, no lo voy a negar. Es como una droga que te gusta, aunque sabes que es nociva para ti…
- Es un enganche emocional muy peligroso, Polina, esa actitud te arrastrará al vacío. Tú debes cortar la baraja y ser dueña de tus emociones. Reparte las cartas. Controla las riendas de la pasión y céntrate en tus objetivos.
Al día siguiente, quedamos en la Plaza de las Ranas. Allí charlamos durante horas de su vida en Rumanía, de los años que hizo ballet, una afición que tuvo que dejar por su disciplina militar. Imposible compaginar la danza con más actividades. Polina prefirió empezar una carrera y dedicó tres años a los estudios de marketing en la universidad. Hablamos hasta el anochecer. Sobre todo, de los problemas con su familia. Una moral antigua y un control desmedido le forzaron a marcharse de aquel ambiente y probar suerte en España. Las palabras de su padre al marcharse se le quedaron grabadas en el cerebro: busca un marido como Dios manda, con dinero, posición y estabilidad.
- Yo siempre he huido de la imagen de mujer callada y sumisa, no puedo aguantar lo que hace mi madre, la perfecta ama de casa y devota esposa de su señor. Ser como ella… No, Laura, por ahí no voy a pasar.
- Exacto. Y ahora tu corazón y tu cabeza están en lucha.
- Yo me fui de mi casa para sentirme una mujer independiente y libre. No podía aceptar la mentalidad que se me imponía. Yo le pedía más a la vida y no tenía a miedo a ningún hombre.
- Pues te has equivocado de sujeto, y no una, sino varias veces… Hay algo en ellos que te seduce y te ciega.
- Lo sé. Parece que me atraen los hombres de ese estilo, dueños de sí mismos, seguros… los que me hacen sentirme muy mujer. Durante los tres años que viví en Madrid, el único que me dio la independencia y el respeto fue mi hermano, que siempre ha estado ahí para ayudarme a ser feliz.
- Vuelve con él a Madrid. Sería bueno que en esta situación pusieras mar de por medio.
Llevaba cuatro años en las islas, y de lo anterior, de su vida amorosa en Madrid, prefería no hablar, porque fue más de lo mismo. Un perfil varonil erróneo, con frases del calibre “el amor mata”, justificaban sus caídas, una tras otra, en la misma piedra. Hombres protectores con niveles muy altos de testosterona que funcionaban como cavernícolas con una primitiva estrategia de caza y posesión absoluta de la pieza. Exhibición, disfrute y dominio, control sobre la belleza, fuente de placer. Machitos que hipnotizan a su conveniencia a los corderitos descarriados.
- Cambia el perfil o se repetirá la historia…
- Sí, a veces tengo la sensación de que vuelo en círculo, me mareo dando vueltas en pirueta.
- Pues aprende a fijar tu mirada en un punto de referencia estable antes de movilizar tus músculos y lograr el equilibrio. Utiliza la técnica de la danza para avanzar con la mente y el corazón puestos en la música y la coreografía.
En efecto, su cuello de gacela, su porte airoso y elegante, delataban un potencial artístico evidente. Aquella noche, Polina soñó que estaba en su país natal, como si nada hubiera pasado en su trágico viaje a Occidente. Era como si se hubiera pinchado con una rueca por descuido, cosas del destino. Dicen que las ranas despliegan su magia en los lugares donde habitan… yo creo que eso le despertó de su letargo inconsciente. Las hadas la habían llevado hacia sí misma, había recobrado su voz original y sus miembros de carne y hueso se movían en piruetas y gráciles movimientos de danza sobre el escenario. Convertida en una bailarina de ballet clásico, actuaba en el Teatro Principal de su ciudad y todos le aplaudían. El público la aclamaba en pie y, en la primera fila, sus padres y hermanos lloraban de emoción, orgullosos de su gran Polina. Ella les mandó un beso y una flor, con una larga y elegante reverencia.
Todo eso me contó por teléfono una preciosa mañana de abril, mientras yo desayunaba tomando un café en la ventana de mi cocina frente al mar. La escuchaba con emoción cuando un perro blanco apareció en el parque. Era una señal. Aquella belleza sin dueño me recordó a Polina, una princesa que había estado viviendo durante años en un páramo de soledad.
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