El
ángel en mi cama
Teresa Iturriaga Osa
El tigre del que me hablaste
ha llegado hasta casa,
un desgaje de alas
y naranjas agrias.
Exhausto de un combate,
la hiena y el buitre
le han tendido caminos, una geria caída
desde lo alto de Timanfaya.
Créeme.
El ángel esfinge de garras
y rasgos felinos
ha llorado sobre mi almohada,
se ha refugiado en mi pecho,
se me ha metido en la cama.
Y ahora, no lo saco ni a versos
ni a hombros.
Desde aquí te escribirá las cartas mañana.
Enmudece en el Islote de Hilario
como magma leproso
se abre en canal.
Frágil se lamerá en sus aulagas hasta tocar
lo más sagrado que me ha traído en ese cántaro,
tiembla mezclado con barro, diluvio,
lapilli y arenas,
detergente, cacharros,
utensilios de cocina,
desechos piroclásticos
que tendrá que limpiar,
fregar y discernir
para el potaje divino.
Y ese hornito de cenizas
es el que precede a la inmensidad de su amor,
bárbaro,
pero amor, al fin y al cabo.
¿Y qué mujer puede negarse a su luz
aunque venga así,
a ráfagas de noche,
a visitar
la rectitud de sus montañas
impolutas de desechos, pero
tan vacías de fulgor?
Ninguna.
Dame una de tus plumas,
la que quieras,
y verás cómo yo también fulmino
sortilegios
y repiques de voces,
echadoras de cartas,
falsos carismas,
tambores,
toda la tibieza como el rayo.
***
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