martes, 8 de mayo de 2018

 
"Llámame Gilda"
 
 
Teresa Iturriaga Osa
 
 
 
 
Regresar a casa era así de sencillo. Y así de cósmico. Grande y pequeño como una sonrisa. Era ley de vida: los hijos debían volar del nido. Irse y regresar era fortalecer y entrenar sus alas... aunque en muchas ocasiones, la nostalgia le gritara al corazón. También su alma de madre añoraba la presencia de sus hijas en la lejanía... Esos días sensibles, como salpicando cascadas, le llegaban sonidos desde otra dimensión. Entonces, impulsada por un instinto, los oídos espigaban su vértice hacia el cielo a la espera de señales, los cabellos viraban sus poros como velas siguiendo la rueda del timón con los cambios electromagnéticos... Una colina donde doce árboles crecían sin cesar de bancal en bancal y se escuchaba el crujido de las yemas. Un sol elbano con aroma de salvia y de romero marino. Un orujo de abejas que llenaban despensas de miel y luz en su orden frenético, mientras las jaras tejían seda. Sí, cuando Itziar expandía sus antenas de larga frecuencia, arrastraban una marea crecida de melodías, una selva de conchas, arena, flautas de pan y hasta briznas de hierba de la cordillera andina. Hubo un tiempo en que los mensajes le hablaban del mar Caribe sobre un velero chiquito y tierno como un perezoso flotando a la deriva. También le lavaron la cara los dioses con agua de manantial y nieve de siglos al ritmo del balido de las llamas del Sajama. Allá una madre reunía a su ganado mientras besaba los tatuajes de su hijo. Se interrogaba entonces. ¿Cómo se abrazarían? ¿Cuándo regresarían las aves del lenguaje con noticias de feliz sobresalto? Ya iban lloviendo agua con su palpitar acurrucado, pronto su espacio sería día.


 
 
(...)
 
(Fragmento del relato)

 

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