martes, 30 de octubre de 2012

RELATO


LA MADRE DE TODAS LAS OLAS



 
La Porta di Mare, oct. 2012



        Un mar fuerza nueve mojó el libro de los grandes veleros y de sus páginas salieron flotando dos trozos de mástil. Yo no podía leer ni una línea más. Los ojos me picaban de salitre. ¡Cuanta más distancia, más tiempo para el viento!, me advirtieron dos cormoranes negros con argolla en la garganta, levantaban las olas con su plumaje de agitar el humo.

 
        Yo sumé, como siempre, yo sumé. Restar me estaba prohibido desde el último accidente en la mar arbolada de mi juventud.

 
        Aquella mañana, sobre la cubierta con mi sombra, sumé toda la incertidumbre a ojo. Las olas ya comenzaban a hacer sus maletas sobre el espejo azul en su largo viaje hacia Orán, con la euforia de una reunión de viejas amigas. Aplaudían y cantaban, todas bebían esa pócima de espuma que tanto emborracha y hace bailar desnudas a las mujeres durante cientos de kilómetros, cuando se besan con los marineros recobrados.

 

 
 
 
        Entonces, una tras otra, fueron llegando varias olas... me bajaron descaradamente la blusa hasta los hombros y luego se tiraron de cabeza, riéndose por las cuerdas de mi voz. Con toda la noche detrás, mi aliento se detuvo frente a ellas, paralizando su festín en los remolinos de Alborán. Un frente de ondas me atravesó el pecho muerto, tenía que dejarte antes de besarte, antes de quedarme muda con el ímpetu salvaje de tu abrazo, era hora de fugarme de ese cabo de gata en un adiós sin dolor.

Teresa Iturriaga Osa
    (texto y fotos)